Capitalismo gore. Saya Valencia
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La lucha contra el crimen organizado en esta entrevista parece más un ajuste de cuentas entre machos poderosos y heridos que buscan limpiar su honor y recuperar sus territorios pero que, en general, no se preocupan por las consecuencias reales del fenómeno de la violencia,35 ni del miedo que está causando en la población civil, que se ve atacada en dos frentes: tanto por las reyertas entre bandas mafiosas como por la ocupación del espacio público de las fuerzas armadas, creando un miedo endémico que puede manifestarse —como ya lo está haciendo en casi todo el territorio— en el enclaustramiento de los civiles en sus casas, presas de un sentimiento de vulnerabilidad y de un sentimiento de culpa, no del todo justificada, mientras que los criminales campan con toda tranquilidad por el territorio mexicano y el gobierno se libra de manifestaciones activas por parte de la población civil que debería exigirle el cumplimiento de sus competencias en temas de seguridad.
El peligro que encierra este miedo, germinando con mayor intensidad en la sociedad, radica en que puede darse un brote de insurrección civil que desemboque en el derrocamiento del Estado por su incompetencia y en una guerra civil producto de la paranoia, el sentimiento de desprotección, el estrés crónico y el terror constante al que se encuentra sometida la sociedad. Bajo estas circunstancias «te conviertes en un animal o estás en el límite»,36 pues «cuando empieza a haber muertos, no se puede hacer otra cosa que combatir.»37 «El problema es que no puedes sentirte excluido. No basta con suponer que la propia conducta podrá ponerte a resguardo de cualquier peligro. Ya no vale decirse: se matan entre ellos.»38
Sin embargo, el verdadero problema con la violencia para el Procurador no es que se ejerza, sino que ya no es exclusivamente el Estado quien la ejerce:
Eduardo Medina Mora: El Presidente Felipe Calderón ha dicho que las organizaciones criminales en algunas de esas zonas [la frontera norte de México] han disputado al Estado sus potestades básicas. El derecho exclusivo al uso legitimo de la fuerza. El derecho exclusivo de cobrar impuestos, y en alguna ocasión el derecho exclusivo de dictar normas de carácter general.
Lo que el presidente Felipe Calderón no dijo fue que desde las legislaturas del pri39 y durante las dos legislaturas del pan40 el narcotráfico ha desarrollado prerrogativas correspondientes al Estado en cuanto a creación de infraestructuras, empleos y escuelas. No mencionó una sola palabra sobre la lógica inexorable con la que se han venido justificando los corruptos (burócratas, gobierno, policías) que se basa en igualar y servir, mientras detenten el poder, a los que ganan dinero, sean empresarios, delincuentes o ambos. Sabemos que decidir corromperse no es una decisión difícil cuando el panorama que se avizora es sólo pérdida, rezago económico. Lo que resulta difícil en estos casos es resistirse a la tentación consumista.
La guerra contra el narcotráfico que está emprendiendo el Estado mexicano, nos dice:
[Quien sólo busca] soluciones basadas en el mayor despliegue policial y militar, delata una rotunda renuncia a la responsabilidad política por parte de su autor. Son obra de políticos desprovistos de imaginación que carecen de la visión o del interés necesario para abordar las enormes injusticias estructurales de la economía mundial de las que se alimentan el crimen y la inestabilidad.41
Lo que los discursos oficialistas no dicen es que en México los cárteles de droga no podrán ser erradicados eficazmente mientras no se erradiquen las desigualdades estructurales entre la población, mientras «la ausencia de trabajo [persista y nos ponga de frente con] la imposibilidad de encontrar otra salida que no sea la migración»,42 mientras no se deconstruyan los conceptos de modernidad y de progreso y dejen de utilizarse como directrices del discurso político y éste integre las posibilidades reales de una política geográficamente pertinente, mientras no se escape a la espectacularización de la violencia y la celebración del hiperconsumismo; mientras no se cuestione el discurso político basado en la supremacía masculina que necesita el despliegue de violencia como elemento de autoafirmación viril y, sobre todo, mientras no se cuente con una estabilidad económica sostenible que funcione a medio y largo plazo.
Narcotráfico y psiquis estadounidense
Como hemos observado en el apartado anterior, el Estado mexicano, dada la imbricación política con la economía criminal, ha sido sustituido por «la instauración de un sujeto a nivel nacional, un sujeto soberano y extrajurídico, violento y centrado en sí mismo; sus acciones constituyen la construcción de un sujeto que busca restaurar y mantener su dominio por medio de la destrucción sistemática …»43
La cita de Judith Butler expresa lo que esta filósofa entiende por psiquis del gobierno estadounidense (en las legislaturas de George W. Bush). No es casual que pueda trazarse un paralelismo entre esta psiquis y la estructura mafiosa del narcotráfico en México, puesto que estos mundos, aparentemente antagónicos, se equiparan en algunos puntos.
Por un lado, la gestión de la violencia extrema (en el caso de los Estados Unidos reflejada en sus constantes guerras, siendo su muestra más reciente la guerra contra Iraq; y en el caso de los cárteles de drogas sus luchas tanto intestinas como contra la policía y los departamentos antidrogas) como principal vía para la ocupación/conservación de un territorio, y la libre circulación y obtención de un producto (el petróleo y las drogas respectivamente) para hacerse con un mercado que les otorga y garantiza un crecimiento exponencial de sus ganancias, reportando así mayor poder económico y legitimando, de este modo, su pertinencia y supremacía en las lógicas del mercado, el patriarcado 44 y el capitalismo internacional. Por otro lado, su apego al uso de estrategias que lindan con lo ilegal como forma directa para el ejercicio del poder sin restricciones y con reporte de beneficios individuales. «Lo ilegal trabaja fuera de la ley pero al servicio del poder, del poder de la ley, del poder y la ley de la economía, reelaborando el esquema del poder y reproduciéndolo.»45
Existe una relación estrecha entre las exigencias de los mercados legales y la creación y florecimiento de los mercados ilegales. Es decir, las distintas estructuras de la ilegalidad funcionan por demanda de la legalidad, muchos tipos de acciones ilegales nacen y están protegidas bajo los marcos de lo legal. Citaremos aquí un ejemplo: Misha Glenny afirma en su libro McMafia, que los Estados Unidos ofrecieron un generosísimo respaldo financiero y político a los países de Europa oriental tras la caída del comunismo, «apoyo orientado a la creación y sustento de organizaciones ilegales quienes derivaron en la creación de industrias que se dedicarían a la producción de drogas, armas y tecnología de punta, productos con los cuales después traficarían por todo el mundo.» 46 Este ejemplo deja claro que las fronteras entre economía lícita e ilícita son difusas. También, nos informa que «el mundo delictivo está más cerca de lo que creemos de las actividades bancarias y del comercio de productos.»47
Por eso, no es de extrañar que con las demandas económicas del Nuevo Orden Mundial el crimen organizado haya globalizado sus propias actividades y ahora exista un entramado de conexiones casi indiscernibles