Guía literaria de Londres. Varios autores

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Guía literaria de Londres - Varios autores страница 9

Автор:
Серия:
Издательство:
Guía literaria de Londres - Varios autores

Скачать книгу

aquellos que cuestionen su paso a la posteridad solo tienen que mirarlo para cerciorarse. El gran arquitecto duerme bajo el cobijo de la catedral que levantó del polvo y las cenizas, y no se escribió ningún epitafio más noble ni justo en una tumba que el que encomienda sus restos a la reverencia del mundo.4 El Gran Incendio de 1666 no fue sino un accidente en la carrera de sir Christopher Wren. Ya antes de que se produjera había sido nombrado miembro de la comisión destinada a considerar la posibilidad de reconstruir por completo la catedral, que había sido construida a retazos, con las nociones de belleza arquitectónica de un arquitecto obscureciendo, en lugar de complementando, las de otro. Hacía tiempo que se había decidido intentar dotar de simetría, cohesión y coherencia al edificio, y al final se había puesto de manifiesto que ese objetivo solo podía lograrse derrumbando la vieja estructura y erigiendo una nueva catedral que debía ser diseñada por el intelecto y la imaginación de un solo hombre, es decir, que debía ser la creación de una mente extraordinaria. Pero el plan se fue demorando por diversos motivos. Se interpusieron consideraciones políticas; hubo planes enfrentados y hostiles entre sí; se produjeron los retrasos y aplazamientos típicos de cualquier proyecto, y al fin pareció que no se iba a hacer nada. El Gran Incendio vino entonces al rescate y obligó a que se erigiera algo nuevo. Incluso Wren no pudo construir el templo tal y como él habría querido —su suerte quiso que tuviera que someterse a las llamadas consideraciones prácticas—. Por ejemplo, la idea de Wren era adoptar un principio del que he hablado recientemente como algo a lo que aspira un amigo mío: el principio de que San Pablo debía elevarse separada de los demás edificios y que debía poderse contemplar entera desde el río, desde la cúpula hasta su base. En la mente de Wren este objetivo podía alcanzarse creando una larga hilera de elegantes muelles que flanquearan el río, anticipando de este modo, y llevando más abajo en el río, la idea de lo que luego sería el Embankment, la canalización del Támesis. Pero Wren no logró llevar a cabo su plan. Se permitió que casas, almacenes y embarcaderos se amontonaran a los pies de la catedral caóticamente, y San Pablo se levantó tal y como la vemos ahora —o más bien como no la vemos ahora, excepto a trozos, fragmentos o plazos—. Aun así podemos, si lo deseamos, formular alguna asociación poética incluso a partir de su presente situación eclipsada y oculta, y añadirla a la reflexión que ya he hecho sobre que el descuido y los errores de generaciones pasadas han dejado que San Pablo tenga su base en el mismísimo corazón de la vida de la City. ¿Acaso no es semejante a un árbol grande y majestuoso, a algún gran cedro o alta palmera, a algún gigantesco ejemplar de un bosque de Sacramento que levanta su copa y extiende sus anchas ramas hacia el aire claro de las alturas, y deja que los matorrales y los musgos verdes y las flores silvestres y las pobres, comunes y bajas malas hierbas crezcan en su base?

      Llega la noche y San Pablo está sola. Toda la parte de la ciudad que la rodea queda sin movimiento ni vida. No se ven luces ardiendo a lo largo de Ludgate Hill. La estatua de la reina Ana mira hacia la oscuridad. No alumbra ninguna ventana en Cheapside. A partir de la media noche las campanas de St. Mary le Bow repican para nadie. Hay algo particularmente melancólico, inane y fútil en una campana que suena en la noche sin tener ninguna posibilidad de despertar oídos durmientes. Nadie vive en esta parte de la ciudad. Esta parte se ha ido a la cama. A la cama en Park Lane; en Piccadilly y Belgrave Square y Eaton Square; en Norwood y Hampstead y Clapham; en Wood Green y Brondesbury; en Bethnal Green y Stratford-atte-Bowe; a lo largo de la línea de muelles, en cualquier parte: la población de la City está compuesta por todo tipo de clases sociales. El Asmodeo que pudiera estudiar todas las viviendas en las que duerme la gente que huye de la City al caer la noche tendría una oportunidad poco habitual para la sátira sobre la diversidad social de Londres. Suponiendo que fuera un demonio bondadoso, admitiendo en él cierta simpatía hacia la imposible condición del hombre situado entre tentadoras posibilidades y debilitantes defectos, ¿cuál sería el resultado de su investigación: el abatimiento o la esperanza?

