Un verano con Clío. José Luis de Montsegur
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–No tío. No me gusta. Lo probé una vez y casi me muero.
–¡Esta juventud! A tu edad yo ya fumaba como un carretero. Luego dejé los cigarrillos y empecé con la pipa, así fumo menos y no es tan perjudicial como el cigarrillo. Bueno, pero fumarás un «porrete» de vez en cuando, ¿no? –Manuel hizo un gesto de complicidad.
–Pues… alguna vez, en las fiestas de estudiantes doy alguna calada, pero no me gusta mucho, me marea. No le encuentro la gracia; además, si quiero hacer deporte no puedo fumar; me gusta correr y nadar y para eso hay que tener buenos pulmones.
–Eso está muy bien Julio. Ojalá yo también hiciera algo de deporte, pero no tengo tiempo –el profesor miró de nuevo el cielo estrellado–. ¿Sabes? De ahí venimos nosotros.
Julio miró también al cielo contemplado las miríadas de estrellas.
–¿Qué quieres decir? Ahora que reparo en ellas y las veo bien, ¡son preciosas!
–Imagínate que estuviéramos flotando en el espacio interestelar. A nuestro alrededor todo sería negrura, salpicada por millones de lucecitas que brillarían más o menos intensamente, las estrellas…
Manuel empezó a hablar suavemente; solo le interrumpían de vez en cuando las chupadas y exhalaciones del ondulante humo de la pipa. Su voz de barítono, bien timbrada, resonaba majestuosa y seductora en el porche sumido en la penumbra, apenas iluminado por unas luces solares clavadas en el suelo del jardín. Julio se sintió atrapado por ella.
–…de pronto notamos un calorcito en una parte de nuestro cuerpo y vemos que está iluminado. Volvemos la cabeza y contemplamos a lo lejos lo que parece una inmensa bola de fuego radiante que nos deslumbra, el Sol. Luego, mirando en otra dirección, contemplamos varias esferas de diferente tamaño y a distintas distancias del Sol. Son los planetas del llamado sistema solar, los mundos que acompañan al astro rey en su caminar por nuestra galaxia, la Vía Láctea. Resulta que el Sol es una estrella que gira en uno de los «brazos» de la Vía Láctea. En las noches en que se aprecia, parece un camino blanquinoso que atraviesa el cielo, pues vemos una parte de su forma discoidal cuajada de estrellas.
–¿Y por qué estamos dentro de una galaxia? –preguntó Julio intrigado. Siempre le habían gustado las historias de ciencia ficción, del espacio y sus mundos misteriosos.
–Por si no lo sabías, el Universo está lleno de galaxias que se agrupan en racimos, millones y millones de ellas, hasta donde alcanzan nuestros telescopios. Es presumible que donde no podemos ver todavía existan muchas más, y así hasta no sabemos dónde. Las galaxias adoptan varias formas, pero la más característica es una espiral, un tremendo conjunto de estrellas, planetas, cometas, satélites, asteroides, polvo cósmico, gas, etc. que giran formando un disco gigantesco alrededor de un agujero negro.
–He oído hablar de los «agujeros negros». Los vi en una película del espacio. Uno casi se traga la nave de los protagonistas. ¿Qué son en realidad?
–Los agujeros negros se supone que se han formado debido a la implosión de una gigantesca estrella, que al comprimirse hasta casi desaparecer adquiere tal masa en tan reducido espacio que genera una inmensa gravedad y absorbe todo lo que hay a su alrededor como si fuera un embudo o un desagüe. Una fuerza atractiva tal de la que ni siquiera la luz puede salir; por eso lo llaman «agujero negro».
–Pues no quisiera ser astronauta y pasar cerca de uno de ellos.
–Suelen estar en el centro de cada galaxia. El nuestro, afortunadamente, está a millones de años-luz.
–Un año luz… es una distancia enorme ¿no?
