Historia de la Brujería. Francesc Cardona

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Historia de la Brujería - Francesc Cardona Colección Nueva Era

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al cuchillo, y que las vírgenes sacrificaban su virginidad no a la diosa sino al nuevo dios.

      Después de la ceremonia de la desfloración de las doncellas que cohabitaban con los hombres, la sumo sacerdotisa cubría un pequeño cazo con una hoja y empujaba en su interior el dedo de la joven para mostrarle que el himen ya había sido roto y que la copulación ya no resultaba ningún peligro (la sangre menstrual era considerada tabú y en algunos pueblos primitivos cuando a las mujeres les viene el periodo las apartan de la tribu, salvo en el caso de quedarse embarazada era el objetivo). La hoja se la ataba alrededor del cuello para mostrar su condición de poder ser una madre futura. Más tarde la hoja se convirtió en el anillo de bodas colocado por el novio en el dedo anular porque se creía que en este dedo iba una vena que llegaba al corazón.

      Las primeras brujas

      La mitología ha conservado que para realizar sus fechorías con mayor comodidad, las sacerdotisas de aquellas primeras divinidades preclásicas, más allá de los tiempos primitivos, se transformaban en perros, aves o moscas, podían entrar en las casas reduciendo su corporeidad y usaban las entrañas de los cadáveres para componer sus hechizos y atraer a los hombres, vengándose con crueldad cuando no les hacían caso, se contentaban con convertir a sus enemigos en ranas, castores o carneros durante periodos de mayor o menor duración.

      Simeta es una muchacha tranquila hasta que conoce a Delfis, un joven hermoso que se deja querer y después de haberle otorgado sus favores, la abandona. Simeta invoca entonces a las divinidades propicias, en especial a Selene, ayudada por una esclava, para que atraigan al desdeñoso joven por medio del misterioso pájaro Lynx.

      Los autores clásicos desde Teócrito, Lucano, Ovidio, Horacio, Apuleyo, Petronio etc., describen una y otra vez ejemplos de hechiceras, auténticas brujas alcahuetas, conocedoras de hierbas y pócimas a base de sustancias animales de las que no son ajenas, huesos, entrañas, sangre... incluso humana, que conseguían metamorfoseándose en animales (pájaros, hombres lobo, etc.), siempre según dichos autores, los cuales no dejan mostrar su escepticismo ante dichas transformaciones e incluso en ocasiones hacían chanza de sus actuaciones.

      Otros autores ponen su énfasis en que la brujería no es sino la persistencia de un culto precristiano, en especial, celta. Las brujas llegaron a confundirse con las druidesas. Podían desencadenar tempestades, comunicarse con las fuerzas y divinidades ocultas, fabricar filtros misteriosos que podían matar o curar mediante la confección de misteriosos brebajes.

      En el escenario celta existieron unas denominadas “vírgenes negras”, plasmación del elemento femenino que habitaban cuevas subterráneas, cerca de los apreciados manantiales o lagunas y que después pasarán al mundo germánico y escandinavo. Los celtas adoraron también a un dios cornudo (Cerunnos), símbolo de la luna creciente, en principio benéfico y como la brujería es un culto lunar, sería la representación de la diosa Luna o Selene. El hombre con cuernos podría ser una combinación simbólica del dios y la diosa ya que muchos dioses antiguos eran bisexuales.

      Así pues, tenemos testimonios en la antigüedad clásica de la creencia en ciertas mujeres (no siempre necesariamente viejas), capaces de transformarse a voluntad y transformar a los demás en animales, que podían realizar vuelos nocturnos sin ser vistas, expertas en la fabricación de hechizos para hacerse amar o para hacer aborrecer a una persona, podían provocar tempestades y enfermedades, tanto en animales como en seres humanos. Estas mujeres se reunían en lugares determinados durante la noche a quien invocaban, junto con

      Hécate o Diana (antecedentes de lo que con el tiempo serían los sabbats o aquelarres). Eran expertas no solo en la fabricación de venenos, sino en la de afeites y sustancias para embellecer y también eran utilizadas como mediadoras en asuntos eróticos.

