La conquista de la actualidad. Steven Johnson

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La  conquista de la actualidad - Steven  Johnson

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fibra de vidrio adquirió importancia una vez que comenzamos a pensar en la luz como una vía para codificar información digital. En 1970, un grupo de investigadores de Corning Glassworks –el Murano de la modernidad– desarrolló un tipo de vidrio que era tan extraordinariamente claro que si se creaba un bloque del tamaño de un autobús sería igual de transparente que observar a través de una ventana. (En la actualidad, tras muchos perfeccionamientos, el bloque podría medir hasta un kilómetro con la misma claridad). Posteriormente, los científicos de Bell Labs tomaron este vidrio superclaro y le lanzaron rayos láser a través de toda su longitud, fluctuando las señales ópticas que correspondían a los ceros y las que correspondían a los unos en el código binario. Este híbrido de dos inventos aparentemente no relacionados –la luz concentrada y ordenada de los rayos láser y las fibras de vidrio hiperclaras– comenzó a conocerse como “fibra óptica”. El hecho de utilizar cables de fibra óptica era mucho más eficiente que enviar señales eléctricas a través de cables de cobre, en especial para las distancias más largas: la luz permite un mayor ancho de banda y es mucho menos susceptible al ruido y a las interferencias que la energía eléctrica. En la actualidad, la estructura fundamental de Internet global está hecha de cables de fibra óptica. Aproximadamente, diez cables diferentes atraviesan el océano Atlántico, llevando casi todas las comunicaciones de voz y de datos entre ambos continentes. Cada uno de estos cables contiene una colección de fibras separadas, rodeadas de capas de acero y aislamiento para mantenerlas herméticamente cerradas y protegidas de los barcos de arrastre, las anclas e incluso los tiburones. Cada fibra individual es más fina que una hebra de paja. Aunque parezca increíble, es posible sostener en la palma de la mano todo el conjunto de tráfico de voz y de datos que viaja entre América del Norte y Europa. Miles de innovaciones debieron reunirse para que este milagro fuera posible: tuvimos que inventar la idea de los datos digitales, los rayos láser y los ordenadores a ambos lados que pueden transmitir y recibir estos haces de información –además de los barcos que colocan y reparan los cables–. Sin embargo, una vez más, esos extraños lazos de óxido de silicio son una pieza clave de la historia. La World Wide Web (www) o red informática mundial está tejida a través de hilos de vidrio.

      Pensemos en ese icónico acto de principios del siglo xx: tomarse una selfi con el celular mientras estamos de vacaciones en algún lugar exótico y luego subir la imagen a Instagram o a Twitter, donde circula hacia los teléfonos y ordenadores de otras personas en todo el mundo. Estamos acostumbrados a celebrar las innovaciones que han permitido naturalizar este acto: la miniaturización de los ordenadores digitales en dispositivos de mano, la creación de Internet y la Red, las interfaces de software de las redes sociales. Pero pocas veces reconocemos la forma en que el vidrio soporta toda esta red: tomamos fotos a través de lentes de vidrio; las guardamos y manipulamos en placas de circuitos hechas de fibra de vidrio; las transmitimos alrededor del mundo a través de cables de vidrio, y las disfrutamos en pantallas hechas de vidrio. El óxido de silicio está presente durante toda la cadena.

      Es fácil burlarnos de nuestra afición por tomarnos selfis, pero lo cierto es que existe una larga y reconocida tradición detrás de esta forma de autoexpresión. Algunas de las obras de arte más famosas del Renacimiento y comienzos del modernismo son autorretratos: desde Durero hasta Leonardo, Rembrandt y Van Gogh con la oreja vendada, los pintores han estado obsesionados con capturar en el lienzo una gran variedad de imágenes detalladas de ellos mismos. Por ejemplo, Rembrandt pintó cerca de cuarenta autorretratos en el transcurso de su vida. Pero lo más interesante respecto de este arte es que no existía realmente como una convención artística en Europa antes del siglo xv. Hasta entonces, las personas pintaban paisajes, escenas de la realeza, arte religioso y miles de otros temas diferentes. Pero no se pintaban a sí mismas.

