Un verano con Clío. José Luis de Montsegur
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–En la Luna no hay nada tío, solo polvo y rocas; no sé para qué fueron allá. Si será fea que no han vuelto después de tantos años –intervino Julio.
–Efectivamente, parece un mundo muerto.
»Bueno, llegamos a lo más extraordinario que hay en este pequeño planeta llamado Tierra, y es que en él hay vida orgánica, hay organismos vivos, y no solo eso, también hay vida que reflexiona sobre ella misma, que se pregunta qué hace ahí, de dónde ha venido, hacia dónde va y cómo ha llegado hasta este mundo.
–¿Te refieres a nosotros, las personas?
–Me alegra ver que eres perspicaz. Hay muchos que se refieren a esta clase de vida llamándola «inteligente». Yo opino que, a la vista de su Historia, que iremos viendo, la inteligencia no es precisamente una de las virtudes de ese ser que camina erguido sobre dos piernas y que se llama a sí mismo «ser humano».
»La palabra «humano» proviene del latín «humus» que es esa mezcla de tierra, agua, bacterias y materia orgánica vegetal en descomposición que tan bien funciona para abonar las plantas. Se supuso durante muchos siglos que proveníamos de este compuesto fértil y que habíamos sido creados por un dios. Más adelante hablaremos de este asunto.
–¡Vaya! –exclamó Julio sorprendido–, no sabía que la palabra humano se relacionara con la tierra de jardín.
–Te sorprenderás de muchas más cosas, sobrino. Pero continuemos con el espacio exterior.
»En el resto de los planetas de este sistema solar, hasta el momento no se sabe si existe alguna clase de vida, aunque solo sea bacteriana.
–Sería «molón» que existieran extraterrestres.
–Eso dependería de sus intenciones y de las nuestras respecto a ellos... Pero ahora volvamos la vista hacia la Tierra.
»Nuestro planeta es un mundo bellísimo, lleno de contrastes, mares, desiertos, montañas, selvas, bosques, praderas, ríos, lagos. Si descendemos, observaremos que desde su superficie se contempla un cielo azul durante el día salpicado de nubes blancas que pueden tornarse grises cuando hay tormentas, mientras que por la noche el cielo aparece negro con puntitos blancos, las estrellas, y según sus ciclos la Luna redonda o en formas cambiantes, según la ilumine el Sol o la alcance la sombra de la Tierra en los eclipses.
»La Tierra es el tercer planeta en distancia que gira en torno al Sol y lo acompaña alrededor de la galaxia. Más cerca del astro rey están Mercurio y Venus, y más alejados, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y, por último, Plutón.
–Eso ya lo sabía, pero…¿cuál es la diferencia que permite la vida aquí y no en la Luna o en Marte?
–Lo que permite nuestra presencia en este mundo es que la Tierra está rodeada de una envoltura gaseosa llamada «atmósfera» que nos protege del vacío cósmico y de las crueles temperaturas y radiaciones del Sol. También nos protege de los meteoritos y asteroides, al menos de casi todos, que se desintegran al rozar con los gases atmosféricos, ya que alcanzan grandes temperaturas debido a sus altas velocidades de entrada.
–Pero en un reportaje de televisión vi que los dinosaurios fueron exterminados por la caída de un asteroide; entonces la atmósfera no sirvió de mucho.
–Claro Julio, te has dado cuenta del fallo que tenemos en nuestro planeta. Efectivamente, si un asteroide lo suficientemente grande llegara a la atmósfera, a pesar de perder parte de su masa, su tamaño le permitiría llegar a la superficie. Como consecuencia, debido a la enorme velocidad del impacto se produciría una explosión similar a la de varias bombas atómicas, incluso de miles dependiendo de su tamaño, lo cual generaría un invierno artificial temporal, pues las partículas de polvo y roca arrojadas a la atmósfera se mantendrían en suspensión durante años e impedirían que la radiación solar normal llegara a la superficie de la Tierra y a los océanos que sirven de termostato regulador de la temperatura.
»De esta manera parece que desaparecieron los dinosaurios, ya que a la onda calórica de la explosión le sucedió un gigantesco huracán y un invierno artificial prolongado que acabó con las plantas que eran su base alimentaria. Primero murieron los herbívoros y luego los carnívoros, sin olvidar la enorme bajada de las temperaturas. Se supone que los dinosaurios eran animales de sangre fría, como los cocodrilos, sus parientes, o los lagartos y los varanos. El frío repentino debió paralizarlos casi por completo.
–Así parece que fue; lo vi todo en un reportaje con modelos animados por ordenador. Fue emocionante –dijo Julio entusiasmado.
–Pero no hay mal que por bien no venga, ya que gracias a que los dinosaurios desaparecieron, los mamíferos pudieron prosperar y hacerse grandes, y de ellos procedemos nosotros. Probablemente si ese asteroide no hubiera caído en aquella época hoy no estaríamos aquí tu tía, tú y yo; en definitiva, ningún ser humano existiría.
»Pero sigamos con la atmósfera. Es rica en nitrógeno y oxígeno, lo que nos permite respirar y vivir. También tiene otros gases menos abundantes, como dióxido de carbono, hidrógeno, ozono y otros «gases nobles» en menores proporciones. También tiene nuestro planeta a su alrededor, mucho más lejos de la atmósfera, una protección magnética, los llamados «cinturones Van Hallen», que nos evitan los negativos efectos de los rayos cósmicos y del «viento solar», que son gigantescas emisiones de plasma, de partículas nocivas para la vida, que se desvían gracias a este oportuno escudo. Sin estos maravillosos escudos magnéticos tampoco sería posible la vida tal y como la conocemos.
–Vale tío, pero ¿cómo empezó el Universo? Nunca he entendido bien eso del «Big Bang».
Manuel se repantigó en el sillón haciendo crujir el mimbre. La pipa se le había apagado otra vez. La sacudió enérgicamente contra un cenicero de cristal situado sobre una mesita. Luego sacó del bolsillo un pequeño instrumento de metal y rascó la cazoleta, limpiándola de restos de tabaco quemado.
–Disculpa Julio, tengo que volver a encenderla para terminar esta conversación; ya te he dicho que me ayuda a pensar; manías de viejo profesor.
–No eres tan viejo tío, solo un poco mayor que mi padre.
–Sí, le llevo cuatro años, pero parecen más. Tu padre se conserva estupendamente. Claro, no fuma y hace deporte, si yo pudiera…
–Tú podrías si quisieras Manuel –dijo Cintia–, todo es cuestión de organizarse, y ya sabes lo que te dijo el médico.
–Sí, sí, que tengo que hacer deporte y dejar de fumar. Un día de estos empezaré a hacer las dos cosas, lo prometo –al decir esta última frase le guiñó un ojo a Julio–. Las mujeres que nos aman se preocupan por nosotros. Ya verás cuando tengas pareja.
»Bien –encendió la pipa con grandes bocanadas de placer–, estábamos con el principio de todas las cosas.
–Claro tío, tuvo que haber un comienzo, ¿no?
–Por supuesto. Las investigaciones parecen señalar que todo comenzó hace unos quince o dieciocho mil millones de años, cuando en nuestra dimensión se produjo un estallido de tales proporciones que ni siquiera podemos imaginar. Toda la materia que hay en el Universo –que es bastante– surgió en aquella explosión en forma de partículas subatómicas.
–¿Las partículas subatómicas son los quarks? –preguntó dudoso Julio.
–Efectivamente,