Capitalismo gore. Saya Valencia
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Después de eso, nos encontramos en una línea tránsfuga de la Historia donde el tiempo siguió avanzando sin los molestos obstáculos que supondría el no profesar un pensamiento único: la religión del neoliberalismo absoluto. Así, la caída del comunismo, la des-ideologización y la des-historización resultaron campo fértil para la emergencia de la globalización.
Entendemos globalización como la desregulación en todos los ámbitos, acompañada de la debilitación máxima de las mediaciones políticas en beneficio exclusivo de la lógica del mercado. Esto incluye:
1. Mercado laboral desregulado.
2. Desterritorialización (segmentación internacional y descontextualización del ámbito propio de cada país).
3. Decodificación de flujos financieros por la aplicación exacerbada de la política neo-liberal.
4. Estrategias aplicadas para que el dinero viaje a la velocidad de la información (maridaje de la economía con la tecnología).
Sin embargo, el discurso neoliberal presenta a la globalización ante la sociedad como una realidad que pudiera basarse en la igualdad. Bajo la sentencia de igual-acceso-a-todo14 ordena la aceptación del mercado como único campo que todo lo iguala, pues instaura necesidades, naturalizadas artificialmente, que incitan al consumo sin diferenciación alguna.
Es importante destacar que el maridaje que se da entre economía, política y globalización populariza el uso de nuevas tecnologías, bajo la consigna de eliminar fronteras y acortar distancias —aunque sólo virtualmente—. Sin embargo, dicho maridaje tiene como fin crear una conciencia social acrítica e hiperconsumista que dé la bienvenida a los sistemas de control y vigilancia sin que éstos tengan que ocultarse, ponderando su existencia como lógica, aceptable y demandada por la propia sociedad, condicionando y trasgrediendo, de esta manera, las nociones de privacidad y libertad. Se configura así una nueva idea de identidad personal, nacional, social. Lo social contemporáneo puede entenderse como una aglutinación de individuos encapsulados en sí mismos que comparten un tiempo y espacio determinados, y participan de forma activa o pasiva (radical o matizada) de una cultura del hiperconsumo.
Ser una cultura del hiperconsumo se deriva, como consecuencia lógica, de las prácticas políticas y de la emergencia de la nueva clase dirigente: los empresarios. En el concepto de cultura actual ya no hay espacio para los héroes, sólo para los publicistas.
Junto al estallido del Estado como entidad política se emprende también un desmantelamiento o resignificación mercantil de los conceptos de nación y nacionalismo. Para revisar el concepto de nacionalismo citamos a Clifford Geertz, quien lo definía, a mediados de la década de 1970, como: «amorfo, con inciertas metas, a medias articulado, pero así y todo en alto grado inflamable.»15 Y lo dividía en dos tipos de evocaciones para legitimarse:
1. Esencialista: apela a los términos de tradición, cultura, carácter nacional, parentesco sanguíneo, lengua, etc.
2. Epocalista: apela a la historia de nuestro tiempo, su dirección y el significado de ésta.
Al apropiarse de ellas, el mercado toma y absorbe estas evocaciones de legitimidad, regresándolas al discurso de forma resignificada16 —resignificación que obviamente sólo atañe a sus intereses— con lo cual instituye, de manera sutil, un nuevo formato de nacionalismo que apela a los conceptos de unión e identificación a través del consumo, tanto de bienes simbólicos como materiales. Ya que, dentro de las lógicas mercantiles, todo es susceptible de ser comercializado, incluyendo los conceptos, por lo cual, los conceptos de nación y nacionalismo pueden convertirse en baratijas culturales decorativas.
El concepto de Estado-nación ha sido desestructurado y desbancado por el de Mercado-nación. Este desplazamiento es fundamental puesto que «algo que todo el mundo sabe pero nadie siquiera piensa cómo demostrar es el hecho de que la política de un país refleja el sentido de su cultura.»17
Si bien es cierto que el Mercado-nación ya no se reduce geográficamente a un país, también es cierto que el neoliberalismo tiene como principal representante a los Estados Unidos quienes extienden su cultura a través de la tecnología, los mass media, el networking, la publicidad y el consumo a todos los confines de la tierra; creando deseos consumistas incluso en aquellos lugares donde difícilmente podrán ser satisfechos por la vía legal; fortaleciendo la emergencia y el afianzamiento del Mercado como la Nueva Nación que nos une.
Cabe aclarar que la implantación de este discurso no se da de forma directa, expuesta, sino por el contrario, se da en una especie de travestismo discursivo, donde los términos del mercado son intercambiados por otros conocidos y defendidos desde una perspectiva identitaria e incluso nacionalista, por lo cual este intercambio es propuesto de manera casi «natural». Cuidándose todo el tiempo de que el uso y la popularización de los conceptos del Mercado-nación no desplacen bruscamente a los usados por los distintos nacionalismos y/o naciones. Tratar de no hacer desaparecer el discurso (pero sólo en teoría) de las naciones es una estrategia para usarlo como envoltorio de legitimación que encubra al discurso consumista del Mercado-nación.
Se incita a la inflamación del discurso de las naciones para desarmarlas/inmovilizarlas, para que la acción quede directamente a disposición del mercado. Esto se evidencia de forma clara en el hecho de que, en la mayoría de países europeos donde gobierna la derecha, se defiende una economía neoliberal al mismo tiempo que se detenta un discurso conservador que apela al nacionalismo.18 Sin embargo, bajo los preceptos nacionalistas subyace el sistema del Mercado-nación que impone como parámetros de identidad personal, cultural, social e internacional, el uso y consumo de marcas registradas (™), logos (®), nombres (©), firmas, iconos y/o teorías populares, etc., exigiendo un poder adquisitivo para otorgar un status quo que fungirá de canon de identidad.
Hemos revisado el estallido del Estado y el desmantelamiento del concepto de nación en el Primer Mundo. Sin embargo, cabe aclarar que dichos procesos han tomado una dirección distinta en el Tercer Mundo, donde el estallido del Estado se ha dividido entre la integración de las demandas neoliberales y la interpretación literal de estas demandas por parte de la población tercermundista que ha devenido en la creación de un Estado alterno hiperconsumista y violento.
Narco-nación
En el caso de México podríamos decir que el estallido del Estado-nación se ha dado de forma sui generis puesto que el nuevo Estado no es detentado por el gobierno sino por el crimen organizado, principalmente por los cárteles de droga, e integra el cumplimiento literal de las lógicas mercantiles y la violencia como herramienta de empoderamiento, deviniendo así en una Narco-nación.
El proceso que denominamos Narco-nación no es un fenómeno reciente, por el contrario ha sido un proceso largo y complejo. Podríamos hablar de que, desde finales de la década de 1970, el Estado mexicano no puede ser concebido como tal, sino como un entramado de corrupción política que ha seguido las órdenes del narcotráfico en la gestión del país;19 una amalgama narco-política que se ha radicalizado en la última década y que mantiene enfrentados al gobierno y al crimen organizado en la contienda por el monopolio del poder.
Un país como México tiene su economía más constante en el sector gris o negro y en este contexto debemos situar el fenómeno de la delincuencia organizada. Dicho fenómeno ha nacido dentro de un Estado corrupto y desestructurado que llevó a la población civil a una situación caótica, quien tomó el modelo criminal como «… una respuesta “racional” a un entorno socioeconómico totalmente anómalo.»20 Así, «con el Estado en pleno desmoronamiento y las fuerzas de seguridad sobrepasadas por la situación e incapaces de hacer valer la ley, cooperar con la cultura criminal era la única salida.»21