El fin del armario. Bruno Bimbi

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El fin del armario - Bruno Bimbi Historia Urgente

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ni reprimidos, ni confundidos, ni experimentando, ni en un casamiento de fachada, ni mintiéndole a nadie, están hartos de que los interpreten así. Lejos de los chongos del túnel de Amerika, hay hombres y mujeres bisexuales que viven su orientación sexual sin fingir ni esconderla. No están indecisos, no tienen problemas para decirlo. Como Kalinda Sharma, uno de los mejores personajes de The Good Wife, en algunos momentos tuvieron novia y en otros, novio, y no se sienten obligados a elegir sus parejas por el género. Se proclaman bi y no les gusta que quieran encuadrarlos de un lado o del otro. A veces desean y se enamoran de hombres, a veces de mujeres, sin sentir falta de nada, inclusive en relaciones monogámicas y duraderas.

      “Creo que me gusta San Pablo / Me gusta San Juan / Me gusta San Francisco y San Sebastián / Y me gustan los chicos y las chicas”, cantaba el popular músico de rock brasileño Renato Russo, líder de Legião Urbana.

      Los chicos y las chicas. Así de simple.

      Aunque, como veremos a continuación, también puede ser más complejo.

      Un estudio realizado en 2015 por la reconocida consultora YouGov, que hace investigaciones de mercado y encuestas sobre temas de relevancia social a través de métodos online en diferentes países, reveló datos sorprendentes sobre la sexualidad de los jóvenes británicos: uno de cada dos encuestados de entre 18 y 24 años dijo que no se considera a sí mismo exclusivamente heterosexual; el 11 por ciento se definió como exclusiva o predominantemente gay; más de la mitad de quienes tienen una vida sexualmente activa afirmó que podría tener relaciones sexuales (ya sea de forma esporádica, frecuente o como única opción) con personas del mismo sexo, y el 23 por ciento dijo ya haberlo hecho.

      Los resultados de la encuesta, publicados entre otros por los diarios The Guardian, The Independent y The Daily Telegraph, indican una diferencia considerable entre las respuestas del conjunto de la población adulta y las de los más jóvenes: mientras que el 76 por ciento de los británicos de todas las edades se identifica como exclusivamente heterosexual, el porcentaje baja al 46 por ciento entre los 18 y los 24 años. La proporción de quienes se definen como exclusivamente homosexuales no varía mucho –4 por ciento del total, 6 por ciento entre los más jóvenes–, pero la diferencia crece entre quienes no se identifican con los extremos. Usando la escala creada por Alfred Kinsey en 1948, el estudio permitió a los encuestados elegir entre seis grados que iban de la absoluta heterosexualidad a la absoluta homosexualidad. El 22 por ciento de los más jóvenes se identificó como “predominantemente heterosexual, con relaciones homosexuales esporádicas”; el 13 por ciento como “predominantemente heterosexual, con relaciones homosexuales más que esporádicas”; el 3 por ciento como “bisexual”, el 4 por ciento como “predominantemente homosexual, con relaciones heterosexuales más que esporádicas”, y el 1 por ciento como “predominantemente homosexual, con relaciones heterosexuales esporádicas”. Es decir, en esa franja de edad, los que no son exclusivamente gays ni exclusivamente héteros suman el 43 por ciento (en el total de la muestra, 19 por ciento), mientras que la suma de los exclusiva o predominantemente gays fue de 11 por ciento (en el total, 6 por ciento).

      Tras el impacto del sondeo en los medios británicos, la consultora repitió la encuesta en Estados Unidos y la diferencia entre los más jóvenes (con un máximo de edad ligeramente mayor) y el total de la muestra, si bien menor, se repitió: entre los encuestados de entre 18 y 29 años, el 5 por ciento se considera exclusiva o predominantemente gay; el 7 por ciento bisexual, y el 19 por ciento predominantemente hétero, aunque admite que podría tener relaciones sexuales esporádicas (10 por ciento) o más que esporádicas (9 por ciento) con personas del mismo sexo, algo que el 20 por ciento ya hizo. Dicho de otra forma, apenas el 64 por ciento de los jóvenes estadounidenses se considera exclusivamente hétero, porcentaje que llega al 78 por ciento en el conjunto de la población.

