Los caminos de la música. Rodrigo De la Mora Pérez Arce
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En el interés de la presente investigación, recuperaré no los trabajos clásicos sobre espacio sino aquellos que lo abordan en su complejidad. Partiré por revisar la concepción de espacio como producción humana de Henri Lefebvre (1991 [1975]), para continuar con la revisión del modelo de análisis regional y nacional propuesto por Claudio Lomnitz (1995 [1992]), así como los estudios sobre espacio como representación en los procesos ligados a la globalización (Appadurai, 1988; Gupta & Ferguson, 1992; Hall, 1991; De la Peña, 1999a, 1999b; Kearney, 2008).
ESPACIO COMO PRODUCCIÓN HUMANA
De la amplia literatura en ciencias sociales sobre espacio, me centraré en la concepción marxista de Lefebvre (1991 [1975]) de espacio como producción humana. En su enfoque, y alejándose de la idea de espacio físico como unidad aislada, todo espacio es una construcción social, que en sí mismo implica una integración de relaciones sociales, basadas en una jerarquía de clases sociales y en modos de producción dominante. Lefebvre propone así un modelo tripartito, en el cual cada uno de los elementos es indisociable de los otros: interrelaciona de esta manera, representación, práctica y espacio, como elementos que se codeterminan. En primer lugar, entiende práctica espacial como un ejercicio que “abarca producción y reproducción, y las locaciones particulares y los grupos espaciales característicos de cada formación social” (Lefebvre, 1991 [1975], p.33; traducción propia en esta cita y en las subsecuentes). Para el autor, es la práctica espacial la que produce el espacio de una sociedad, asegura su continuidad y algunos grados de su cohesión. “En términos de espacio social, (24) y de cada miembro de una dada relación social con el espacio, esta cohesión implica un nivel garantizado de competencia y un nivel específico de performance” (25) (p.38). En segundo lugar, entiende a las representaciones del espacio como conceptualizaciones ligadas a las relaciones de producción y al “otro” que impone esas relaciones, y por lo tanto ligadas también a los conocimientos, a los signos, a los códigos y a las relaciones “frontales” (1991 [1975], p.33); tienen al tiempo combinadas ideología y conocimiento dentro de una práctica (socio–espacial) (1991 [1975], p.45). En tercer lugar, entiende a los espacios representacionales como “el espacio directamente vivido a través de sus imágenes y símbolos asociados, y es por lo tanto el espacio de los “habitantes” y “usuarios” [...] Este es el espacio dominado —y por lo tanto pasivamente experimentado, que la imaginación trata de cambiar y apropiarse. Se superpone al espacio físico, haciendo uso simbólico de los objetos” (1991 [1975], p.39).
Como he mencionado, “espacio”, más que un concepto, será utilizado como una heurística en la cual los conceptos de lugar, paisaje, territorio, territorialidad, región, migración y desplazamiento, conducen a reflexiones sobre cómo es construida la dimensión social a través de la práctica. En palabras de David Harvey:
Desde un punto de vista materialista, podemos, pues, sostener que las concepciones objetivas de tiempo y espacio se han creado necesariamente mediante prácticas y procesos materiales que sirven para reproducir la vida social (1998 [1990], p.228)
ESPACIO COMO REGIÓN CULTURAL
Quizá uno de los modelos más complejos y al mismo tiempo más completos para el estudio de las relaciones sociales en una región determinada es el propuesto por Lomnitz en su obra Las salidas del laberinto. Cultura e ideología en el espacio nacional mexicano (1995). El trabajo de este autor se distingue por plantear un modelo de comunicación entre diferentes grupos de identidad en un campo social de poder regional, es decir, se trata de un modelo de análisis de la configuración de la hegemonía espacializada.
El objetivo central del modelo de Lomnitz es explicar la complejidad de la cultura nacional mexicana y el manejo de la hegemonía cultural, a partir del análisis de la conformación y formas de interrelación entre el estado nacional y las diversas regiones culturales que lo conforman, lo cual implica un grado significativo de complejidad. Partiendo de la reflexión crítica desde lo limitado de los modelos clásicos o “lineales” sobre región, propone un enfoque multidimensional y complejo para explicar cómo al interior de las regiones culturales —que sumadas y en interacción, integran la cultura nacional—, se dan diferentes formas de interrelación entre grupos de identidad y clases sociales.
Son varios los conceptos que el autor ha acuñado para estructurar su modelo de análisis. A continuación, los expongo una descripción abreviada. (26) Desde su perspectiva y recuperando los aportes para el análisis de la cultura propuestos por Raymond Williams (1977), Lomnitz entiende por región cultural a aquel “espacio que se articula a través de un proceso de dominación de clase” en el cual “se subyugan grupos culturales, se crean clases o castas, y estas clases o castas se ordenan en un espacio jerarquizado” (Lomnitz, 1995, p.46). Paralelamente, expone que al interior de una región cultural, existe en su interior una cultura regional, la cual define como el “conjunto de manifestaciones reales, regionalmente diferenciadas, de la cultura de clase [...] que se produce a través de las interacciones humanas en una economía política regional” (1995, p.39). Participan así, dentro de esta cultura regional tanto clases como grupos de identidad que se relacionan disputándose y negociando la hegemonía, a través de los llamados marcos de comunicación o de interacción:
Una cultura regional es aquella internamente diferenciada y segmentada. Los diversos “espacios culturales” que existen en una cultura regional pueden analizarse en relación con la organización jerárquica del poder en el espacio. Así, dentro de una región dada es posible identificar grupos de identidad cuyo sentido de sí mismos (o sea, los objetos, experiencias y relaciones que valoran, o sus fronteras) se relacionan con sus respectivas situaciones en la región de poder. Además, una cultura regional implica la construcción de marcos de comunicación dentro y entre los grupos de identidad, marcos que a su vez ocupan espacios (1995, p.36).
En realidad, Lomnitz termina por integrar ambos conceptos al señalar que
Si queremos definir regiones de poder culturales, o simplemente culturas regionales (como las llamaremos), tendremos que examinar la dimensión espacial de la comunicación en términos de las relaciones de poder al interior de dichas regiones. Al enfocar sustantivamente el problema del poder se implica por supuesto, que no bastará tomar nota de los patrones de comunicación; se tratará, finalmente, de analizar la cultura misma (1995, p.36).
Mientras que, por una parte, según define cultura de clases es un concepto abstracto, es decir un tipo ideal que puede construirse a partir de la observación de las culturas íntimas de una región, por otra parte, define cultura íntima como la cristalización u objetivación de la cultura de clase, o sea “el conjunto de manifestaciones reales, regionalmente diferenciadas, de la cultura de clase [...] es la cultura de una clase en un ambiente regional específico” (1995, p.39). Continúa explicando lo anterior al puntualizar que
los miembros de una misma clase viven en distintos lugares y entre miembros de otras clases. Y como los símbolos y los significados se originan y se negocian en el curso de la interacción social, las variaciones entre los diferentes lugares que ocupan los miembros de una clase se traducen en variaciones en la cultura de esa clase (1995, pp. 45–46).
Lomnitz enfatiza que cultura íntima se refiere a la cultura de una clase social en una determinada localidad y no necesariamente se limita a un determinado grupo de identidad. Esto es, que la identidad grupal puede poseer múltiples particularidades en función de la diversidad de clases y culturas íntimas que posea.
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