Historia de la Brujería. Francesc Cardona

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Historia de la Brujería - Francesc Cardona Colección Nueva Era

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de un tiro (de arco o ballesta, claro) porque hacía sinónimas las reuniones brujeriles a las que tenía aquel pueblo, para ellos, infame.

      En la Península Ibérica al sabbat preferimos llamarlo aquelarre, que según el Diccionario de la Real Academia Española, se define como “junta o reunión nocturna de brujos y brujas, con la supuesta intervención del demonio ordinariamente en figura de macho cabrío, para la práctica de las artes de esta superstición”.

      La palabra es en realidad un topónimo ligado a una cueva que se encuentra en la planicie navarra de Zugarramundi a 84 kilómetros de Pamplona y escasamente a cinco de la frontera francesa. Su extraordinaria importancia bien merece un capítulo.

      Volvamos ahora a la descripción en detalle del sabbat extraída de las confesiones de las desgraciadas sometidas a procesos inquisitoriales. La línea de confesión es concordante con todas. Hay mujeres que manifiestan estar afiliadas al ejército de Satanás, desde un número indeterminado de años, ofreciéndose a él, tanto en esta como en la otra vida. Frecuentemente, la noche de viernes a sábado han asistido al sabbat que variaba de lugar según las circunstancias. En él, en compañía de hombres y mujeres perversos, protagonizaban toda clase de excesos cuya descripción llena de pavor.

      ¿Cómo habían llegado a esta situación? Según un relato, hallándose la aludida lavando la ropa de su familia en el río cercano, observó que sobre el agua se aproximaba un hombre de talla desmesurada de piel muy oscura, cuyos ojos eran tan ardientes como carbones encendidos, iba vestido con pieles de animales. La aparición sugirió a la mujer si quería entregarse a él y ella le contestó que con gusto, tal era la seducción que comportaba. Entonces el aparecido le sopló en la boca y desde el sábado siguiente la mujer no pudo sustraerse ya a asistir al sabbat. Allío fue recibida por un macho cabrío gigantesco quien después de saludarla la montó varias veces con sumo placer (¡para él!) y a cambio le enseñó toda clase de secretos maléficos: las plantas venenosas y su utilidad práctica, palabras para cada encantamiento y la forma de realizar los sortilegios durante las noches de San Juan (solsticio de verano), navidades (solsticio de invierno) y primeros viernes de mes. También le indicó que era bueno ir a comulgar para profanar después la hostia.

      En otra confesión recogida se señala que una muchacha encontrándose en un camino solitario se unió en amistad criminal con un pastor que la obligó a hacer un pacto con el espíritu infernal por medio de un pacto sellado con la sangre que vertió de su brazo izquierdo sobre un fuego alimentado con huesos humanos, robados del cementerio de la parroquia. Desde entonces se ocupaba de la confección de ciertos ingredientes y brebajes perjudiciales para producir la muerte de hombres y rebaños. Todas las noches de los sábados , caía en un sopor profundo y entonces era transportada al sabbat entre Toulouse y Montauban o hacia las cumbres pirenaicas en lugares que le eran desconocidos, en donde hacía adoración al macho cabrío, entregándose a él y a todos los presentes en una orgía detestable. Por manjar exquisito se tenían los cadáveres de niños recién robados de las nodrizas y se bebían brebajes espantosos.

      En el sabbat no se utilizaban simbolismos, ni existía ninguna ceremonia relacionada, ni siquiera remotamente, con el rito cristiano, antes bien, se servían de ídolos paganos y emblemas fálicos adorados por los hombres y mujeres que seguían estas creencias para burlarse e invertir todo el sistema simbólico y religioso vigente. La llama de los sabbats se extendió por media Europa apropiándose de un dualismo: Dios, demonio que no dejaba de ser un trasunto de las clases elevadas en el primer caso y del pueblo, o todos los demás, en el segundo.

      La ceremonia del sabbat

      Según la profusión de testimonios conservada se parecían todas. Tenían lugar con preferencia en una amplia explanada elevada y con un bosque que la limitase, a veces una amplia cueva cercana servía para guarecerse en días de lluvia. Se decía que la explanada hacía las veces de la nave de la iglesia, mientras que el bosque simbolizaba el coro, todo ello pasado por el tamiz del lenguaje cristiano.