      La explosión del interés por el autorretrato fue el resultado directo de otro avance tecnológico vinculado a nuestra capacidad de manipular el vidrio. En Murano, los vidrieros habían descubierto la forma de combinar los vidrios transparentes con una nueva innovación en el sector metalúrgico: cubrían el dorso del vidrio con una amalgama de estaño y mercurio para crear una superficie brillante y muy reflectante. Por primera vez, los espejos se volvieron parte de la vida cotidiana. Esta fue una revelación en los niveles más íntimos: antes del surgimiento de los espejos, el común de las personas vivía la vida sin ver jamás una representación exacta de su rostro y solo veían algunas ojeadas fragmentarias y distorsionadas en el agua o en metales pulidos.

      Las Meninas por Diego Rodríguez de Silva y Velázquez.

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      Los espejos parecían un invento tan mágico que rápidamente se incorporaron en algunos de los más extraños rituales sagrados. Durante los peregrinajes religiosos, era común que los peregrinos más adinerados llevaran un espejo. Al visitar reliquias sagradas, se ubicaban de forma tal que pudieran ver los huesos en el reflejo del espejo. Al volver a su hogar, les mostraban estos espejos a sus amigos y familiares, presumiendo que tenían una evidencia física de dicha reliquia, ya que habían capturado el reflejo de este escenario sagrado. De hecho, antes de dedicarse a la imprenta, Gutenberg había tenido la idea de fabricar y vender pequeños espejos para que los peregrinos llevaran en sus viajes. No obstante, el impacto más significativo del espejo no sería sagrado, sino secular. Filippo Brunelleschi utilizó un espejo para inventar la perspectiva lineal en la pintura, dibujando el reflejo del Baptisterio de San Juan en lugar de su percepción directa. El arte del Renacimiento tardío está repleto de espejos en los cuadros; el más famoso quizá sea la obra maestra invertida de Diego Velázquez, Las Meninas, que muestra al artista (y a la familia real extendida) durante la sesión de pintura del retrato del rey Felipe iv y la reina Mariana de España. Toda la imagen está capturada desde el punto de vista de dos personas de la realeza que esperan por su retrato; es literalmente una pintura sobre el acto de pintar. El rey y la reina solo pueden verse en un fragmento del lienzo, a la derecha de Velázquez: dos pequeñas imágenes borrosas reflejadas en un espejo ubicado al fondo.

      Como herramienta, el espejo se convierte en un activo invaluable para los pintores que ahora podían capturar el mundo a su alrededor de una forma mucho más realista, incluso los intrincados detalles de sus propios rostros. En sus notas, Leonardo da Vinci observó lo siguiente (usando espejos, naturalmente, para escribir en su legendaria escritura especular):

      Cuando queramos ver si el efecto general de nuestro cuadro se corresponde con el objeto representado por naturaleza, debemos colocar delante un espejo para que refleje el verdadero objeto y luego cotejar este reflejo con el cuadro, y considerar con atención si el objeto de las dos imágenes está en conformidad con ambas, analizando especialmente el espejo. El espejo debe tomarse como una guía.

      El historiador Alan MacFarlane escribe acerca del papel del vidrio para moldear la visión artística: “Es como si todos los hombres tuvieran una suerte de miopía sistemática, que hiciera imposible ver y, especialmente, representar el mundo natural con precisión y claridad. Normalmente, los hombres ven la naturaleza de forma simbólica, como un conjunto de signos [...] Lo que el vidrio hizo, irónicamente, fue quitar o compensar el cristal oscuro de la visión humana y las distorsiones de la mente, y así dejar entrar más luz”.

      En el preciso momento en que la lente de vidrio nos permitía extender nuestra visión hacia las estrellas o hacia las células microscópicas, los espejos nos permitían ver nuestro reflejo por primera vez. Esto impulsó una reorientación de la sociedad que fue más útil, pero no menos transformativa, que la reubicación de nuestro lugar en el universo suscitada a raíz del telescopio. “El príncipe más poderoso del mundo creó un amplio salón de espejos, y los espejos se difundieron de una sala a la otra en el hogar burgués”, escribe Lewis Mumford en Técnica y civilización. “La autoconciencia, la introspección, la conversación con el espejo se desarrollan con este nuevo objeto”. Las convenciones sociales, así como los derechos de propiedad y otros asuntos legales, comenzaron a girar en torno al individuo en lugar de en torno a las viejas unidades colectivas: la familia, la tribu,

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