Guía literaria de Londres. Varios autores
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La gente que caminaba entre las ruinas parecía estar en algún lúgubre desierto o, mejor dicho, en alguna gran ciudad arrasada por un cruel enemigo; a ello se añadía el hedor que procedía de los cuerpos de pobres criaturas, camas y otros bienes combustibles. La estatua de sir Thomas Gresham, aunque se había caído de su nicho en la Real Bolsa, seguía entera, mientras que todas las de los reyes desde tiempos de la conquista estaban hechas añicos. También el estandarte de Cornhill y las efigies de la reina Isabel con algunas de su armas en Ludgate habían sobrevivido sin mucho perjuicio, mientras que muchas de las grandes cadenas de hierro de las calles de la City, las bisagras, las barras y las puertas de las prisiones se habían fundido o quedado reducidas a cenizas por el intenso calor. Tampoco pude pasar por ninguna de las calles estrechas, sino que hube de mantenerme en las anchas, pues el suelo y el aire, con humo y fieros vapores, seguían emanando un calor tan intenso que casi se me socarra el pelo, y los pies me dolían insufriblemente. Las callejuelas y pasajes estaban llenos de escombros, así que nadie podía orientarse con precisión si no era por las ruinas de una iglesia o edificio importante en que quedara en pie alguna torre o pináculo notables.
Luego seguí hacia Islington y Highgate, donde se podía ver a doscientas mil personas de toda clase social desperdigadas por las tierras junto a los bultos de los bienes que habían podido salvar del fuego, lamentándose de sus pérdidas. Y aunque estaban a un tris de perecer por hambre y abandono, no pedían ni un penique de caridad, lo que me pareció lo más extraordinario de cuanto hasta entonces había contemplado.
Extensión aproximada del incendio la tarde del domingo 2 de septiembre. En el diagrama están representadas las murallas de la antigua ciudad, la Torre de Londres (a la derecha), la catedral de San Pablo (marcada con una cruz) y el punto de origen del incendio, Pudding Lane, marcado con una raya oscura dentro de la zona del incendio.
Extensión aproximada del incendio la tarde del lunes 3 de septiembre. El fuerte viento del este impulsó las llamas con fuerza hacia el oeste.
Extensión aproximada del incendio la tarde del martes 4 de septiembre. Esta es el área máxima que alcanzó el incendio, que no se extendió más durante el miércoles 5 de septiembre.
El incendio destruyó trece mil edificios, más que ninguno hasta entonces, entre ellos la catedral de San Pablo, ochenta y siete iglesias, el Guildhall (ayuntamiento), la Real Bolsa y cincuenta y dos sedes de colegios profesionales. A todos los efectos, el Londres medieval se desvaneció en humo y cenizas.
Diario de un año de plaga
Diario
Samuel Pepys
Parlamentario y administrador naval, Samuel Pepys (1633-1703) es ahora célebre por el diario que escribió durante una década (1660-1669), todavía cuando era relativamente joven. Sus textos son una de las principales fuentes que permiten conocer el Londres del periodo de la Restauración. Pepys fue testigo de la Gran Plaga de Londres (1664-1666), que fue la última gran erupción de peste bubónica en Inglaterra, y a la cual sobrevivió. Se estima que la Gran Plaga acabó con un 20 por ciento de la población de Londres, una cifra modesta comparada con la de la primera peste bubónica, la Peste Negra. Curiosamente, a pesar de su nombre, la Gran Plaga no se recuerda por ser la mayor, sino por ser la última.
24 de mayo de 1665. [He ido] A la cafetería, donde hace tiempo que no voy, con Creed, y allí no se habla de otra cosa que de la salida de los holandeses y de que la plaga crece en la ciudad; y de los remedios contra ella: algunos dicen unas cosas; otros, otras.
7 de junio. Muy en contra de mi voluntad, vi en Drury Lane dos o tres casas marcadas con una cruz roja sobre las puertas y allí escrito «Que el señor se apiade de nosotros»; esto me entristeció, pues fue la primera vez que, hasta donde alcanzo a recordar, vi una de esas cruces. Eso hizo que cogiera manía a mí mismo y a mi olor, así que me vi obligado a comprar un poco de tabaco para olerlo y mascarlo, lo que hizo que se me pasara la aprensión.
15. La ciudad está muy enferma y la gente tiene miedo; esta semana han muerto 112 por la plaga, frente a los 43 de la semana pasada, de los cuales uno murió en la calle Fenchurch y otro en la calle Broad, junto al despacho del Tesorero.
29. En bote a White Hall, donde el patio está lleno de carros y de gente que se marcha de la ciudad.
5 de julio. Madrugo y me aconsejan que envíe el ajuar y las cosas de mi mujer a Woolwich, para alejarla más. Por la tarde (…) me acerco caminando a Whitehall, pero el parque está cerrado. Siento tener que separarme de mi mujer. Vuelvo tarde a casa y me voy directamente a la cama, sintiéndome muy solo.
29. A mediodía vengo a comer, donde me entero de que mi Will [su criado] ha vuelto y está echado en mi cama, enfermo con dolor de cabeza, lo que hace que se apodere de mí un miedo extraordinario; y me las ingenié como pude para sacarlo de la casa e hice que mi gente se pusiera a ello sin desanimarlo.
30 (Día del Señor). Will ha estado conmigo hoy y ha recuperado la salud. Ha sido triste oír tañer nuestras campanas tantas veces hoy, por muertes o por entierros, creo que no menos de cinco o seis veces.
John Dunstall vivió en la época de la Gran Plaga y describió su proceso en esta serie de grabados, que culminan con el regreso de los habitantes a la