Guía literaria de Londres. Varios autores

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Guía literaria de Londres - Varios autores

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inconvenientes y reproches más abyectos que puede recaer en una urbe tan noble y por lo demás incomparable; y la cuestión es que ese despilfarro no procede de las cocinas de carbón, que, a causa de su pequeño tamaño y por estar poco tiempo encendidas, producen un humo que es poco en cantidad y se dispersa rápidamente sin llegar a ser discernible. El exceso procede más bien de ciertos túneles y salidas muy concretas, que solamente pertenecen a los destiladores, los tintoreros, los que trabajan en hornos de cal, los que hierven sal y jabón, y también a otros negocios particulares, uno de cuyos espiráculos infecta manifiestamente el aire de Londres más que todas las demás chimeneas juntas. Y eso no es ninguna hipérbole en absoluto, y dejaremos el medirlo en manos de los que hayan de juzgarlo, es decir, de nuestros sentidos. Mientras estas chimeneas se dedican a eructar con mandíbulas manchadas de hollín, la ciudad de Londres parece más bien la ladera del monte Etna, la corte de Vulcano, Estrómboli, o los bajos fondos del infierno, en lugar de una asamblea de criaturas racionales y la sede imperial de nuestro incomparable monarca. Pues mientras en el resto de lugares el aire es puro y sereno, aquí queda eclipsado por una nube de azufre tan densa que el propio sol, que da la luz al resto del mundo, es incapaz de perforar para derramar sus rayos sobre Londres. Así, el viajero cansado huele la ciudad desde varias millas de distancia, mucho antes de verla. Ese humo pernicioso es el que mancilla toda su gloria, crea una costra de hollín o de piel sobre todo lo que toca, estropea cuanto se mueve, empaña la plata, el bronce y los muebles, corroe hasta las barras de hierro y la piedra más dura por las substancias que acompañan a su azufre, y desgasta y castiga más en un solo año de lo que la exposición al aire puro del campo destruye en varios siglos.

      Cafeterías

       Correspondencia privada

      John Macky y César de Saussure

      

      

       A partir de 1650 empezaron a abrirse en Londres unos establecimientos, llamados cafeterías, que ofrecían a sus clientes té y café, dos nuevas y exóticas bebidas. También se abrieron chocolaterías, que hacían lo propio con el chocolate. En las cafeterías no solo se disfrutaba de un café en compañía de los amigos, sino que se convirtieron en sede de tertulias y discusiones filosóficas, lo que llevó a que el gobierno intentara una y otra vez suprimirlas. Sin embargo, la pasión por las cafeterías era incontenible y a principios del siglo xviii, apenas cincuenta años después de su primera aparición, Londres ya contaba con dos mil. Según Antoine François Prébost, un visitante francés, las cafeterías, «donde uno podía leer todos los periódicos, a favor y en contra del gobierno», eran «la sede de la libertad inglesa». John Macky, un escocés de visita en Londres, dejó escritas sus impresiones sobre las cafeterías del West End.

      Me alojo en una calle llamada Pall Mall, que es el lugar habitual de residencia de todos los extranjeros debido a su proximidad al palacio real, al parque, al parlamento, a los teatros y a las chocolaterías y cafeterías que frecuenta la flor y nata de la ciudad. Si quieres saber cómo vivimos, te lo diré: nos levantamos a las nueve, y los que frecuentan las recepciones que hacen por la mañana los grandes señores en sus dormitorios se entretienen en ello hasta las once. Alrededor de las doce todo el Beau Monde se reúne en las diversas cafeterías y chocolaterías, las mejores de las cuales son la Cocoa-Tree House, White’s Chocolate House, St. James’s, la Smyrna, Mrs. Rochford’s House y la British Coffee-House, y están tan cerca unas de otras que en menos de una hora puedes ver a la concurrencia de todas ellas. Nos llevan a estos lugares en sillas (o sedanes), que son muy baratos, una guinea a la semana o un chelín por hora, y los silleros ejercen además de porteros y te hacen recados como los gondoleros en Venecia.