      Las leyes paganas condenaron la hechicería como magia con fines maléficos desde las más antiguas de Roma, hasta las últimas dictadas todavía por autoridades no cristianas. El historiador Tácito nos narra el terror producido en Roma cuando se encontraron restos de hechizos atribuidos a la terrible enfermedad que llevó a Germánico a la muerte. El historiador Amiano Marcelino ha dejado constancia de las persecuciones practicadas por delitos por brujería en el Bajo Imperio.

      Las mujeres y la brujería

      A lo largo de la historia hay que reconocer el papel de la mujer en el cuidado del cuerpo de los seres humanos. Su presencia es constante en el nacimiento, la alimentación y el vestido así como la atención a los enfermos y a los difuntos. El ejercicio de una medicina popular también ha estado, en general, en manos de las mujeres. En cuanto a las practicas de brujería, aunque hubo también hombres, se documentan muchas más mujeres en ellas, hasta fechas relativamente recientes, pero en el período antiguo y en el álgido de la brujería, esta descansaba en el sexo femenino.

      Las mujeres dan vida, las manos de las mujeres curan y preparan la comida, hay en esto alguna cosa mágica, casi divina. A propósito de ello, el historiador romano Tácito en su Germania de finales del s. I d. C. escribe:

      En Germania quien cultivaba la tierra (¡y en tantos otros lugares!) eran las mujeres, las cuales además tenían el cuidado no solo de su cuerpo y el de sus hijos, sino también el de los hombres. Estos a sus madres, a sus mujeres, muestran sus heridas y ellas no temen encontrarlas o examinarlas y llevan a los combatientes comida y ánimo.

      Pero el texto aun va más allá, ya que en la sociedad, los hombres del grupo, les reconocían una autoridad moral: “Creen que hay en ellas algo divino y profético, no desprecian sus consejos y hacen caso de sus respuestas”.

      Tácito afirma que los pueblos germánicos de su tiempo veneraban a alguna mujer casi como diosa y mencionan a Albruna y Veleda. Sin embargo, si por un lado existía un sentimiento de admiración, por otro lado, también había mucho de temor y miedo hacia los sortilegios que practicaban.

      El Antiguo Testamento ya condena la brujería, por ejemplo, Moisés la prohibió específicamente y la vinculó en especial a las mujeres.

      En los Eddas escandinavos podemos leer:

      Huye del peligro de dormirte en brazos de la mujer hechicera, que no te estreche contra su seno. Te hará despreciar la asamble del pueblo y las palabras del príncipe; rehusarás el comer, huirás del trato con los demás hombres y te irás a dormir tristemente.

      El complejo de Circe no ha dejado de planear sobre los hombres.

      El cristianismo ante la brujería

      La iglesia desde los primeros momentos condenó cualquier tipo de hechicería, sortilegio o brujería. Así San Paciano (360-390), que fue obispo de Barcelona, escribió una obra, desgraciadamente perdida, que tituló Cervulus para erradicar ciertas prácticas mágicas que era corriente realizarlas con la llegada del nuevo año y que al parecer se seguían haciendo en el siglo XII, tal como atestigua el obispo de Worms Burchard.

      En el Código Teodosiano del siglo IV se condena a la pena capital a los que celebraran sacrificios nocturnos en honor a los demonios e invocaran a estos. Leyes que fueron recogidas por el famoso Código de Justiniano.

      Las historias sobre metamorfosis contadas por Luciano y Apuleyo son recogidas por San Agustín (354-430), pero dándoles una curiosa interpretación. Las metamorfosis son del todo imposibles, pero el demonio infunde un ensueño al individuo y es como si realmente hubieran tenido lugar. Por otra parte, el santo no dudaba que las hechiceras podían enfermar o curar.

      Al lado de la doctrina del denominado ensueño imaginativo convivió durante muchos siglos la de las metamorfosis como transformaciones reales.

      La historia del joven transformado en asno

      Durante

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