Antropoceno obsceno. Borja D. Kiza

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Antropoceno obsceno - Borja D. Kiza

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como un recorrido atípico. Es simplemente un recorrido impuesto por el sistema capitalista. Hay que responsabilizar al sistema capitalista y decirle: vosotros precarizáis a todo el mundo, pues vamos a modificar la precarización porque, si no, somos nosotros los que vamos a intentar precarizar el capitalismo.

      —¿Lo cree posible?

      —No es evidente, pero yo no veo otro escenario posible de equilibrio, sobre todo a nivel mundial. Los asalariados son una minoría en el mundo. En muchos países, jamás han existido personas con un salario más o menos estable y garantizado, más allá del ejército y los funcionarios. Por eso hay que modificar el concepto de asalariado, es una solución que todo el mundo busca hoy.

      —Su propuesta exigiría reeducar no solo a los políticos sino también a los estudiantes.

      —Una de las instituciones que funciona peor en el mundo es la escuela. Los niños se aburren, los profesores son, en general, malos, se enseña cualquier cosa, las clases son feas y colocan a unos alumnos delante y a otros atrás, los estudiantes no entienden nada y le preguntan al profesor: «¿para qué sirve eso?», los profesores responden «para sacar el bac» [baccalauréat: bachillerato]... Nos debería dar igual el bac, de lo que se trata es de hacer inteligible el mundo en el que vivimos. Este sistema crea fracaso escolar, repetición de cursos y aberraciones. Solo hay algunos raros pequeños experimentos como Montessori, Steiner-Waldorf, Célestin Freinet o Francisco Ferrer. Y en la universidad es igual, los cursos magistrales no tienen ningún sentido. Hay demasiados cursos y con demasiada gente. Habría que trabajar en talleres en grupos de no más de veinte. Una gran sala con libros, ordenadores, un rincón-cocina... Y hay un profesor que viene y está a su disposición toda la jornada. Eso es todo. Así se avanza. Y que los estudiantes tengan una o dos «enseñanzas» al mes. Una enseñanza, no un curso. Cualquiera puede dar un curso sobre cualquier cosa consultando Wikipedia, si tiene cierto nivel cultural. Contrariamente, una enseñanza, es decir, un pensamiento pensante, muy poca gente la puede ofrecer. Por eso aún hoy publicamos los cursos de Michel Foucault o de Gilles Deleuze. Porque son raros los que ofrecen al año una enseñanza digna de ese nombre a una audiencia completamente heterogénea que viene a escuchar a una persona que piensa en voz alta. Eso es formador. Y, en las universidades de las que formo parte, nadie es un pensador. Se enseñan pequeñas cosas sin valor que no tienen ningún interés. Y no estamos cerca de cambiar eso porque, según organizan la estructura, es a mí a quien apartan.

      —Existen al menos las escuelas experimentales.

      —Estoy leyendo un libro sobre la nueva pedagogía y el autor cita la revista americana Fortune, que selecciona a los cien mejores managers del año y les pregunta por su formación inicial, de niños. La mayoría de ellos ha ido a escuelas experimentales. ¿Qué les enseñaron?: la confianza en sí mismos, porque llegan por la mañana y nadie sabe lo que les van a enseñar. No son muchos, no hay maestro. Hay un animador o educador que está ahí y dice: «Frédéric, ¿qué hiciste ayer al volver a casa?» o «¿alguien ha traído algo de casa?». Y un niño tiene un diplodocus de plástico que se llama Toto. «¿Y por qué le has llamado Toto?» o «¿qué es un diplodocus?». Algien dice: «son como los asnos pero en grande y de otra época». Otro añade: «¡yo sé! Son de la prehistoria»...

      Y eso funciona, porque no hay cálculo durante una hora, geografía otra hora, historia... Por otro lado, los cronobiologistas y los psicólogos dicen que es decisivo mezclar niños de diferentes edades, los de tres con los de siete u ocho, porque no se pelean entre ellos sino que se ayudan mutuamente. Y que el juego, incluso para los adultos, debe ser un elemento central. Es un método que avanza al ritmo de los niños y demuestra, al contrario de lo que dicen las instituciones clásicas para defenderse —«ya veréis, no aprobarán los exámenes»—, que se las arreglan incluso mejor que los otros. Pero lo curioso es que crea una élite que no quiere popularizar este método porque quiere guardar la ventaja para ella. Además, hay que ser sinceros: la mayoría de los profesores actuales, tanto en España como en Francia, no podría enseñar de esta manera.