      Sea como fuere, el espacio que rodea a San Pablo está en silencio, despejado y solitario. Los vivos han partido. ¿Quizá entonces vuelven los muertos y recuperan sus antiguos lugares? ¿Acaso una multitud del periodo de la Restauración pasea por la base de la catedral y la admira por cómo se ha levantado de nuevo de entre sus ruinas? ¿Acaso Nell Gwynn pasea por allí sonriente?5 ¿Llegan Evelyn y Pepys cogidos del brazo? ¿Está allí el príncipe Ruperto, convertido en científico e inventor en su vejez, pasada ya la época en que podía ganar solo su mitad de cualquier batalla? ¿Acaso el hombre más célebre de su época, un hombre extraordinario en cualquier era, ha dejado su trabajo de carpintero de ribera en Tower Hill y sus bebidas de brandy con pimienta… ha venido Pedro, el zar de Rusia, Pedro el Grande, al oeste a contemplar la cúpula de San Pablo? Sería curioso si este revisitar los atisbos de la luna alrededor de San Pablo no estuviera limitado a la compañía de aquellos que presenciaron la resurrección de la catedral y que los espectros de todas las épocas, o al menos desde los días de los centinelas romanos, pudieran aparecer por la noche en Ludgate Hill y honrar con su presencia a la última edición de San Pablo. En esta cuestión no puedo aventurar ninguna opinión. Pero sí estoy firmemente convencido de que esta catedral nunca está completamente sola. Los vivos la rodean de día; los muertos son libres en ella por la noche. El Monumento6 es contemporáneo de su última encarnación, Westminster Abbey es demasiado joven como para haber presenciado su primera aparición en esta colina del este.

      Algo de verdad tienen las palabras de McCarthy en cuanto a que San Pablo es la catedral con la que más se identifican los londinenses, y también está en lo cierto cuando dice que parece ser destruida y reconstruida de nuevo cada cierto tiempo para servir a una nueva generación. La catedral actual es uno de los San Pablo más longevos, pero también estuvo cerca de sufrir el mismo fin que sus antecesoras: la destrucción a manos del fuego. Solo que esta vez no fue un incendio involuntario, sino el fuego de los bombardeos alemanes sobre Londres durante el Blitz, en la Segunda Guerra Mundial. La Luftwaffe, durante abril, mayo y junio de 1942, estableció fijó entre sus objetivos los monumentos nacionales enemigos. Hitler tomó esa decisión enfurecido por el bombardeo de Lubeck por parte de la RAF, pues no consideraba que esa ciudad fuera un objetivo militar. Los alemanes establecieron como objetivos, por increíble que parezca, todos aquellos edificios ingleses marcados con tres estrellas en la guía Baedeker de la época, entre ellos, por supuesto, San Pablo. La City, el barrio que la rodea, fue atacada repetidamente con bombas incendiarias, pero, milagrosamente, San Pablo sobrevivió, convirtiéndose en un símbolo de resistencia para los londinenses. Bajo estas líneas reproducimos una fotografía, ¡San Pablo sobrevive!, que se convirtió en una imagen icónica de la Batalla de Inglaterra. Algunos, menos inclinados a creer en milagros, han defendido posteriormente que los alemanes evitaron de manera intencionada destruir la catedral porque su cúpula, tanto durante el día como cuando reflejaba la luz de la luna, les resultaba extremadamente útil para orientarse y poder llevar a cabo sus misiones.

15

      El smog de Londres

       Fumifugium

      John Evelyn

      Se considera que Fumifugium, un panfleto publicado en 1661, fue uno de los primeros textos sobre la contaminación del aire y el primero en abordar un problema que castigaría a Londres durante varios siglos. Su autor, John Evelyn (1620-1706) fue un diarista y escritor que ha quedado injustamente eclipsado por su contemporáneo Samuel Pepys. Miembro fundador de la Royal Society, Evelyn fue además célebre por sus extensos conocimientos sobre árboles y jardinería, lo que, conjuntamente con su preocupación por la contaminación del aire y su estudio del vegetarianismo, lo convierten, aunque él no fuera consciente de ello, en un pionero del ecologismo.

      Que esta gloriosa y antigua ciudad, que desde la madera se convirtiera en ladrillo y (como una nueva Roma) del ladrillo pasara al mármol y a la piedra —la ciudad, en suma, que domina el orgulloso océano hasta las Indias y alcanza las Antípodas—, envuelva su digna cabeza en nubes de humo y azufre, tan apestosas

Скачать книгу