Antropoceno obsceno. Borja D. Kiza

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Antropoceno obsceno - Borja D. Kiza

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capitalismo mata las profesiones, las descalifica, las rompe. El respeto de un «saber hacer» pasará por la salida del sistema. […] Desgraciadamente, el paro se va a generalizar. Pero puede ser también una oportunidad.

      Borja D. Kiza: —¿Cómo?

      Thierry Paquot: —Puede servir para decir a la gente: ahora no tienes trabajo, aprovecha para viajar tres meses allí donde estás. Son prácticas que no realizamos espontáneamente porque no sabemos que podemos viajar allí y a partir de allí de donde ya nos encontramos. Esto plantea una cuestión enorme, que es la del «otro lugar». En nuestra Tierra, completamente cartografiada y nombrada, en nuestra manera de vivir, ya no hay «otro lugar». Al comienzo de nuestros primeros grandes viajes, en el siglo xv, había los «otros lugares», sitios donde nadie había estado antes, y con ellos había un campo literario particular que era el de la utopía, como la que escribió Thomas More. Nos podían hacer soñar o representar algo que no habíamos visto nunca antes. ¿Por qué no imaginar otra sociedad más justa, etc.? Hoy en día ya no hay más «otros lugares», excepto en la ciencia ficción, si salimos de este planeta y vamos a la Luna o a Marte. Si no, estamos en un mundo finito y lleno.

      

      Ingenuo... ¿Thierry Paquot, al presentar el paro como una oportunidad, al creer en la recuperación de las utopías desde allí donde nos encontramos? Más que él, yo, al proponerme encontrar algo nuevo de valor que contar entorno al Antropoceno, sobre el que tanto está dicho y tan poco escuchado. ¿De verdad confío en que mi proyecto —que ni siquiera yo entiendo del todo— convenza a J? Aun así, debo seguir adelante. Al reescuchar la entrevista con Paquot, horas después de nuestro encuentro, me pregunto si, quizás, el Antropoceno comenzó el día en que se cartografió el último metro cuadrado de la Tierra y con él se hirió de muerte a la utopía humana. Antropoceno..., ¿el triste mundo de las no-utopías? Quizás es la nostalgia causada por esta carencia la que hace que una dicha particular nos tome cuando llegamos a un territorio hermoso pero, sobre todo, desconocido, vacío e inabarcable por nuestra vista y empezamos a explorarlo sin saber qué habrá en él. Un sendero virgen en la montaña, un bajo bosque desde el que parece intuirse una nueva playa... Libres del asfixiante Antropoceno y felices. Hasta que de pronto nos topamos con una parada de autobús o un chiringuito y todo nuestro placer se funde como un cubito de hielo dejándonos un sabor ácido en la boca del que intentamos librarnos escupiendo por doquier. La utopía hoy es posible en nosotros mientras conservamos la inconsciencia de lo que nos rodea. Más bien, mientras fingimos que desconocemos el desastre a nuestro alrededor. Una ilusión que, en cuanto nos alejamos unos pasos de nuestro puñado de metros cuadrados utópicos, se desintegra. Me digo que, antes, la utopía era mirar al horizonte con la mano en la frente. Y que hoy es mirar a nuestros pies con las manos ocultándonos los laterales. Pero J, ridículo extremista, ha ido aún más lejos y ha decidido cerrar los ojos con fuerza, abandonándose a la nada que no decepciona y renunciando así a toda noción de utopía.

      

      —¿El siglo xx ha sido utópico?

      —Ante la llegada del año 2000, escribí un artículo sobre cómo veíamos esta fecha en 1960 y 1985. No acertamos en nada, en algunos casos para mejor y en otros para peor. Se pensaba que ya no cocinaríamos y nos alimentaríamos con una pastilla, que los cánceres serían vencidos, que al comer un tenedor nos diría el nivel de colesterol... Todo dependía del progreso técnico y científico y ninguna de las previsiones trataba el bienestar humano, la sensualidad, la plenitud sexual, la relación con la naturaleza... Era como si de pronto la utopía fuera el incremento de elementos técnicos.

      —En el siglo xxi, ¿ya no hay espacio para la utopía?

