Historia de la Brujería. Francesc Cardona

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Historia de la Brujería - Francesc Cardona Colección Nueva Era

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la magia y la brujería

      El nacimiento tenía lugar en un entorno femenino y afectuoso porque la parturienta era atendida por mujeres. Incluso en los lugares más apartados este cometido lo realizaban un grupo de mujeres ligadas al entorno familiar y vecinal bajo las órdenes de una comadrona, más o menos experimentada. Las mujeres eran las únicas encargadas de traer los bebés al mundo y algunas de ellas tenían que conocer la fórmula del bautismo por si era necesario (cosa en aquella época frecuente) administrarlo urgentemente.

      Nuestras antepasadas, aunque consideraban naturales los embarazos constantes, conocían el alto riesgo que comportaba cada parto, de forma que intentaban hacer frente a estos riesgos por medios mágicos, si bien en general cristianizados, en especial, con la ayuda de una comadrona experta. Se generalizó el uso de una cinta de la Virgen puesta sobre el vientre de las embarazadas para solicitar un buen parto. En la habitación se encendían velas bendecidas y se llevaban unos amuletos fabricados de coral, piedras semipreciosas, saquitos de parto con oraciones que se colocaban junto al cuerpo.

      El coral era un amuleto muy extendido como protector de maleficios, en especial, contra los niños. Existen muchas imágenes del Niño Jesús llevando un coral en el cuello. El cuerno del unicornio (animal legendario o mitológico que algunos han identificado con el rinoceronte), algunas piedras y plantas también gozaban de supuestos poderes mágicos. Incluso se hacía ciertos gestos como el círculo que para San Vicente Ferrer era como invocar al demonio, de forma que, salvo el de la señal de la cruz, estaban prohibidos.

      Niño Jesús con coral en el cuello

      También quedaban ciertos restos paganos relativos a la magia del parto como no invocar a la Virgen María, sino a la diosa romana Juno - Lucina.

      La proximidad de las comadronas al misterio de la vida y sus conocimientos sobre el cuerpo femenino, remedios y la muerte, tantas veces presente en los alumbramientos, así como el ambiente misógino que se empezó a intensificar hizo que algunas veces las comadronas fueran sospechosas de brujería. Y es que las manos de la mujer que intervenía en la magia del parto, en el momento en que se tocaba casi de forma indisoluble la posibilidad de la vida y de la muerte, aterrorizaban.

      Sea como fuere, a nivel privado, las mujeres extendían el cuidado de la salud a toda la familia, procurando sanar los cuerpos y serenar los espíritus. Algunas llegaron a ser curanderas expertas y fueron solicitadas por personas de su entorno y más allá de él. Con la aparición de las universidades y la prohibición de su acceso a las mujeres, así como a los gremios de farmacéuticos y cirujanos, el saber de las mujeres empezó trasmitirse por tradición oral, si bien con alguna excepción como la obra de Trótula de Salerno del siglo XII que recogió sus conocimientos médicos para las pocas mujeres que sabían leer y lo enseñaban de forma oral a las iletradas o los escritos de la abadesa Hildegarda de Bingen que fueron borrados de la memoria histórica por los propios médicos, interesados en hacerlo.

      Juno – Lucina

      En estas mujeres expertas, no solamente daban respeto sus manos, sino también la mirada, su mente y, paulatinamente, se extendió cada vez más la idea de que su poder era prácticamente ilimitado y, según algunos, malintencionados, por su alianza con el diablo. De aquí a convertirse en brujas, , había solo un paso. Pero hasta el otoño de la Edad Media, hubo mujeres que ejercieron la medicina de forma más o menos ilegal, sin ser consideradas brujas.

      Entre los siglos XII y XIII dos fenómenos contribuyeron a agrandar negativamente la consideración de la brujería en Europa, la aparición de los adoradores del demonio en la región alemana de Oldemburgo y la denominada herejía cátara o albigense.

