Guía literaria de Londres. Varios autores
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31. Esta semana han muerto en la ciudad 7.496 personas, de las cuales 6.102 han fallecido por la plaga. Pero se teme que el número verdadero de muertos se acerque esta semana a diez mil, en parte por los pobres que no se contabilizan, por su gran número, y en parte por los cuáqueros y otros tras cuya muerte no aceptan que suenen las campanas.
3 de septiembre (Día del Señor). En pie, me visto con mi traje de seda de colores, muy suave, y mi nueva peluca, que había comprado hace tiempo, pero que no había osado ponerme porque la plaga estaba en Westminster cuando la compré; y es difícil saber cómo será la moda, cuando la plaga haya terminado, en lo que atañe a las pelucas, pues por miedo a la infección nadie se atreve a comprar pelo que haya sido cortado de las cabezas de las víctimas de la plaga.
16 de octubre. Caminé hasta la Torre, pero ¡Señor! ¡Qué vacías y melancólicas estaban las calles! ¡Y había tantos enfermos en ellas, llenos de llagas! Mientras caminaba escuchaba retazos de historias tristes, pues todo el mundo hablaba de sus muertos y de alguno que estaba enfermo y de que había tantos enfermos en este lugar y tantos en aquel otro. Y me dicen que en Westminster no queda ni un solo médico y solo un farmacéutico, pues todos los demás han muerto, pero hay grandes esperanzas de que la mortandad baje esta semana. ¡Así lo quiera Dios!
15 de noviembre: La plaga, loado sea el señor, ha matado a 400 personas menos, dejando el total de la semana en 1.300 y algo. ¡Alabado sea Dios!
25 (Navidad). Por la mañana a la iglesia, donde asití a una boda de las que no se ven todos los días. Los jóvenes novios estaban encantados de estar juntos y me resulta extraño ver el gozo con el que nosotros, los casados, queremos ver a estos pobres infelices reducidos a nuestra misma condición, pues todos los hombres y todas las mujeres les miran y les sonríen.
31 (Día del Señor). Así termina este año… Ahora la plaga ha remitido casi por completo. Toda mi familia está bien y ha estado bien todo el tiempo, y todos los amigos que conozco, exceptuando a mi tía Bell, que ha muerto, y a algunos niños de mi prima Sarah, se han salvado de la plaga. Pero muchos otros que conocía muy bien han muerto; no obstante, para nuestra alegría, las casas vuelven a llenarse y las tiendan vuelven a abrir.
Igual que Samuel Pepys, el guarnicionero Henry Foe decidió quedarse en Londres durante la epidemia. Se cree que también tomó apuntes sobre la plaga, apuntes que un sobrino suyo que se quiso dar aires de grandeza añadiendo un aristocrático De a su apellido, leería con atención para escribir su Diario del año de la peste. El sobrino, por supuesto, era Daniel Defoe, al que pronto veremos en estas páginas en su poco conocida vertiente de crítico arquitectónico.
Wren reconstruye la catedral de San Pablo
Un viaje por toda la isla de Gran Bretaña
Daniel Defoe
Daniel Defoe (1660-1731) nació en el este de Londres, no muy lejos de la catedral de San Pablo. Tuvo la mala fortuna de presenciar personalmente dos de los acontecimientos más extraordinarios y desdichados que se han producido en la ciudad: la Gran Plaga (1665) y el Gran Incendio (1666). Este último arrasó todo el barrio de Defoe cuando era niño, dejando solo tres casas en pie, una de ellas la de su familia. El texto que presentamos a continuación defiende la catedral de San Pablo construida por sir Christopher Wren, a la que muchos criticaron por verla alejada del estilo gótico de la «Antigua San Pablo», que es como se dio en llamar a la catedral que se quemó en el Gran Incendio.
La más bella de todas las iglesias de la ciudad, y de todas las iglesias protestantes del mundo, es la catedral de San Pablo, un edificio extremadamente bello y majestuoso, aunque algunos autores gusten de manifestar su ignorancia pretendiendo buscarle faltas: es fácil encontrarlas hasta en las obras de Dios cuando se las contempla en conjunto, sin reparar en la belleza de cada una de las partes consideradas por separado y sin buscar la razón y naturaleza de cada elemento; pero cuando se inquiere de manera madura, se contemplan estos detalles con una justa reverencia y se consideran con buen juicio, entonces ofrecemos un sinfín de alabanzas a la sabiduría del autor al apreciar correctamente la excelencia de sus obras.
La enorme extensión de la cúpula, ese poderoso arco que tanto peso soporta (me refiero a la torre que lo culmina, o linterna, que es de piedra y mide más de setenta pies de altura) bien puede justificar los poderosos pilares y contrafuertes que la sostienen; y, sin embargo, los observadores corrientes de las partes superficiales del edificio se quejan de que las columnas son demasiado gruesas, de que el edificio parece pesado y de que los elementos que quedan al nivel del ojo son demasiado grandes, como si el dórico y el ático no fueran tan bellos en su lugar como el corintio.
El sabio arquitecto, como completo dominador de su oficio, tuvo la satisfacción, en vida, de oír cómo los grandes maestros de Europa refutaban a esos críticos de su obra con su aprobación; y la iglesia de San Pedro en Roma, a la que se considera la más perfecta del mundo, solo supera a San Pablo en la magnificencia de su interior: las pinturas, los altares, los oratorios y la diversidad de sus imágenes; en cosas, en suma, que en una iglesia protestante, por mucho que resulten decorativas, no están permitidas.
Si todas las columnas cuadradas, las grandes pilastras y los paneles planos, tanto en el interior como en el exterior, que ahora afirman que son demasiado pesados y burdos, estuvieran llenos de imágenes, adornados con tallas y dorados y repletos de adorables imágenes de santos y ángeles, la multitud que se arrodilla a rezar no se quejaría tanto de la tosquedad del edificio; pero esta es la sencillez protestante, ese despojar a las columnas y demás de sus ornamentos, o lo que hace que el edificio, que en sí no es ni tan grande ni tan tosco como San Pedro, sea llamado tosco y pesado; mientras que ni según las reglas de la arquitectura ni según las necesidades del edificio, su altura y su peso podrían haber sido otros.
La fotografía superior muestra el Gran Diseño, la primera propuesta que hizo Wren para reconstruir San Pablo. A la izquierda se puede ver que proponía una planta radicalmente distinta tanto a la de su predecesora medieval como a la de la catedral actual. Este diseño, majestuoso, no fue aceptado por el comité, que lo consideró demasiado extranjero, es decir, demasiado católico. Esta decisión supuso un disgusto enorme para Wren, que lloró en público al enterarse.
No. Los caballeros que en el parlamento se opusieron a la petición de sir Christopher Wren de que la cúpula estuviera recubierta de cobre y que quisieron que la linterna que la culminaba fuera más corta y se construyera con madera, esos caballeros, digo, que pretendían poseer alguna habilidad en el arte de la arquitectura criticaron mucho, y demasiado a la ligera, el juicio del arquitecto y afirmaron que el cobre y la linterna de piedra serían demasiado pesadas y que los pilares no resistirían el peso.
Sir Christopher repuso que había dotado el edificio de las columnas necesarias y que los estribos y contrafuertes eran por todos lados excelentes y que respondería de ellos con su cabeza si no podían soportar el recubrimiento de cobre y la linterna de piedra