Edgar Cayce la Historia del Alma. W. H. Church

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Edgar Cayce la Historia del Alma - W. H. Church

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nuestro origen? ¿Pueden estar ambas erradas, y también en lo correcto?

      ¿Existe un Dios personal? ¿Un demonio personal?

      ¿Qué hay de la muerte y de la vida después de la muerte?

      ¿De la preexistencia del alma?

      ¿De la reencarnación y el karma?

      ¿De otras tierras en el universo?

      ¿De múltiples dimensiones?

      ¿Cuál es la verdadera relatividad de tiempo y espacio?

      Por último, preguntemos: ¿Hemos completado ya nuestra evolución o somos una especie aún en transición? Si se trata de lo último ¿quiénes nos sucederán? ¿Nosotros mismos, de regreso?

      Preguntas, preguntas. ¡Tantas preguntas! Y apenas empiezo a enumerarlas.

      En esencia, esas son las preguntas que hacen los niños. Las preguntas fundamentales acerca de Dios, el hombre y el universo, a las que nadie presta atención.

      Sin embargo, Cayce sí lo hizo. Y obtuvo las respuestas para nosotros.

      Vamos, pues. Nos espera nuestro viaje de descubrimiento bajo su orientación psíquica. Sólo debemos dar el primer paso para estar en camino.

      ¿Y dije paso? Más bien un salto cuántico, para ser precisos. Porque, para empezar por donde es, debemos regresar en el tiempo, hasta antes de que el tiempo existiera.

      2

      ANTES DE LA GRAN EXPLOSIÓN

      Dios, la Primera Causa, se movió y el Espíritu entró en actividad. Al moverse, se nos dice, trajo la Luz. Luego, el caos.1

      Lo de la luz, podemos comprenderlo. Parecería ser consecuencia natural de que la Primera Causa se revelara a Sí misma en el movimiento. Porque toda luz es una forma de vibración o movimiento. Pero, ¿por qué habría de seguirle el caos?

      Al principio, esta sorprendente secuencia nos parece paradójica. Si debía haber caos en el primer movimiento de la Energía Creadora, esperaríamos un orden inverso de los acontecimientos: caos —el vacío de lo no revelado— seguido de una gran explosión de luz, una vibración cósmica. De hecho, justo lo que los cosmólogos parecen haber previsto bastante acertadamente como principio de las cosas, en su percepción racional del orden jerárquico divino (si es que fue «divino» y no un simple «suceso casual» en el tiempo y el espacio).

      Pero aceptemos que fue divino. El orden es demasiado evidente por doquier en el universo que podemos observar, como para admitir la teoría de lo «casual» como veremos más adelante. En cuyo caso, entonces el Creador Divino habrá tenido Su propia lógica.

      ¿Pero cuál es esa lógica? Sigamos. Está a punto de revelarse.

      La proyección de la Luz, descubrimos, fue sinónimo del despertar de la Fuerza de la Mente Suprema o Conciencia Universal. La Mente, y su compañero, el Espíritu, dieron vida a la primera creación: un universo espiritual, siendo uno con el Altísimo, y poblado con ideas celestiales que tomaron forma y sustancia espirituales, cuales vivían en una dimensión de la Mente y no requerían tiempo ni espacio para su expresión individual. (En esta etapa, el equivalente material de esta creación superior no existía todavía, porque aún no era necesaria su aparición).

      Las lecturas de Cayce sobre ese suceso inicialy los acontecimientos siguientes, corroboran y desmitifican muchos pasajes bíblicos que hasta ahora habían sido desconcertantes. Nos enteramos de que, tal como el Evangelio de San Juan y la Epístola de Pablo a los Hebreos lo sugieren con algunos rodeos, la «luz» que originalmente se menciona en el Génesis era sinónimo del primero y único Hijo —la Mente—: el Verbo engendrado. Y fue después que Él, como Mente Creadora o aspecto creativo del Altísimo (definido por Edgar Cayce como la Primera Causa, o «Padre», como el Cuerpo; el Hijo, la Mente; el Espíritu Santo, el Alma),2 creó otro universo aparte, cuando el Infinito avanzó sobre lo finito en ese lugar fuera de Sí mismo llamado caos.3

