Una mujer en pedazos. Giselle Rumeau
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—Me encontraron un tumor maligno en la teta izquierda —les dije sin vueltas.
Vicky me echó una mirada asesina. Como si mi teta fuera el mismo demonio. Como si hubiera contraído cáncer a propósito tan solo para arruinarle el verano. No pude ver en ella la menor emoción. Tras un interminable silencio, minimizó la situación con una desaprensión tal que me heló la sangre. Cruzó las piernas, comenzó a balancear un pie en el aire y me respondió:
—Bueno, no pasa nada. Conozco miles de personas que pasaron por lo mismo y se curaron. No es tan grave.
—Sí, es grave, Vicky. Voy a tener que hacer quimioterapia para evitar que el cáncer reaparezca después de la operación. Se me va a caer todo el pelo —le dije.
Fue ahí cuando se paró, se tomó sus cabellos con ambas manos y caminó hacia el baño gritando:
—¡Yo tengo que hacerme un baño de queratina! ¡Miren mi pelo, está horrible!
Tuve que coagular mis emociones para evitar que emanen con la fuerza de una hemorragia. Conozco a Vicky, es tan liviana como bella e inteligente, pero su negación, su falta de registro, me estaban destrozando.
Sofía reaccionó de una manera más sensata aunque tampoco pudo disimular su incomodidad. Primero cerró los ojos —me he convertido en un espejo siniestro en el que nadie se quiere mirar, pensé— y enseguida salió con las estupideces que siempre se dicen en estos casos. No la culpo demasiado. Es vocera de un diputado nacional y sus comentarios suelen ser siempre políticamente correctos.
—¡Qué fuerte, Gi! Pero vas a salir adelante. Estoy segura, no te preocupes —dijo.
Así y todo no pudo evitar culparme por la enfermedad o por no haber sabido manejar mi vida. Enseguida se puso a buscar la dirección de un nutricionista especializado en cáncer para que mejore mi alimentación.
—¿Te dijeron si pudo haber influido tu depresión por Pato en todo esto? —me preguntó desde su dormitorio, mientras revolvía un cajón.
—No. Tanto mi mastóloga como el oncólogo dicen que el cáncer puede ser producto de una combinación de factores, ambientales, genéticos o hereditarios, pero que aún no saben bien qué lo origina. Es una célula que se vuelve loca, que no quiere morir y por eso no para de crecer, así de simple —respondí sola en el comedor.
Vicky dejó de mirarse en el espejo del baño y volvió para hacer una propuesta absurda.
—¿Vamos a bailar mañana a la City?
—¿Vicky, vos estás escuchando lo que estoy diciendo? —le pregunté.
No recuerdo el tono de mi voz en ese instante. Sentí un impulso rabioso pero lo contuve. No quería discutir, no tenía fuerzas. Solo quería irme a mi casa. Les dije que no me sentía bien y me pedí un taxi. En el camino me acordé de Valeria, una gran amiga con quien me distancié hace un año por una discusión política. Ella es una periodista militante del kirchnerismo y yo siempre fue crítica de ese gobierno. Se enojó conmigo cuando rechacé una buena oferta económica para trabajar con ella como editora en un diario K. Dejamos de vernos para no criticar nuestros respectivos trabajos, para no lastimar nuestra profunda amistad. Sentí una pena infinita. Ella siempre tenía una respuesta certera, tranquilizadora, convincente. De repente me di cuenta de cuanto la extrañaba.
