Edgar Cayce la Historia del Alma. W. H. Church

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Edgar Cayce la Historia del Alma - W. H. Church

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refracción de su Luz. Aquí el destronado Lucifer, con sus trémulas hordas, tomaría un nuevo nombre —Satanail o Satanás— y asumiría un gobierno muy diferente, como Príncipe de las Tinieblas. Su poder e influencia quedarían restringidos, sin embargo, por el hecho de que debe luchar eternamente con la constante presencia vigilante de las Fuerzas Superiores, que por mandato divino actúan para imponer el equilibrio necesario. Así, el libre albedrío de cualquiera de los hij os de Dios que decidiera apartarse del Creador para vivir la experiencia evolutiva en el universo inferior de la materia seguiría intacto, permitiéndole regresar por fin al universo espiritual del cual provenía, y recuperar su divinidad.

      Esa batalla aún continúa, dicen las lecturas al igual que los teólogos, aunque ahora se libra más que todo en las mentes y corazones humanos y, por supuesto, en las almas.

      Pero, ¿qué hay de sus verdaderos comienzos? Separar los hechos de lo puramente alegórico puede plantear un problema para las mentes muy exigentes. Adoptemos pues la perspectiva más amplia, desde la cual se reconoce que reducidos a su esencia, lo objetivo y lo alegórico pueden ser uno.

      Si recurrimos primero a las enseñanzas teosóficas, no nos debe sorprender encontrar una vez más que el hinduismo nos puede facilitar un esclarecedor paralelo. La versión védica de la historia de Lucifer muestra a Moisasure, el Lucifer hindú, que envidioso de la luz resplandeciente del Creador, decide liderar su legión de subordinados espíritus declarando una guerra espiritual contra Brahma. Pero Shiva, la tercera persona de la trinidad hindú y señor de las fuerzas de la destrucción, expulsa de su celestial morada a Moisasure y sus espíritus rebeldes y los arroja a la región de las tinieblas eternas.10

      Veamos en nuestro próximo relato de los acontecimientos, las escrituras apócrifas y la Biblia. Y después volveremos a nuestra fuente psíquica.

      Es lamentable, no obstante, que hasta aquí no haya nada lo suficientemente atrayente en nuestra historia como para que un científico participe en esta investigación celestial. ¿La razón? Falta de datos empíricos, por supuesto. Ausencia de leyes naturales que observar y teorizar. El marco de la ciencia no permite la especulación filosófica, y con toda razón. No obstante, si por fin algún día la ciencia aprende a recurrir a los registros akásicos, como ahora pueden hacerlo solo unos pocos dotados con el don psíquico, la observación científica del fenómeno celestial así como del terrenal será una clara posibilidad. Es más, los medios para tal avance científico pueden estar más cerca de lo que se cree. Primero, ya es evidente que la ciencia está avanzando a gran velocidad hacia nuevos horizontes antes inimaginables. Abundan los nuevos descubrimientos. En los últimos tiempos han surgido dos nuevas y asombrosas disciplinas científicas: una conocida como la ciencia del caos, y otra denominada en forma aún más inverosímil, ciencia de la metafísica experimental. Impresiona la obvia audacia que ambas implican en su vertiginoso abandono del determinismo científico del pasado. Entretanto, en una serie de lecturas sobre lo que denominó energía etérea y fuerzas de onda etérea, Cayce señaló el rumbo que debería seguir la osada ciencia nueva que entre a resolver uno de los mayores misterios del universo: la naturaleza del Akasa.11 Sinónimo del misterioso «éter» que la ciencia desechó hace tiempo porque su existencia no se puede detectar, lo cierto es que en esencia es una fuerza mental y está presente en todo el espacio.

      Entre los evangelios apócrifos, hay uno atribuido a Bartolomé, en el cual el apóstol sostiene lo que se debe interpretar como un diálogo alegórico con el Diablo.12 Se trata de una reunión en la cual Satanás, obligado por mandato del Señor, debe hablar a Bartolomé de muchas cosas, entre ellas la naturaleza de su creación y su caída final, después de haber rehusado obedecer la orden del arcángel Miguel de deponer su orgullo y adoptar la actitud de angelical adoración para la cual fue creado.