      Algunas tendencias se repiten en ambos estudios. El porcentaje de los que responden que son exclusivamente hétero baja a medida que baja la edad, alcanzando el 87 por ciento entre los estadounidenses de más de 65 años y el 88 por ciento entre los británicos de más de 60, y todas las demás opciones expresan diferentes variaciones que muestran una mayor distribución entre los más jóvenes, principalmente en el segmento que va de la bisexualidad a la heterosexualidad predominante, con ocasionales o frecuentes relaciones homosexuales. El porcentaje de los que dicen ya haber tenido relaciones sexuales con personas del mismo sexo (es decir, los que, independientemente de cómo se identifiquen, ya han tenido experiencias homosexuales) es similar: 23 por ciento entre los jóvenes británicos y 20 por ciento entre los de EE. UU. Otras respuestas varían: en el Reino Unido no parece haber diferencias significativas entre conservadores, laboristas y liberal-demócratas con relación a la escala Kinsey, mientras que en EE. UU. el 90 por ciento de los republicanos dice ser exclusivamente heterosexual, porcentaje que cae a 72 por ciento entre los demócratas.1

      Estos y otros datos de ambas encuestas pueden interpretarse de varias formas. Habrá quien diga que la diferencia entre los jóvenes y el resto significa que hay más gays y bi que antes, o que la relevancia del concepto orientación sexual como definitivo o característico de cada persona está siendo cuestionada por las nuevas generaciones. Creo que sería apresurado y superficial plantearlo así, pero depende de cómo entendamos cada pregunta.

      Lo interesante del estudio de YouGov es que utilizó diferentes formas de indagar a los encuestados sobre su vida sexual real, sobre cómo imaginan su vida sexual posible y sobre qué creen que su vida sexual o sus deseos dicen sobre ellos.

      Algunos datos son llamativos. Cuando les piden que elijan entre sólo tres opciones: homo, hétero o bi, la necesidad de encasillarse lleva a respuestas más tajantes: el 83 por ciento de los jóvenes británicos responde “heterosexual”, el 10 por ciento “gay” y apenas el 2 por ciento “bi”, pero cuando se les pide que elijan entre más posibilidades, sólo el 46 por ciento dice ser “exclusivamente heterosexual” y apenas el 6 por ciento “exclusivamente homosexual”, es decir, ambas etiquetas se relativizan.

      A medida que avanza la edad, esa diferencia tiende a desaparecer. O una cosa o la otra. Sin embargo, en el caso de los británicos, hay una contradicción interesante. Puestos a responder con independencia de su propia experiencia, tienden a reconocer que no todo es tan rígido: apenas el 27 por ciento responde que no existe término medio (“o se es gay o se es hétero”), mientras que el 61 por ciento admite que la sexualidad es una escala y hay más posibilidades. Y en esa respuesta, si bien hay variación por edad, es menor: lo dice, también, el 53 por ciento de los mayores de 60 años, aunque el porcentaje aumenta al 74 por ciento entre los más jóvenes.

      Lo he dicho en diferentes artículos: la sexualidad humana es mucho más compleja que las alternativas que el lenguaje nos ofrece para definirla. Eso no significa, en mi opinión, que términos como gay o hétero carezcan de sentido. En primer lugar, porque una parte importante de las personas tiene deseos y prácticas sexuales exclusivamente orientadas hacia el sexo opuesto o hacia el mismo sexo. Yo soy gay y la idea de que “todos somos bisexuales” siempre me pareció una estupidez. Hablando por mí y por la mayoría de las personas que conozco, podría decir que contradice la experiencia, pero también que las diversas formas de bisexualidad son más comunes de lo que creemos.

      En segundo lugar, porque esas palabras no se refieren apenas a lo que hacemos en la cama o a la forma en que nos enamoramos, sino también a cómo nos identificamos en una cultura donde esas distinciones son relevantes; cómo participamos de grupos, establecemos relaciones de pertenencia y vivimos una determinada experiencia en la topografía de las ciudades, de la vida social y cultural, de las redes digitales y analógicas y de otras formas de vivir en este mundo. Asumirse como gay, bi o hétero no significa apenas una descripción de la propia sexualidad, sino también una forma de vida, como decía, hablando del lenguaje, el filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein; una experiencia de sí mismo, de autopercepción, de identidad y de relación con los demás. No por alguna verdad metafísica o algún orden natural trascendental,

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