      —¿Habría que enseñar a consumir en la escuela?

      —Evidentemente. Si en la escuela no hubiera cursos de geografía y de historia pero una niña llevara un azucarillo... ¿Qué es el azúcar? ¿De dónde viene? Ya empezarían a conocer la geografía. ¿Es de caña o de remolacha? Aprenderían a conocer las plantas. Después, la pastelería, la cadena alimentaria... Hasta llegar a los intercambios económicos, el transporte y todo lo demás. Así se enseñaría a los niños a responsabilizarse y a tener una relación ética con la tierra.

      —¿Habría que experimentar más en educación?

      —Creo que los lugares de experimentación van a ser cada vez más numerosos, aunque no estén federados. Yo he creado la universidad popular de ecología de Choisy-le-Roi, que funciona muy bien. Es cierto que se encuentra en una primera etapa muy simple: alguien que conoce algo de un asunto y que se reúne con otros con mayor o menor formación para compartirlo. Habría que pasar a una segunda etapa, que sería crear verdaderas universidades generales: lugares de producción de conocimiento. Encontrar un espacio no es difícil, sin embargo, exige un compromiso mucho mayor de quienes enseñan. Si me proyecto a treinta años, mi sueño es que no haya más universidades ni colegios, sino casas de conocimiento, que acaben con la división entre ciencias y letras y propongan recorridos flexibles de temporadas de formación con otras de trabajo o de otras actividades. Y estos conceptos también se podrían aplicar a la jubilación.

      —¿Cómo imagina la jubilación?

      —Todo el mundo debería tener un año de jubilación pagado a los 17 o 18 años. Otro al final de sus estudios, si los ha hecho, y otro cuando se tiene un hijo. Y que el paso a la jubilación definitiva no sea de un día para otro sino que se empiece por trabajar la mitad de tiempo, luego un tercio. Y así poder transmitir los conocimientos. Un profesor de universidad, por ejemplo, acumula conocimientos durante toda su carrera y empieza a ser mejor de mayor. Edgar Morin me dijo que a los 65 años, de la noche a la mañana, tuvo que dejar su despacho, y es alguien que ha escrito la mayor parte de sus libros desde que está jubilado. Tiene la suerte de tener buena salud a sus más de noventa años, pero las dos cosas van juntas: diferentes personas lo solicitan y le dicen lo bueno e inteligente que es y, evidentemente, él continúa viviendo. Fernand Braudel me contó que el día de su 65º cumpleaños llegó a la Maison des Sciences de l’Homme y sus libros estaban en el pasillo porque el despacho ya había sido dado a su sucesor.

      —¿Cómo imagina las sociedades del futuro?

      —La diversidad humana hace que no tengamos los mismos gustos ni deseos. Hay gente a la que le gusta vivir en grandes ciudades concentradas, así que habrá grandes metrópolis en 2050 o 2080, aunque con cambios derivados de la preocupación medioambiental y las condiciones energéticas y climáticas. Pero, por otro lado, habrá gente que querrá vivir en pequeños pueblos autogestionados con nuevas formas de solidaridad muy marcadas a nivel local y donde pondrán en común los cuidados, la educación de los niños, la atención a los mayores... Muy independientes del Estado, que por otro lado estará en vías de desaparición. Al mismo tiempo habrá todavía regímenes totalitarios donde la gente no decidirá sobre su lugar de vida porque alguien elegirá por ellos.

      —La gente es cada vez más nómada. Se nace en un lugar, se estudia en otro, se trabaja sucesivamente en diversas ciudades, se viaja varias veces al año... ¿No es esta tendencia al «nomadismo deseable» una herramienta del sistema para desarticular ciudadanos, desligarlos de sus lugares de residencia pasajeros, descomprometerlos respecto al espacio que habitan y hacer así de las ciudades lugares más vulnerables al capitalismo?

      —Es una observación muy justa. Hay una fascinación por la movilidad que hace que veamos arcaico, es decir, totalmente pasado de moda quedarse en el mismo sitio. Pero hay también una contratendencia marcada por una población que considera

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