      Santo Domingo y los albigenses

      Los adoradores del demonio

      Se trata de una secta secreta creada al parecer para oponerse a los abusivos impuestos imperiales. El papa Gregorio IX contestó con la proclamación de una cruzada contra los que se negaron a satisfacerlos y en la que se les acusaba de tener tratos con el diablo, hacer imágenes de cera y tener a brujas como consejeras. Sus reuniones secretas se describieron con tal lujo de exageraciones y barbaridades que vale la pena transcribirlas por ser un antecedente de los futuros sabbats o aquelarres.

      Imaginémonos la recepción de un aspirante a miembro de la secta. Al llegar a la entrada del cubículo es recibido por una especie de rana o sapo de enormes dimensiones al que algunos le dan un beso en el trasero, mientras otros lo hacen en la boca, chupando con la suya la lengua y babas del asqueroso animal. Avanzando, el aspirante se encuentra con un hombre de prodigiosa palidez, de ojos negros tan delgado y extenuado que parece que sus carnes sean transparentes porque se le adivinan bajo la piel todos los huesos. El aspirante le besa y se da cuenta de que su receptor está frío como el hielo. Una vez le ha besado, se le borra todo recuerdo de la fe católica. Seguidamente, se sientan todos para realizar el sacrílego banquete. Finalizado este, sale de una especie de ídolo, que no falta en la sala de reuniones, un gato negro de un tamaño mayor de lo normal y que realiza su entrada andando hacia atrás y con la cola en alto. El aspirante es el primero en besarle el trasero y a continuación lo hacen el oficiante de la aberrante ceremonia y todos los demás, pero solo los que han sido acreedores de hacerlo. A los demás, es el propio oficiante el que les da un repugnante beso con la lengua. Después hay unos instantes de silencio en los que permanecen con la cabeza vuelta hacia el inmundo animal.

      El oficiante masculla entonces: “Perdónanos” y el resto repite la invocación por turnos, intercalando la frase: “lo sabemos, señor”, hasta que el último la finaliza con: “Hemos de obedecer”.

      A continuación, se apagan las luces y se inicia una orgía desenfrenada sin reparar sexo, mezclándose hombres con hombres y mujeres con mujeres. Tras terminar exhaustos, se sientan de nuevo, encienden las candelas y, del rincón más oscuro, aparece un hombre con el cuerpo brillante de cintura para arriba, pero desnudo y peludo en su parte inferior. Llega hasta el aspirante, le corta una parte de sus vestiduras mientras aquel le dice: “Amo me entrego a ti como este vestido”. El personaje resplandeciente responde: “Igual que me has servido, mejor me servirás en el futuro, lo que me has hecho entrega lo pongo bajo tu custodia”. Dicho esto, desaparece.

      Cuando llega la Pascua, se atreven a ir a comulgar, guardan la hostia disimuladamente y a continuación la echan en un estercolero profiriendo las más horribles imprecaciones. Adoran a Lucifer como creador de los astros y creen que Dios lo castigó injustamente, de forma que al final de los tiempos, logrará el triunfo sobre Dios y reinará con sus seguidores en la vida eterna.

      Pronto toda la parafernalia de la secta se asoció con la de la brujería de forma muy estrecha, añadiéndose las más absurdas aberraciones por parte de la propia Iglesia y de los poderes constituidos que consideraban un peligro para su estatus y su gobierno.

      Los cátaros o albigenses

      Descendientes de los maniqueos, se extendieron por la Europa occidental, en especial por el Sur de Francia, durante los siglos XII y XIII, teniendo como uno de sus centros la ciudad de Albi. Su doctrina se basaba en un dualismo protagonizado por Dios y Satanás en constante lucha. Como socavaba los principios de la Iglesia establecida, deseosos los reyes de Francia de extender sus dominios por los feudos en los que dominaba la secta, se asociaron y dieron lugar (como siempre) a la predicación de una cruzada contra ellos, así como al establecimiento de la Primera Inquisición para juzgarles, trastocando los términos y haciéndoles cómplices de rituales de purificación

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