Historia de la Brujería. Francesc Cardona

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Historia de la Brujería - Francesc Cardona Colección Nueva Era

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      Las brujas practicaban un antiguo rito de fertilidad para conseguir que los cultivos crecieran y para eso necesitaban utilizar un palo, como el palo del caballito de madera y bailar alrededor del campo, mientras cantaban y saltaban. Repetían esto una y otra vez y los cultivos por ley natural crecían altos.

      El palo sobre el que bailaban era un símbolo fálico y una bruja sobre un palo representaba los principios masculino y femenino. Debió de ser un precursor del palo de mayo que presidía las fiestas del inicio de ese mes, de origen celta consagrado a Beltaine, asociado a la fecundidad y al matrimonio, y conservado en el palo de la cucaña (fiesta que la Iglesia cristianizó con las Cruces de mayo).

      Durante los días de la caza de brujas era peligroso tener en casa un palo de baile, pues ello podría significar la condena segura por lo que las brujas empezaron a utilizar palos de escoba que pasarían desapercibidos.

      La palabra volar suele utilizarse en sentido figurado de correr o ir muy rápido. ¿No solemos decir: “voy volando o alguien pasó volando por la carretera”? De aquí a decir “vi a las brujas volando sobre sus palos de escoba”, media un paso.

      Una de las primeras representaciones

      de brujas volando sobre palos de escoba

      Algunos han sugerido que las brujas hipnotizaban a los demás para que estos las vieran volando por el aire, como cualquier hipnotizador corriente, nada más falso. Una vez se dibujara volando una bruja sobre un palo de una escoba aquellas personas tan propensas a la sugestión creerían que la imagen era cierta, lo que les iba muy bien para los jueces acusadores.

      Por otra parte, ¿no malefician los primitivos australianos con una especie de palo puntiagudo similar al de la escoba, que envía la muerte con solo apuntar en dirección a la víctima? Es como una especie de aguijón mágico que, de forma inexorable se clava en el alma del enemigo.

      El misterioso ungüento

      El famoso ungüento brujeril que según las leyendas las hacía volar montadas en sus escobas y también tenía la supuesta propiedad de transformarlas en animales no era confeccionado con grasa de niños como fueron acusadas, sino con acónito, belladona y mandrágora, plantas alucinógenas.

      El acónito produce en la piel una sensación de frío que provoca la ilusión de hallarse volando entre vientos desatados, en tanto que la segunda excita en gran manera la fantasía, provocando delirios oníricos y espeluznantes visiones. Las brujas no solo se untaban ciertas partes del cuerpo, sino que tomaban ciertas pociones para adormecerse y volar en alas de su fantasía.

      El misterio de la mandrágora

      Pero quizás sea la planta alucinógena mandrágora, proveniente tanto de la región mediterránea como también del Himalaya y Grecia, la que más se asocie al mundo mágico, la más pasional, ya que tanto sus virtudes como su simple apariencia entran dentro del mundo mágico erótico. Sus raíces poseen la forma curiosa del macho y la hembra humanos, pegados uno a otro, y hay quien afirma que la mandrágora hembra separada de su macho posee la misma forma que el cuerpo femenino. Por lo que respecta a su aspecto externo, por si fuera poco, se asemeja a los testículos de los humanos. No era de extrañar que según las acusaciones, las brujas se restregaran la planta por sus genitales. Sus flores poseen un olor que recuerda al esperma masculino, aunque más pestilente.

      Desde los tiempos medievales funcionaba tanto como sedante, como estimulante erótico por sus extraordinarios poderes afrodisiacos. Posee un alcaloide que se asemeja a la atropina. Sus propiedades alucinógenas, que estimulaban la imaginación, se encuentran tanto en las raíces, como en las hojas que usadas en poción servían para los imaginarios transportes a los aquelarres.

      Representación medieval de la mandrágora

      Aunque al parecer fue un hecho cierto,

      pasó a ser un cuento

      Érase una vez una bruja de la población de Waldshut en la diócesis de Constanza sobre el Rin que no habiendo sido invitada a la celebración de una boda por ser muy mala y detestada por las gentes de la región decidió vengarse. A tal efecto llamó al diablo, y una vez le hubo manifestado la causa de su enojo le pidió que desencadenase una tempestad para arruinar a fiesta a los novios y acompañantes. Satanás consintió en ello y la llevó a través de los aires a una colina próxima al pueblo. Allí al no disponer de agua que verter en un agujero, para lograr el maleficio, la bruja hizo un hoyo y depositó sus propios orines y después removió el líquido, lanzándolo a continuación al aire que se llenó de un nauseabundo olor provocando una tormenta de lluvia y pedrisco, que provocó la desbanda del festejo.

      Al retornar a sus casas algunos comentaron haber visto llegar a la bruja con una risa sarcástica en su boca. Como había sido la única no invitada a la boda, la hizo especialmente sospechosa, se buscaron testimonios y no tardaron en aparecer unos pastores que confesaron haber presenciado la ceremonia de la colina. Se detuvo a la bruja y se le dio tormento y por este y otros maleficios fue condenada a la hoguera. ¿Conocieron esta historia Perrault o los hermanos Grimm?

      Acusación, instrucción

      de la causa y sentencia

      En la tercera parte del Malleus parece que sus autores disfrutaron con fruición y morbosidad. Para iniciar una causa bastaba la acusación de un particular o la denuncia, sin pruebas, realizada por una persona envidiosa. Era corriente también abrirla por parte del juez, ante el rumor público. A veces basta el testimonio de un niño, así como el de algunos enemigos de la mujer acusada. Se recomendaba que el juicio fuera rápido, sencillo y definitivo. El juez se atribuía de plenos poderes hasta el punto de que era el único que decidía si un acusado tenía derecho a defenderse o no. Él es, asimismo, el que escogía el abogado defensor, poniendo tales condiciones que lo convertían en más acusador que otra cosa.

      El tormento se debía usar libérrimamente y si todavía no se declaraba el reo culpable se acusaba al diablo de semejante situación. A finales del siglo XV no se admitía ya la ordalía y por desgracia, casi siempre el final es el mismo, la retractación y el arrepentimiento no libraban de la muerte al convicto. El brazo secular se apoderaba de él, cuando no es la misma justicia secular quien lo condenaba puesto que el crimen de brujería no era solamente religioso, sino también civil.

      Imagen medieval de la ordalía del hierro candente

      ¿Qué era una ordalía?

      Es una serie de pruebas judiciales de carácter mágico o religioso destinadas a demostrar la culpabilidad o inocencia de un acusado. Tuvieron gran difusión y predicamento hasta el siglo XIV, entre ellas se hallaba la denominada prueba del agua para descubrir a las brujas. La sospechosa debía quedar inmovilizada de tal modo que no pudiese hacer movimiento alguno. Generalmente se le ataban conjuntamente pies y manos y era lanzada en laguna corriente de agua. En el caso de que flotase, quedaba patente su condición brujesca. Y entonces podía aguardar lo peor de sus jueces, incluso confesando plenamente y abjurando de sus errores en cuyo caso podía haber un resquicio para la esperanza.

      Puede decirse que el Malleus desde que entró en vigor hasta muy entrado el siglo XVIII fue desarrollando su contenido con las aportaciones de los juristas (en su mayor parte protestantes) comenzando a ser rebatidos por médicos, filósofos y teólogos renovadores, que terminaron

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