La magia de la vida. Isabel Cortés Tabilo

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La magia de la vida - Isabel Cortés Tabilo

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por todo, eres increíble! No sé qué hubiese hecho sin ti —se abrazaron envueltas en un caudal de lágrimas.

      —Tanto va el cántaro al agua, que termina por romperse—murmuró Dora mientras se alejaba tranquila de la casa de su nieta.

      Tiempo después, una tarde cargada de matices crepusculares, donde la vida nunca termina de sorprender, como broche de oro, el hijo mayor de Lucrecia, de dieciocho años de edad, le confesó:

      —Mamá, he sentido el llamado de Dios, me inscribí en el seminario para ser sacerdote. Espero contar con todo tu apoyo, como tú eres igual de espiritual que yo —reveló su hijo con mucho entusiasmo.

      Lucrecia lo miró con sus ojos llenos de desconcierto y sentimientos encontrados, que carcomieron su frágil corazón. Lo abrazó y le contó una vieja historia…

      «¡El barco donde va Jesús, puede oscilar ¡pero hundirse nunca!»

       El ajedrez del tiempo

      Era fin de año, en una hermosa ciudad nortina. Todos los estudiantes estaban a punto de egresar del liceo, muy emocionados, especialmente Elizabeth Rojas, quien era una muchacha trigueña, de ojos color pardo, de melena larga. Tenía diecisiete abriles, era una chica muy tranquila; nunca había pololeado, nadie jamás le había regalado un ósculo de amor.

      Los cuartos medios organizaron la fiesta tradicional de graduación, con orquesta y todo. Elizabeth lamentablemente no podía asistir, porque en ese preciso momento había comenzado a trabajar, pues sus padres eran de escasos recursos. Ella había encontrado un trabajo en la feria navideña, de vendedora de juguetes, estaba feliz, porque este la ayudaría a costear sus gastos.

      Aquel día de la celebración, su mejor amiga Coralia fue a visitar a Elizabeth, para convencerla de ir juntas a la fiesta de graduación, pero ella muy triste le explicó que no podría asistir al evento. Coralia insistió en que juntas hablaran con la jefa de la tienda, para que le diera permiso. Juntas lograron que la señora consintiera; pero había un problema mayor, el papá de Elizabeth no le daba permiso para ir a fiestas, así es que no les quedó otra que idear un plan. Se trataba de ir a la celebración y decirle al papá de Eli, como le decían de cariño, que iría a trabajar, de todas formas ella saldría a las doce de la noche de la feria navideña. El hermano la iba a buscar a esa hora para acompañarla a su casa. El acuerdo consistía en que ella iría a la fiesta, regresaría a la feria antes que pasara su hermano a recogerla, de esa forma nadie la descubriría, Elizabeth y Coralia estaban contentas con lo ideado, y les parecía genial.

      Elizabeth estaba entusiasmada, aquella celebración prometía ser una gran gala, tenía que preocuparse en conseguir el mejor traje de fiesta. Eran casi las veinte horas, se puso un vestido color lila, y un precioso collar de perlas de su mamá.

      Acordaron con Coralia irse juntas a la fiesta, salieron avivadamente antes que el papá de Eli llegara del trabajo y la descubriera infraganti con ropa elegante. Llegaron al salón de eventos, había muchos alumnos, todos vestidos para la ocasión; de pronto lo vio, era su príncipe azul, estaba allí con un traje formal, se veía guapísimo. Elizabeth sin pensarlo hizo notar su presencia y se paseó cerca de él.

      Francisco Zagal, era un joven muy interesante, solía llamar la atención de la mayoría de sus compañeras, era un muchacho alto, trigueño, de cabello negro y rizado, con unos cautivantes ojos de color aceituna. Él se encontraba junto a sus amigos, presumiendo de sus conquistas; de pronto, notó la presencia de Elizabeth, cruzaron miradas y sonrieron. Él se acercó, le pidió que bailaran, y ella aceptó de inmediato. El tiempo pasó demasiado rápido, bailaron toda la noche rock latino, y la música de los años ochenta. Cuando iban a ser las doce de la noche, como era de costumbre en las fiestas, cambiaron el ritmo de la música, las luces y el ambiente se inundaron de suaves melodías, de baladas en español e inglés. Francisco se acercó paulatinamente a Elizabeth, la abrazó despacio y comenzó aquel diálogo esperado:

      —¿Cómo te llamas? —dijo con voz penetrante.