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      Grabado de 1763 que muestra una representación satírica del interior de la cafetería Jonathan’s, donde se reunían los vendedores y compradores de valores. Esta cafetería fue el origen de la Bolsa de Londres. Al autor, H. O. Neal, no le gustaban los tejemanejes de los financieros, pues dibuja a Britania, representación de la nación, desmayándose en el extremo izquierdo de la composición, mientras en el derecho un diablo se regocija. Si no por otra cosa, el hecho de que aparezca una mujer delata que se trata de una alegoría, pues las mujeres tuvieron prohibido el acceso a las cafeterías de Londres hasta la segunda mitad del siglo xix.

      Si hace buen tiempo, paseamos por el parque hasta las dos y luego vamos a comer; y si hace mal tiempo nos entretenemos jugando al Picket o al Basset7 en White’s, o hablando de política en la Smyrna y en St. James’s. No debo dejar de decirte que cada partido tiene su lugar favorito y, aunque un extraño siempre es bien recibido en cualquiera de ellos, un whig no pondría un pie jamás en el Cocoa-Tree o en Ozinda, y a un tory jamás se le vería en la Coffee-House de St. James’s.

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      Grabado de Gustave Doré de una cafetería en Petticoat Lane, publicado en London: A Pilgrimag (1872).

      Con el tiempo, las cafeterías evolucionaron y algunas de ellas se convirtieron en clubes privados. Así,White’s Chocolate se transformó en White’s Club, el más aristocrático (y el más antiguo) de todos los clubes de caballeros de Londres. La tendencia de los londinenses de ideas políticas afines a congregarse en el mismo café se extendió a los negocios: el doctor Johnson y sir Joshua Reynolds fundaron el Literary Club en el Turk’s Head del Soho (barrio que, a su vez, tomó su nombre del grito «So-hoe» que proferían los cazadores en los días en que aquella zona era campo abierto), mientras que las aseguradoras marítimas se reunían en la cafetería Lloyds, donde se acabó fundando el mercado de seguros. Ahora bien, a ojos de un extranjero como César de Saussure, un protestante suizo, las cafeterías parecían a veces lugares muy rudimentarios. El fragmento que reproducimos a continuación procede de una de sus cartas.

      En Londres hay un gran número de cafeterías, la mayoría de las cuales, a decir verdad, no están demasiado limpias ni bien amuebladas, debido a la cantidad de gente que acude a ellas y por culpa del humo, que pronto acaba con los buenos muebles. Los ingleses son grandes bebedores. En estas cafeterías puedes tomar chocolate, té o café, y todo tipo de licores, servidos calientes; también hay muchos lugares en los que se puede beber vino, ponche o cerveza (…) Lo que atrae a muchísima gente a estas cafeterías son las gacetas y otros periódicos públicos. Todos los ingleses son voraces consumidores de noticias. Los trabajadores suelen comenzar el día yendo a las cafeterías para así poder leer las últimas noticias. He visto muchas veces a limpiabotas y otra gente de su clase hacer fondo común para comprar un periódico (…) Algunas cafeterías son frecuentadas por eruditos y gente de ingenio; otras son terreno de dandis y políticos o, de nuevo, de profesionales de las noticias.

      El gran incendio de Londres

       Diario

      John Evelyn

      

      

      1666 no fue un buen año para Londres. Justo cuando la peste dejaba de atormentar a la ciudad, el fuego la consumió casi por completo. Cerca de las dos de la madrugada del 2 de septiembre de 1666 se produjo un incendio en la casa de Farryner, el panadero del rey, en Pudding Lane. No hay que dejarse engañar por el nombre, pues esta calle no era famosa por sus postres, sino por las entrañas y despojos de animales (también llamados puddings) que se caían de los carros de los carniceros de Eastcheap cuando llevaban los restos de su comercio a las barcazas de basura

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