La conquista de la actualidad. Steven Johnson
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¿Qué tanto de esta trasformación le debemos al vidrio? Hay dos realidades que no pueden negarse: el espejo desempeñó un papel clave para permitir a los artistas pintarse a sí mismos e inventar la perspectiva como un dispositivo formal y, poco después, se produjo un cambio trascendental en la consciencia de los europeos que los orientó de una forma diferente, un cambio que se propagaría por todo el mundo (y que aún se está propagando). Sin duda, muchas fuerzas convergieron para que esta transición fuera posible: nuestra cosmovisión egocéntrica era acorde a las primeras etapas del capitalismo moderno que prosperaba en lugares como Venecia y Holanda (hogar de algunos maestros de la introspección artística, como Durero y Rembrandt). Asimismo, estas fuerzas se complementaron entre sí: los espejos fueron los primeros accesorios de alta tecnología para el hogar y, una vez que comenzamos a mirarnos al espejo, empezamos a vernos de manera diferente, en formas que impulsaban los sistemas de mercado que luego nos venderían aún más espejos. El espejo no impulsó el Renacimiento, pero quedó inmerso en un ciclo de retroalimentación positivo junto a otras fuerzas sociales, y su capacidad inusual de reflejar la luz permitió consolidar estas fuerzas. Esto es lo que nos permite ver la perspectiva del historiador robot: la tecnología no es la única causa de una transformación cultural como el Renacimiento, pero sí es tan importante para la historia como los hombres visionarios a los que solemos celebrar convencionalmente.
MacFarlane describe de forma muy ingeniosa este tipo de relación causal. El espejo no “fuerza” el desarrollo del Renacimiento, pero “permite” que se desarrolle. La elaborada estrategia reproductiva de los polinizadores no forzó al colibrí a evolucionar su espectacular aerodinámica, pero creó las condiciones que le permitieron al colibrí aprovechar los azúcares gratuitos de la flor evolucionando este rasgo tan distintivo. El hecho de que el colibrí sea una especie única en el reino aviario sugiere que, si las flores no hubieran evolucionado su baile simbiótico con los insectos, las habilidades de vuelo del colibrí nunca se hubieran desarrollado. Es fácil imaginar un mundo con flores, pero sin colibríes. Pero es mucho más difícil imaginar un mundo sin flores, pero con colibríes.
Lo mismo se aplica a los avances tecnológicos como el espejo. Sin la tecnología que permitió al hombre ver un claro reflejo de la realidad –incluso su propio rostro–, hubiera sido mucho más difícil que se produjera la constelación particular de ideas en el arte, la filosofía y la política que denominamos Renacimiento. (La cultura japonesa también se inclinaba por los espejos de acero durante este mismo período, pero nunca los adoptó para el uso introspectivo que floreció en Europa, quizá porque el acero reflejaba mucho menos luz que los espejos de vidrio y agregaba un color poco natural a la imagen). No obstante, el espejo no fue el único que dictó los términos de la revolución europea sobre el sentido del ser. Una cultura diferente, que hubiera inventado el espejo de vidrio en un momento distinto de su desarrollo histórico, quizá no habría experimentado la misma revolución intelectual, porque el resto de su orden social sería diferente del de los pueblos serranos de la Italia del siglo xv. El Renacimiento también se vio beneficiado por un sistema de mecenazgo que permitió a los artistas y a los científicos pasar sus días jugando con espejos en lugar de, por ejemplo, recolectando nueces y bayas. Un Renacimiento sin los Medici –no la familia, por supuesto, sino la clase económica que representan– es tan difícil de imaginar como un Renacimiento sin el espejo.