      —Elizabeth Rojas y ¿tú? —preguntó ella con voz dulce.

      —Francisco Zagal, Eli ¿te puedo llamar así? ¿Cómo lo estás pasando? —dijo él acercándose a su juvenil bailarina.

      —Sí, así me llaman mis amigos, lo estoy pasando bien y ¿tú? —contestó ella muy a gusto en sus brazos.

      —¿Dónde vives? —indagó él, algo nervioso por las sensaciones que causaba estar junto a esa muchacha tan especial.

      —Vivo cerca del Liceo —respondió ella, porque le daba vergüenza decir que vivía en una población, donde decían que había que entrar de espaldas, para que creyeran que ibas saliendo.

      —Y tú ¿dónde vives?

      —Vivo en la Villa Los Jardines del Sur. Cerca del supermercado.

      —Mientras bailaban, Francisco se acercaba cada vez más, acariciando con sus manos sutilmente, el suave dorso desnudo de ella, por el diseño del vestido. De pronto, la música dejó de sonar, hubo un breve segundo de silencio y ellos permanecieron abrazados, absortos en aquel abrazo eterno; En ese preciso instante, Elizabeth miró el reloj, era pasada de la media noche, se asustó muchísimo, su hermano la iría a buscar a la feria, y no la encontraría, entonces salió corriendo, casi sin despedirse, dejando un vacío profundo en ambos, puesto que no alcanzaron ni siquiera a darse un beso.

      Elizabeth y Coralia llegaron a la feria, con tan mala suerte que estaban cerradas casi todas las tiendas. La jefa le confirmó que su hermano ya la había ido a buscar, y al no encontrarla se fue a su casa. En todo caso, ella le había explicado a su jefa que contaba con su permiso para ir a la fiesta de graduación. Estaba descubierta, su padre no perdonaría aquella falta, estaba realmente en problemas, ¿qué haría? Se preguntaba sin hallar respuesta.

      Ya no importaba nada, aquella noche había sido mágica, Francisco era el joven más lindo que había conocido en su vida, aún sentía sus suaves manos en su espalda, su voz resonaba en sus oídos como el eco estrellado del canto de un príncipe azul, aquel que ella había soñado mil veces en las noches de insomnio y sólo sabía que se llamaba Francisco Zagal. Llegó a su casa cerca de las dos de la madrugada, su padre la esperaba en la puerta, con sus facciones delataba su enojo.

      —¡Mentirosa, creíste que me ibas a engañar! —vociferó Felipe, el padre de Elizabeth.

      —Papito déjeme explicarle —contestó ella titubeando muy asustada.

      —¡Anda a acostarte inmediatamente! —dijo su padre mientras sacaba de sus pantalones la correa, con la que acostumbraba a corregir a ella y a sus hermanos.

      —¡Ya papito, voy ahora! —contestó ella mientras se escabullía por detrás de su padre.

      —¡Olvídate del trabajo, no hay más permiso por mentirosa! —agregó enfadado, mientras Elizabeth se escondía debajo de las sábanas.

      Al otro día, se levantó muy temprano para comentar la fiesta con su amiga Coralia. Le contó todos los pormenores vividos aquella noche mágica, lo único malo era que perdió su trabajo, casi le dieron de correazos por mentirosa, y para colmo no quedaron en nada con su príncipe azul, sólo sabía que se llamaba Francisco Zagal. A Coralia le pareció genial, lo que su amiga le relataba con tanto entusiasmo.

      Mientras su padre trabajaba, Elizabeth

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