Un verano con Clío. José Luis de Montsegur

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Un verano con Clío - José Luis de Montsegur

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su reloj de pulsera–. ¡Caramba! ya es un poco tarde. Vamos a dormir y mañana continuamos. Tenemos que preparar un plan de estudios, un horario para organizarnos. Ahora tengo más tiempo, pero cuando llegue Clío tendremos que coordinarnos.

      Julio se levantó y le dio un beso a Cintia.

      –Buenas noches tía, hasta mañana.

      –Hasta mañana, que duermas bien.

      –Recuerda que desayunamos a las ocho en punto –advirtió Manuel.

      –Vale tío Manuel, no te preocupes. Hasta mañana.

      Julio entró en la casa y subió a su habitación. A través de la ventana contempló las estrellas que titilaban en lo alto y respiró profundamente advirtiendo la estela blanquecina de la Vía Láctea. Allá, sobre la negrura del cielo, las estrellas continuaban fabricando los elementos que luego servirían para que surgiera la vida. Se puso el pijama y se tumbó en la cama. Cerró los ojos y se durmió soñando con mundos rutilantes que giraban en el espacio infinito.

      e

      El comienzo de la vida

      La alarma del teléfono móvil despertó a Julio a las siete y media de la mañana. Dio un respingo en la cama y se estiró perezoso entrando en un agradable duermevela. A los diez minutos la alarma volvió a sonar. Julio saltó de la cama, tocó la pantalla de su smartphone para detener la música y entró en el cuarto de baño. Abrió la ducha y se metió bajo el agua resoplando, pues aunque estaban a final de junio, no le gustaba demasiado el agua fría sobre su cuerpo. Movió el grifo de la caliente hasta que consiguió una placentera temperatura.

      Después de la ducha se miró en el espejo que estaba encima del lavabo. Vio algún vestigio de acné, pero nada grave, y una leve pelusilla sobre la cara. Pensó que su padre no tenía la barba cerrada. De hecho estaba dos días sin afeitarse y apenas se le notaba.

      Por suerte él parecía seguir sus pasos, así tendría que afeitarse menos veces y podría comenzar a hacerlo más tarde que su mejor amigo, Guillermo, compañero de clase que ya se estaba afeitando desde al año anterior todos los días.

      Una vez vestido bajó a la cocina, que era amplia y rectangular con un entramado de vigas de madera soportando el techo y múltiples cacharros de brillante cobre colgando de la campana de la chimenea que creaban un ambiente rústico y acogedor. Una gran mesa de madera maciza de castaño ocupaba el centro. Sus tíos ya estaban sentados untando mantequilla en las tostadas. El olor agradable de café recién hecho llenaba la estancia.

      –Buenos días, huele bien ese café –dijo Julio al entrar.

      –Buenos días –respondió la pareja casi al mismo tiempo, como a coro.

      –¿Qué planes tengo para hoy? –preguntó Julio vertiendo el negro y aromático café en su taza.

      Cintia empujó levemente una cesta con rebanadas de pan tostado. Sobre la mesa, cubierta con un inmaculado mantel a cuadros, se ordenaban los frascos de la mermelada, cereales, paquetitos de mantequilla, una aceitera de cristal con aceite de oliva, una jarra con leche y una bandeja de cerámica con fiambres variados. Más al centro había otra jarra llena de zumo de naranja y tres copas de cristal.

      –Supongo que desayunarás bien en tu casa; el desayuno es la comida más importante del día –sentenció Cintia sonriendo y mostrando una limpia y cuidada dentadura.

      –Claro tía, no somos de cafetito ligero y magdalena. Me gusta empezar el día con un buen desayuno.

      –Hoy tengo trabajo en la facultad –intervino Manuel–; tengo que revisar exámenes, pero estaré aquí a la hora de comer. Creo que debes repasar el primer tema. Después de la siesta me comentarás lo que te ha parecido.

      –Vale, pero si tengo tiempo me gustaría darme una vuelta por los alrededores para respirar aire puro.

      –Muy bien Julio. El estudio no debe ser una obligación agobiante. No se tiene que hacer más de dos o tres horas seguidas. Un paseíto o cualquier otra actividad ayuda a despejar la mente, a recuperarse físicamente y a fijar las nociones en nuestro cerebro. Una vez refrescado, se puede seguir con la labor de descifrar esos malditos textos que los profesores nos empeñamos en haceros aprender ¿verdad?

      –Sí, es verdad. Lo siento tío, pero es que no veo la utilidad de esta asignatura; aparte de para presentarse a algún concurso de la tele, todo son cosas pasadas, viejas. A mí me interesa más lo que ocurre hoy.

      –Te comprendo sobrino, y no creas que me enfado por tu actitud. Es normal que los jóvenes solo os preocupéis por el presente y algo por el futuro, pero ya entenderás que la Historia es mucho más que una asignatura pesada e inútil. En realidad, conociendo nuestro pasado es como podemos entender el presente, lo que nos está pasando ahora y lo que puede ocurrir en el futuro. Podemos decir que es la llave que nos abre la puerta del conocimiento de quiénes somos en realidad y de lo que podemos esperar de nuestro comportamiento como especie.

      –Pues espero que me lo aclares tío, porque yo no veo nada de eso –contestó Julio con gesto de ignorancia.

      –Ten paciencia, Zamora no se tomó en una hora. –Manuel se levantó limpiándose la boca con una servilleta de papel.

      –Que aproveches la mañana. Nos veremos para comer.

      Cintia se levantó también y besó a su marido cariñosamente.

      –Ten cuidado con el coche.

      –Ya sabes que siempre lo tengo; además voy con tiempo de sobra, no necesito correr demasiado.

      Julio terminó su desayuno y ayudó a su tía a quitar la mesa.

      –Mañana por la mañana llega Clío; espero que hagáis buenas migas –comentó Cintia mientras metía los platos y las tazas en el lavavajillas.

      –¿Cuántos años tiene? –preguntó Julio.

      –Pues creo que unos veintisiete o veintiocho, si no me equivoco.

      «Vaya –pensó Julio algo decepcionado–, ya es bastante madurita, me lleva diez años por lo menos. Mejor, así me ahorro salir con esa empollona a entretenerla; para ella seré un crío con acné».

      –Pues claro, así cuando no esté el tío le podré preguntar cosas que no entienda.

      –Seguro que te ayudará. Se licenció con premio especial de carrera. Es una apasionada de la Historia.

      «Lo que me imaginaba –reflexionó Julio–, una empollona insoportable. En fin, trataré de encontrarme con ella lo menos posible».

      En su imaginación, Julio se estaba haciendo una representación mental de Clío: una chica gorda, con papada, fea de narices, de pelo grasiento, gafitas negras redondas de miope, ojitos de ratón y la sombra de un recio bigote sobre el labio superior.

      «Las guapas no estudian tanto –siguió pensando–; no tienen necesidad de destacar en los estudios; ya lo hacen con su belleza, y se ligan al que quieren, un tío con pasta o un famoso. ¿Para qué van a estudiar como locas? Solo las feas lo hacen».

      Terminó de ayudar a Cintia y salió al jardín. Un paseo entre los árboles y los parterres de flores le iría bien antes de empezar

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