CLARA
V
Yo lo sabía. Sabía que algo andaba mal con mi hermana adorada, mi hermanita hermosa, pobrecita, siempre triste, siempre angustiada, sin creer en nada. Hubo miles de señales desde que se alborotó con el infeliz de Pato, miles de avisos a la vista estos últimos años, pero no me di cuenta a tiempo, no llegué a descifrarlos porque Julián dice siempre que no me sugestione y hasta me trata como si estuviera loca. Pero yo sé que las señales existen. No estoy segura si son mensajes divinos o responden a las fuerzas de la naturaleza, solo hay que prestarles un poco de atención, nada más, porque las señales están ahí todo el tiempo diciéndonos esas cosas que no queremos ver o escuchar. Por eso ahora siento este dolor inmenso acá en el pecho, una puñalada desgarrándome el corazón porque no pude evitarlo. Dios sabe que daría cualquier cosa por librar a mi hermanita linda de este tormento. Hubiera preferido que me pase a mí y no a ella. Se lo dije a Julián, tendría que haber sido yo. Ella no cree en nada, la pobre no tiene de dónde agarrarse, en cambio yo tengo mi fe.
Esa misma fe fue lo primero que me vino a la cabeza cuando me llamó esta mañana por teléfono para decirme que se había enfermado. Empezó diciendo que no me asuste, casi susurraba la pobrecita, tengo algo feo para decirte, me atajó, pero apenas dijo la palabra cáncer yo ya no pude escuchar más. El piso comenzó a girar con la fuerza de un tornado y me vi cayendo en medio del remolino de pánico y culpa. Volvió a mi cada frase de la última charla que tuvimos en Quilmes hace apenas una semana, aún ahora repica en mi cabeza una y mil veces cada palabra de ella, inconsciente y arrogante, contra mi fe y mi creencia. Pero vos sos inteligente, Cla, me dijo, cómo podés creer en Dios, en la Virgen y en todas esas supersticiones, me espetó en la cara, con una media sonrisa burlona. Ella siempre fue así, desde chiquita, más buena que el pan pero impetuosa y desafiante, con una sinceridad brutal que termina por hacerte enojar. La odié en ese momento como la odiaba cuando éramos chicas y no quería jugar conmigo, la odié como cuando se tragaba, angurrienta, sus golosinas en dos segundos y luego me suplicaba para que le convide las mías con ojitos de cordero degollado, la odié al igual que lo hacía cuando mala y enfurecida me imponía sus caprichos a los golpes. La odié como entonces pero no alcancé a decir ni mu porque enseguida me dio pena su vacío espiritual. Dios no permita que le pase algo malo, fue todo lo que pensé.
Y ahora, el amor incondicional que siento por ella, este dolor tan grande como una casa, este miedo que me endurece los músculos, se me mezclan con una culpa espantosa y pesada por haber sentido bronca de su soberbia. Y acá estoy sin poder dejar de llorar por mis pensamientos de mal agüero que le han hecho daño sin querer. Y ahí está Julián, retándome otra vez, basta, no te sugestiones, dice, y cómo no hacerlo si parece una trampa del destino, o una burla divina, como si el mismísimo Dios la estuviera poniendo a prueba.
¿Acaso será esto otra señal? ¿Será que Giselle se va a salvar y todo no es más que un mal trago, el trago amargo del escarmiento, para superar su arrogancia? Quizá si se curara volvería a creer, como cuando tenía ocho años y se levantaba temprano los domingos para ir solita a misa pese a que le tenía un miedo espantoso al demonio, un pánico incontrolable que la hacía pasarse todas las noches a mi cama. Quizá sea una oportunidad para recuperar su fe. Nada más que eso, nada irreparable. Dios aprieta pero no ahorca porque todo podría ser peor de lo que es. Lo digo porque cuando la habitación dejó de dar vueltas, pude escuchar que el tumor es muy malo, que está ahí desde hace un tiempo, ¡quién sabe desde cuándo! pero por suerte no se le desparramó. Sé que mi hermana está dispuesta a pelear, si lo sabré yo que la vi guerrear por cosas insignificantes, pero me preocupa que sea tan incrédula.
Ella no cree en Dios y tampoco hay nada que la consuele. Ni la vidente pudo convencerla de que algo andaba mal, se lo dije a Julián, ¿viste?, eso fue una señal, otra más que anunciaba esto. Me acuerdo que Marta se lo remarcó bien clarito aquella tarde que la fuimos a visitar, pero a ella no se le movió un pelo. Pagó la consulta y chau, se fue sin hacer caso a las recomendaciones. Al