–Piensa que la velocidad de la luz es de unos 300.000 kilómetros por segundo. Pues la distancia que recorre la luz en un año es «un año-luz». Algo inimaginable para nosotros. El Universo es tan grande que se tuvo que idear esta medida para calcular las distancias entre estrellas y galaxias. Por ejemplo, si quisiéramos ir de un lado a otro del disco de nuestra galaxia a la velocidad de la luz, tardaríamos unos 100000 años.
–¡¡Qué flipe tío!!
–Podemos hacer una fácil reproducción de una galaxia en casa. Coge un poco de jabón y, en un lavabo con el desagüe tapado, haz espuma de manera que esta flote sobre el agua. Luego destapa de golpe el desagüe del lavabo y observa como el agua adquiere una dirección cuando se va colando por el agujero; es un movimiento circular y la espuma va formando una especie de espiral alrededor de ese agujero. Exactamente igual es la forma de una galaxia ¡pero a un tamaño infinitamente más grande! Y el agujero negro es el desagüe.
–¡Es verdad! –exclamó Julio excitado–, algunas veces he visto esas espirales en el lavabo y me han recordado a las fotos de las galaxias.
–Es curioso que la forma de espiral se reproduzca en todos los niveles y fenómenos de la naturaleza. Las últimas investigaciones dicen que las partículas subatómicas no son tales, sino infinitesimales tornados, pues estos y los huracanes adoptan la misma forma espiral que las galaxias. Incluso las olas del mar adoptan esta forma en su dinámica interna.
»Pero volvamos al espacio cósmico. Cada galaxia tiene cientos de miles de millones de cuerpos celestes. La nuestra, donde vivimos, mide de diámetro unos 100.000 años-luz. Si existen miles de millones de galaxias en el Universo, imagina, si puedes, lo enorme que es el Cosmos.
–No puedo imaginarlo tío; esas cifras son mareantes… ¡Cien mil años! Pero en la película La Guerra de las Galaxias entran en el hiperespacio y pueden recorrer las galaxias en poco tiempo.
Manuel sonrió aprovechando para encender de nuevo la pipa que se había apagado mientras hablaba.
–Existen teorías sobre los llamados «puentes Einstein-Rosen» que podrían perforar el espacio como un gusano una manzana, acortando la distancia entre las estrellas…pero todavía no se han comprobado.
»Ahora volvamos a nuestro modesto sistema solar. Las esferas que podemos contemplar tienen nombres mitológicos de dioses romanos. Desde muy antiguo ya se conocían casi todos, y como en Europa hemos vivido tantos siglos bajo el poder y la influencia del Imperio Romano, los planetas vecinos siguieron llamándose igual que sus dioses. Incluso Plutón, que se descubrió tardíamente, recibió el nombre del dios del inframundo romano (aunque hoy ya no se le considera propiamente un planeta, debido a su reducido tamaño).
–Qué interesante tío.
–Todos estos mundos, si estuviéramos flotando en el espacio, aparecerían a nuestra vista con colores más o menos apagados y uniformes. Pero nos llamaría la atención Saturno con sus anillos, Marte por su color rojizo, y un mundo extraño que es totalmente distinto a los demás y que no recibe el nombre de ningún dios mitológico. Un mundo azul que brilla en el espacio iluminado por el Sol. Azul por sus océanos y mares, con jirones blancos por sus nubes, y ciertos colores aquí y allá, verde por sus bosques –cada vez menos–, y marrón y ocre por sus tierras y desiertos que cada vez crecen más.
–He visto las fotos en Internet, son «guais».
–Este planeta que flota en el espacio, girando alrededor del Sol en una órbita elíptica, se llama «Tierra», prosaico nombre que le dieron sus habitantes «inteligentes» a pesar de estar mayormente cubierto de agua.
»Observamos al acercarnos, en ese vuelo imaginario por el espacio, que alrededor de la Tierra gira una esfera más pequeña. Es su satélite