Capitalismo gore. Saya Valencia
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Entendemos esta episteme de la violencia como el conjunto de relaciones que unen nuestra época con las prácticas, discursivas o no, que se originan de ésta, creando ciertas figuras epistemológicas contemporáneas que no guardan relación directa con lo que se había venido conociendo como los modelos adecuados de interpretación de la realidad; creando así una fisura en los pactos éticos occidentales y en la aplicabilidad del discurso filosófico occidental ante las condiciones económicas, sociales, políticas, y culturales del mundo actual.
Así, deducimos que de la unión entre la episteme de la violencia y el capitalismo deviene un fenómeno que hemos denominado como capitalismo gore. Éste inició su andadura en el estado de excepción6 en el que se desarrolla la vida en múltiples confines del planeta, con especial ahínco en los países con economías deprimidas que se conocen como Tercer Mundo y en las fronteras entre éstos y el Primer Mundo.
Hacemos hincapié en el hecho de que es prioritariamente en el Tercer Mundo y sus fronteras donde los efectos del capitalismo gore son más evidentes y brutales. Este énfasis descansa en nuestro interés por mostrar que si bien es cierto que las prácticas gore —al menos las más frontales— parten del Tercer Mundo, también lo es que para reflexionar sobre ellas, sobre sus lógicas, sus procesos y sus consecuencias, debemos trazar puentes conceptuales, desarrollar un conocimiento menos exotizante y más cercano a las acciones y demandas bajo las cuales se maneja la realidad tercermundizada; porque es ésta quien nos dará noticia de los fenómenos a los cuales se está enfrentado ya, —y se seguirá enfrentando— el Primer Mundo. Con ello no sugerimos que los fenómenos que acontecen en esos espacios y las categorías para su interpretación sean universalizables, ni que cuenten con validez y aplicabilidad sin tomar en cuenta las diferencias geopolíticas. Sin embargo, sí identificamos ciertos procesos que están emparentados con la globalización y el flujo de modelos económicos criminales que se empiezan a visibilizar en las sociedades primermundistas tanto en los noticieros como en las prácticas de consumo que a través del cine, la música, los videojuegos, el arte y la literatura están cumpliendo la función de instaurar, legitimar y reproducir identidades violentas y, en muchos de los casos, criminales.7
El Primer Mundo carece del conocimiento de estas lógicas y sus acciones, no porque no haya participado nunca de las lógicas criminales, sino por el hecho de que esta forma de ejercer la criminalidad está emparentada con las lógicas de la globalización que aún hoy resultan bastante desconocidas e imprevisibles en cuanto a sus efectos, condenándose así a un vacío epistemológico, teórico y práctico, por carecer de un conjunto de códigos comunes que descifren estas prácticas gore.
El estallido del Estado-nación
En primera instancia y siguiendo a Foucault, abordaremos el liberalismo —doctrina madre del neoliberalismo actual— haciendo una especie de recopilación-reflexión sobre la ruptura que éste supuso para la Razón del Estado al dejar de concebirla como una Polizeiwissenschaft.
El concepto de Polizeiwissenschaft es planteado por los estudiosos alemanes en el siglo xviii y se concibe como una tecnología gubernamental que «se hace cargo de los problemas de la población: salud, natalidad, higiene, encuentran por tanto en este marco, sin dificultad, un espacio importante.»8 La lectura que hace Foucault del liberalismo como una práctica más que como una ideología, «… como una forma de actuar orientada hacia la consecución de objetivos [económicos]»,9 dinamita la concepción del Estado entendido como totalitario, racional pero también como benefactor. Con ello, se pone en jaque la noción misma de gobernabilidad, la cual es reducida por el liberalismo a la vía jurídica buscando crear «una sociedad política basada en vínculos contractuales»10 que se regule por medio de la ley:
… porque la ley define formas de intervenciones generales que excluyen medidas concretas, individuales, excepcionales, y porque la participación de los gobernados en la elaboración de la ley, en un sistema parlamentario, constituye el sistema más eficaz de economía gubernamental.11
No sobra decir que el Estado de derecho garantizado por la ley está regido por la lógica liberalista que brinda libertad de acción para los económicamente pudientes. Sin embargo, la libertad de acción no es propiedad exclusiva de quienes detentan el poder económico ni de quienes se amparan por ello en la ley. De hecho, las prácticas gore no están sujetas a la ley sino que la desafían y pueden ser leídas dentro del marco de la libertad de acción. Igualmente las prácticas de resistencia opositiva se justifican en la agencia y no son favorables para el sistema neoliberalista ni tampoco se adscriben a las prácticas gore, antes bien se sitúan en una distancia crítica de ambas.