      En el interior del bosque se levantaba una especie de ara de piedra en la que se colocaba una estatua de madera fiel remedo del diablo con cuerpo humano, pero con la cabeza, las manos y los pies de macho cabrío. La estatua estaba generalmente pintada de negro, poseía un falo de tamaño exagerado y entre los cuernos se le colocaba una antorcha encendida.

      El sabbat se iniciaba con la llegada de las brujas y brujos en una ceremonia denominada introito (nombre que por excepción, recordaba el de la misa). A continuación, se elegía y situaba ante el ara la bruja que tenía que oficiar las ceremonias satánicas y que en algunos lugares se la denominaba Princesa de los Antiguos, joven, guapa y mejor virgen (¿De quién partió la idea de que las brujas eran feas y viejas?). Entonces la oficiante ordenaba encender todas las antorchas de los presentes, incluso la que se hallaba entre los cuernos de la imagen. Después invocaba a Satanás y solicitaba su ayuda con una voz fuerte rayando en el éxtasis.

      En procesión los asistentes se acercaban al ídolo para besarle los miembros inferiores, mientras la que actuaba como dirigente abrazaba el falo y gimiendo simbolizaba que era poseída.

      Después se pasaba al banquete, sentados por parejas con las viandas que habían traído, bebían vino, sidra y cerveza mezclados con unas hierbas especiales que les producían una irrefrenable excitación. A continuación, venía una excitante danza en círculo o espalda contra espalda cogiéndose de la mano y con la cabeza de lado para poder ver al vecino, cuyas evoluciones acababan en un vértigo imposible de describir. Entonces cambiaban continuamente de pareja, bailando y saltando sin un minuto de respiro, porque cuando descansaban (era un decir) sucedía lo que el lector está pensando.

      “El Aquelarre” por Francisco de Goya

      La ceremonia culminaba cuando la sacerdotisa se colocaba en el ara del altar y venía el momento de las ofrendas por parte de brujos y brujas entre las que se encontraban los propios cuerpos de los oficiantes. Algunas confesiones se referían a torturas sobre la sacerdotisa, la auténtica interpretación es evidente, no creemos que a una muchacha joven y virgen le gustara copular con treinta, cincuenta o cien individuos, uno detrás del otro, más las prácticas efectuadas con las mujeres.

      Todo ello se efectuaba entre continuas invocaciones al demonio acompañadas de decapitaciones de erizos, ratas, etc.

      La ceremonia se había iniciado bien entrada la noche y terminaba con las primeras luces del alba.

      La Inquisición contraataca

      Abrió fuego con su escrito Practica de Inquisitionis haereticae pravitatis, escrito hacia primer cuarto del siglo XIV por el inquisidor de Toulouse Bernardo Gui, el mismo que el escritor italiano Humberto Eco hace morir, tras una revuelta popular, en El nombre de la rosa. Pero, aunque ya había suficientes casos de brujería para que el autor se detuviera en ellos, lo cierto es que el núcleo de ella todavía son los cátaros, valdenses, begüinios y demás grupos herejes que pululaban por la Europa de entonces.

      El papa Inocencio VIII se unió a la lucha con otro tratado que tituló Summis desiderantes affectibus. Pero hasta finales del último cuarto del siglo XV, la brujería era tratada como un caso más dentro de la cuestión más general de la invocación al demonio.

      Hacia 1376 apareció el Directorium inquisitorum del dominico catalán Nicolás Aymerich que tuvo un gran éxito y se reimprimió varias veces en los siglos XVI y XVII. En el texto se menciona:

      Algunas mujeres depravadas que siguen a Satanás, seducidas por ilusiones y engaños diabólicos, las cuales creen y están convencidas que en horas nocturnas van a caballo sobre ciertas bestias acompañando a Diana, diosa de los paganos, o con Herodias (la depravada mujer del rey Herodes) y una gran multitud de mujeres

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