      —Para empezar, la palabra «utopía» ha cambiado de naturaleza. Lo que antes era un «otro lugar» presente se ha convertido en una «voluntad de cambio». Como el «otro lugar» no está en otro lugar, yo invento mi «otro lugar» aquí, lo que se materializa en una cooperativa de producción autogestionada, en una vivienda participativa, en un pueblo decreciente, en una ciudad lenta... La utopía cambia su sentido clásico y significa simplemente fabricar otra sociedad aquí y ahora, dentro de nuestra sociedad actual. El «otro lugar» se busca respecto a la propia sociedad, ya no fuera de la sociedad en general. Es un «otro lugar» en el interior y es pequeño, excepcional, concierne a una pequeña comunidad de personas... Y esos «otros lugares» existen, hay muchas alternativas. Las utopías de hoy son las alternativas.

      —¿Estas alternativas deberían interconectarse?

      —Les cuesta federarse porque el sistema lo entorpece. Frente a una cooperativa que hace pan bio a buen precio, si puede, la mata. Afortunadamente, gracias a internet y a la facilidad para viajar, hay conexiones entre estos proyectos alternativos, pero no van muy lejos. Hoy todos los experimentos se hacen sabiendo que son limitados, sobre todo lo saben aquellos que participan. A menudo se trata de gente que ha militado mucho y se ha dado cuenta de que a través de la militancia no es posible, de que no sirve para nada. Como máximo sirve para aspirar a un sueldo individual de político y a cambiar de partido si prevé que va a perder votos... Pero como no pueden sostener este discurso porque es el de Marine Le Pen,2 que dice que los partidos son todos iguales y no se ocupan más que de su carrera —lo que yo también creo—, para no ser asociados a la extrema derecha se oponen a través de la experimentación social. Si hacemos un Tour de France de experimentaciones sociales, hay muchísimas, pero son excesivamente modestas, y lo más increíble es que pueden estar a dos kilómetros unas de otras y no conocerse. Yo lo he visto en Saint-Étienne. Pero también tiene cierto sentido porque estamos convencidos de que small is beautiful y tenemos miedo de que, si crecemos, surjan intermediarios, costes suplementarios y, sobre todo, se produzca una pérdida relacional, lo que es verdad.

      —¿El capitalismo es invencible?

      —El capitalismo ha sido siempre recuperador de las alternativas que le plantan cara. Pero no es grave, ya lo sabemos. Lo que hay que hacer es mostrar cada vez que solo puede recuperar una parte en nombre del capitalismo. Pero hay otra parte con la que no puede hacerse. Por el contrario, lo que sí puede es oponerse y romper las alternativas.

      —¿Sin interconexión frente a este capitalismo, las alternativas están abocadas al fracaso?

      —No. Vivirán su vida y desaparecerán cuando el proyecto se pare, pero nacerán otras, como los champiñones. Yo creo que, hoy, la visión de unir alternativas y crear algo grande que cambie el sistema no es buena porque los obstáculos son de naturaleza diferente a pequeña o a gran escala. Además, antes era más claro: existían el proletariado y el patronato, por hacerlo caricaturesco, y había un enfrentamiento. Pero después hemos visto que hay una multitud de patronatos y ciudadanos diferentes y que lo que hay hoy es una variedad de conflictos, secretos, oposiciones, rivalidades, celos, envidias... A partir de ahí, como no es cuestión de matarse mutuamente, buscamos un acuerdo, que es siempre provisional y frágil. Y es mucho más sencillo encontrar estos acuerdos en un grupo pequeño y tocar la misma partitura. Después, cuando los involucrados se desvinculan del proyecto, no hay transmisión pero, en todo caso, no nos arrepentimos de lo vivido. Hay que abandonar la idea de que voy a construir un sistema alternativo que va a crecer y sustituir al otro, aunque eso no implica que a nivel de Estado no se pueda crear un marco legal que favorezca la proliferación de alternativas.

      —En España, a nivel municipal, tras las elecciones de mayo de 2015, Barcelona y Madrid tienen alcaldesas de partidos nuevos y de clara sensibilidad de izquierdas que podrían avanzar en este sentido.

      —El poder se para allí donde la economía planetaria circula, pero en el mundo hay pequeños signos de esperanza de otras prácticas políticas en las ciudades. El libro Le temps des maires [Frédéric Sawicki] explica que hoy los alcaldes tienen más margen de maniobra, contrariamente a lo que creemos, que los estados-nación. Las opciones democráticas más interesantes hoy suceden a nivel ciudad de un determinado

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