La apelación liberalista para crear un Estado laxo en sus responsabilidades con la sociedad y sus sujetos establece una relación de sujetos «sujetados» unidireccionalmente en el marco de la ley. Es decir, las exigencias que este sistema impone sobre el individuo al responsabilizarlo de sí mismo, volviendo social e intersubjetiva y, de alguna forma, privada, la negociación de sus relaciones económicas, no considera a aquellos sujetos que carecen de potestad para negociar desde una posición que no les ponga en desventaja.
El neoliberalismo norteamericano va más lejos que el liberalismo ya que pretende (y, de hecho, lo hace) «ampliar la racionalidad del mercado … a ámbitos no exclusivamente ni predominantemente económicos: la natalidad, la familia, pero también la delincuencia y la política penal.»12 Sin considerar que la libertad de los procesos económicos puede producir distorsiones sociales.
Esta ampliación de la racionalidad económica implica la implantación de un modo débil de gobernabilidad por parte del Estado y su flexibilización, de tal suerte que sea la economía quien se ponga a la cabeza de la gubernamentabilidad y sus gestiones, trayendo como consecuencia —a través de la desregulación impulsada por la globalización— la creación de dobles marcos o estándares de acción que permiten la precarización laboral mundial, al mismo tiempo que alientan el surgimiento de prácticas gore, ejecutadas por sujetos que buscan el cumplimiento de una de las reglas más importantes del liberalismo para hacerse de legitimidad económica y de género y, por tanto, social: encarnar la figura del self-made man.
De este modo, la globalización, cuyas premisas fundamentales hunden sus raíces en el neoliberalismo, pone en evidencia el estallido del Estado, quien en el contexto contemporáneo juega un papel ambivalente, puesto que se basa teóricamente en una política global y de convivencia. Sin embargo, el Estado en la era global puede entenderse más como una política interestatal mundial que al tiempo que elimina sus fronteras económicas redobla sus fronteras internas y agudiza sus sistemas de vigilancia.
Dicha proliferación de fronteras, vigilancia y controles internos aumenta los costes, el auge y la demanda de mercancías gore: tráfico de drogas, personas, contratación de sicarios, seguridad privada gestionada por las mafias, etc.
Sin embargo, la flexibilización económica del Estado no va en detrimento del poder y el control ejercido por éste. «Es decir, que en esa nueva gubernamentabilidad esbozada por los economistas siempre tratará de asignarse como objetivo el aumento de las fuerzas del Estado …»13
El estallido del Estado benefactor puede observarse en el desplazamiento de la gubernamentabilidad dirigida por la economía (las empresas transnacionales legítimas e ilegítimas que hacen que las lógicas mercantiles sean adoptadas inexorablemente por todo el sistema), transformando el concepto de Estado-nación en el de Mercado-nación, es decir, transformando una unidad política en una unidad económica regida por las leyes del intercambio y del beneficio empresarial, y conectada por múltiples lazos al mercado mundial.
Estado nación / Mercado nación
Para hablar del desplazamiento de la gubernamentabilidad cabria preguntarse: ¿cómo emerge y se populariza la idea de globalización? Para esta pregunta hay múltiples respuestas; no obstante, nos centraremos sobretodo en el desprestigio del concepto de ideología. En 1989,