Probablemente, deberíamos agregar que las virtudes de la sociedad del ser son completamente debatibles. La orientación de las leyes en torno a los individuos llevó directamente a una tradición de los derechos humanos y a la prominencia de las libertades individuales en los códigos jurídicos. Esto debe ser considerado un progreso. Pero las personas más sensatas no están de acuerdo respecto de cómo hemos inclinado la balanza demasiado en favor del individualismo, alejándonos de las sociedades colectivas: la unión, la comunidad y el Estado. Para solucionar estos desacuerdos son necesarios argumentos –y valores– diferentes de los que necesitamos para explicar de dónde surgieron estos desacuerdos. El espejo ayudó en la invención del “yo” moderno, de forma real pero incuantificable. En eso estamos de acuerdo. Si fue algo bueno o no es una cuestión aparte, que quizá nunca podamos resolver del todo.
El volcán dormido de Mauna Kea en la Isla Grande de Hawái se eleva unos cuatro mil metros sobre el nivel del mar, aunque la montaña se extiende otros seis mil metros más debajo del fondo oceánico, por lo que es significativamente más grande que el monte Everest en términos de altura de la base al pico. Es uno de los pocos lugares en el mundo donde se puede conducir desde el nivel del mar hasta los cuatro mil metros en unas horas. En la cima, el paisaje es desértico, casi marciano, en su expansión rocosa y sin vida. Por lo general, una capa de inversión térmica mantiene a las nubes miles de metros sobre la cima del volcán; el aire es tan seco como cortante. Al estar de pie en la cima, estamos lo más lejos posible de los continentes de la Tierra, pero seguimos en tierra firme, es decir que la atmósfera en Hawái –inalterada por la turbulencia de la energía solar rebotando o siendo absorbida por grandes y diversas masas de tierra– es tan estable como en cualquier otro lugar del planeta. Todas estas propiedades hacen que la cima de Mauna Kea sea uno de los lugares más sobrenaturales que podemos visitar. Por supuesto, es también un sitio ideal para observar las estrellas.
En la actualidad, en la cima de Mauna Kea hay trece observatorios diferentes, grandes domos blancos esparcidos por las rocas rojas, como puestos remotos relucientes en un planeta lejano. En este grupo se encuentran los telescopios mellizos del observatorio W. M. Keck, los telescopios ópticos más potentes del mundo. Los telescopios Keck parecen ser un descendiente directo de la creación de Hans Lippershey, pero no dependen de lentes para hacer su magia. Para capturar la luz de los sitios más remotos del universo, se necesitan lentes del tamaño de una camioneta pickup; a ese tamaño, es muy difícil soportar físicamente el vidrio y comienza a introducir distorsiones inevitables en la imagen. Por ello, los científicos e ingenieros del Keck recurrieron a otra técnica para captar los rastros extremadamente distantes de luz: el espejo.
Observatorio Keck.
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Cada telescopio cuenta con treinta y seis espejos hexagonales que forman un lienzo reflectante de seis metros. La luz se refleja en un segundo espejo y luego desciende hacia un conjunto de instrumentos, donde las imágenes se procesan y visualizan en la pantalla de un ordenador. (En el Keck no existe un punto panorámico donde se pueda mirar directamente a través del telescopio, como hacía Galileo y como han hecho un sinfín de astrónomos desde entonces). Pero incluso en la atmósfera ultraestable de Mauna Kea, pequeñas perturbaciones pueden nublar las imágenes capturadas por el Keck. Entonces, los observatorios emplearon un ingenioso sistema denominado “óptica adaptativa” para corregir la visión de los telescopios. Se envían haces de rayos láser hacia el cielo nocturno sobre el observatorio, lo que crea una estrella artificial. Esa falsa estrella se convierte en un punto de referencia; dado que los científicos saben exactamente cómo debería verse el láser en el cielo, donde no hay distorsión atmosférica, pueden medir la distorsión existente comparando la imagen “ideal” del láser y lo que los telescopios registran. Guiados por el mapa del ruido atmosférico, los ordenadores indican a los espejos del telescopio que se flexionen ligeramente en función de las distorsiones exactas en el cielo de Mauna Kea esa noche en cuestión. El efecto es casi igual a darle gafas a una persona miope: los objetos lejanos se vuelven significativamente más nítidos.
Por supuesto, con los telescopios Keck los objetos distantes