      En cuanto a las razones para esa segunda creación, así como sus consecuencias, me temo que eso ya es querer adelantarnos demasiado. Las respuestas aparecerán en su debido orden, cuando lleguemos a la Guerra en el Cielo y la rebelión de los ángeles. (Porque los ángeles, hay que reconocerlo, son bien reales ¡aunque no necesariamente «angelicales»! El registro de sus actividades, buenas y malas, se ha tejido en los etéreos hilos de Akasa, junto con el de los hombres). Entretanto, es tiempo de señalar un acontecimiento portentoso. Ese mismo primero y unigénito Hijo de Dios, a través del cual fueron engendrados después todos los demás hijos, así como las huestes de fuerzas angélicas que pueblan el universo superior de las formas mentales etéreas, ahora tomó una decisión insólita. Decidió materializarse a Sí mismo en el reino más bajo de la materia cada vez más densa —su segunda creación— donde hay que compartir la luz con la oscuridad, en el planeta Tierra. ¿Pero por qué? Para cumplir un propósito divino, sugieren los registros. Un propósito de carácter expiatorio. Después de aparecer una y otra vez en manifestación física, al final su ciclo de apariciones terrenales acabó victorioso sobre una cruz y en un sepulcro. Resucitó, y regresó al lugar de donde Él había venido, para que otros en la Tierra pudieran seguirle . . .

      «Estudie la información filosófica o teosófica», alguna vez aconsejó Cayce a una mujer que le preguntó qué debía hacer para involucrarse en un trabajo espiritual que complementara el del propio Cayce.4 En otra ocasión, Cayce se refirió en una de las lecturas psíquicas a la utilidad de la filosofía ofrecida al mundo por Confucio y Buda, o contenida en las enseñanzas del taoísmo, para el desarrollo de la mente del hombre, así como también la de aquellas sagradas escrituras de la India que hablan de Brahma.5 Después enfatizó la necesidad de correlacionar las escrituras de diversas naciones, a través de los tiempos, como medio de ampliar nuestra perspectiva espiritual de acuerdo con ese precepto holístico que contiene la Biblia: «El Señor nuestro Dios es uno».

      Es un buen consejo, así que vamos a seguirlo.

      De hecho, en los escritos teosóficos de Helena Petrovna Blavatsky, a finales del siglo diecinueve, ella presentó como su lema estas palabras, provenientes de una fuente india: «No hay religión superior a la verdad».6 ¿Quién puede decir que es una afirmación errónea? Atengámonos a ella mientras retrocedemos un poco para explorar uno de los muchos antiguos paralelos de la versión bíblica de la creación. En realidad, esas versiones paralelas surgen en las leyendas religiosas de casi todas las grandes culturas, en las que hallamos familiares verdades ocultas en sus mitos y metáforas. Es obvio que la historia de la creación ha existido hace tanto como el mismo tiempo y se ha convertido en parte del inconsciente colectivo de toda la raza humana. ¿Qué mejor prueba entonces, de su probable veracidad? Pintada en muy diversos colores, con pinceladas distintas de una nación a otra, y a menudo con personajes que aparecen en escena con extravagantes atuendos apenas identificables, de todos modos conocemos demasiado bien los papeles como para confundir los actores, o la historia.

      Tomemos la versión hindú para este ejemplo. Encontraremos que es muy parecida a nuestro familiar recuento bíblico de las cosas. Y sin embargo, igual podemos buscar en otras partes, por supuesto. En la China y la trinidad taoísta. En Egipto y Osiris. En Grecia y la Mónada de Pitágoras. En la mitología nórdica. O en el «Adán Superior» de los cabalistas hebreos y en el multicolor «Logos» de las primeras sectas gnósticas. Pero, ¿para qué confundir el tema con tanta diversidad?

      Volvamos pues, a

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