      Satanás repite a Bartolomé su jactanciosa respuesta a Miguel:

      «Soy fuego del fuego, fui el primer ángel creado», le recuerda a su hermano arcángel, quien, aunque capitán en jefe de las huestes, fue el segundo («creado por voluntad del Hijo y consentimiento del Padre»). Y aunque además de estos dos primeros había otros cinco arcángeles, es bien sabido que la rivalidad entre hermanos siempre es más fuerte entre los dos primeros vástagos.

      Cuando Miguel dice al recalcitrante Satanás que provocará la ira de Dios, la reacción es de abierta rebelión.

      «Dios no descargará su ira contra mí, sino que estableceré mi trono contra el Suyo, y seré como es Él».

      Pero Dios, por supuesto, sí estaba muy airado. Satanás fue expulsado del Cielo, con todos sus ángeles. Y desde entonces se dedicó a tramar su venganza sobre el hombre de la tierra, quien había sido creado a imagen y semejanza de Dios. (Lo que por supuesto ocurriría más tarde, en los tiempos de Adán).

      Después de sus obligadas confesiones a Bartolomé, se le permite partir. Y Satanás se va mascullando amargamente que fue «engañado» para que hablara antes de su tiempo señalado. Sin duda consideró humillante todo el episodio. Endemoniadamente humillante, es de suponer . . .

      En otro relato apócrifo, contenido en los «Secretos de Enoc»,13 es el propio Señor quien cuenta como creó el orden de las diez legiones de ángeles, y dispuso que cada una quedara a órdenes Suyas. Pero Satanail, habiéndose alejado con la legión bajo su mando, «concibió un pensamiento imposible . . . el de igualar en rango a Mi poder».

      El resultado era inevitable. Tenía que irse.

      Y se fue, mas no por voluntad propia.

      El Evangelio de Lucas describe su partida de manera por demás gráfica en las propias palabras del Señor, después de que Él ha escuchado a los setenta que regresan, relatar regocijados sus experiencias al expulsar los demonios en Su Nombre. «Yo vi a Satanás caer del cielo como un rayo», les cuenta Jesús de la expulsión original.14

      ¿Y el expulsor? Veamos estas palabras del Apocalipsis al respecto: «Se desató entonces una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron al dragón; éste y sus ángeles, a su vez, les hicieron frente, pero no pudieron vencer, y ya no hubo lugar para ellos en el cielo. Así fue expulsado el gran dragón, aquella serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás, y que engaña al mundo entero. Junto con sus ángeles, fue arrojado a la tierra».15

      ¿A la tierra? Bueno, no inmediatamente, sin duda. Primero, al abismo, dondequiera que fuera. Porque aquí debemos atenernos a un lenguaje en gran parte compuesto por símbolos. La Tierra, como ya hemos observado, aún no había sido creada cuando cayó ese resplandeciente arcángel convertido en dragón. Y tampoco «cayó» en un sentido literal. No había en qué o a través de qué caer. Recordemos que ni tiempo ni espacio se habían hecho manifiestos todavía. En un ilimitado universo de formas mentales puramente etéreas, ¿qué necesidad había de esos accesorios o limitaciones que más adelante se impondrían a la segunda creación del Señor? No, Satanás y sus secuaces caídos deben haberse encontrado a sí mismos encerrados en una especie de reino inferior, un vacío espiritual de noche e inexistencia absolutas.

      Podríamos llamarlo caos, lo que fue creado inmediatamente después de la Luz. Y al parecer por una buena razón: constituiría la base de la segunda creación y la expresión de los pares de opuestos. Puesto que, sin esa opción, ¿de qué serviría al alma el don del libre albedrío? ¿Y de qué otra manera sabría que se había apartado a sí misma de su Creador?

      Lo que nos trae de nuevo a Satanás.

      ¿Fue la creación de este ángel convertido en monstruo un accidente? Es sorprendente, pero en la creación pueden darse esos accidentes. Ese asombroso dato fue extraído directamente de los registros akásicos por Edgar Cayce.16 Y en verdad, ¿acaso Dios no se arrepintió de haber hecho

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