Reinventa las reglas. Meg-John Barker
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Sin embargo, al mismo tiempo concebimos las relaciones románticas como la máxima fuente de validación, significado y sensación de pertenencia, quizá por el declive de la fe religiosa y las comunidades locales, y la inseguridad e inestabilidad a la que nos enfrentamos en el mundo laboral. El amor es la nueva religión.3
Esta situación agrava una tensión existencial previa cuando estamos en una relación con otra persona: somos dos personas diferentes y al mismo tiempo estamos juntas en la relación; somos a la vez una persona y una relación. Las personas quieren tener relaciones satisfactorias, gratificantes, en las que todas sus necesidades estén cubiertas simultáneamente, y a la vez quieren ser libres para perseguir sus objetivos y escribir la historia de su propia vida.4 Veo esto continuamente en películas y programas de televisión en los que los personajes intentan encontrar un equilibrio entre su relación con su trabajo, amistades o pasiones. En terapia se compara esa tensión a frotar tu barriga y dar palmadas en tu cabeza simultáneamente.5 Inténtalo, ¡no es fácil!
Numerosos ensayos indican que estos cambios culturales son el motivo por el que las relaciones se encuentran en una situación tan precaria en este momento. Aproximadamente la mitad de los matrimonios termina en divorcio6 y al menos una cuarta parte de las personas casadas tiene una aventura en algún momento. Los índices de rupturas e infidelidades entre quienes no se han casado son aún más altos.7 Y aproximadamente una de cada tres personas vive sola.8
Cosas que se daban por sentadas ahora tienen que ser meditadas y negociadas entre los miembros de las relaciones: ¿en qué momento tener citas se convierte en una relación? ¿Hasta qué punto deberían estar entrelazadas o separadas nuestras vidas? ¿Convivimos? ¿Dormimos en la misma cama? ¿Tenemos descendencia? ¿Qué trabajo tiene prioridad: el que da más ingresos o el que se disfruta más? ¿Debemos seguir teniendo amistad con nuestras exparejas? ¿Qué cuenta como infidelidad? Como dicen los autores de un libro acertadamente titulado The Normal Chaos of Love (el caos normal del amor), «el amor se ha convertido en un espacio en blanco que debe ser rellenado por los propios amantes».9
Desafortunadamente, con lo necesaria que resulta la comunicación cuando se rellena ese espacio en blanco, en general la gente no recibe una buena educación sobre cómo comunicarse en sus relaciones. Se asume que surgirá de forma natural y, si no es así, es porque nos pasa algo malo. Quizá por eso hay semejante demanda de libros y programas de televisión sobre cómo manejar las relaciones. Pero, por desgracia, en lugar de aclarar las cosas contribuyen a la confusión. Uno de los principales objetivos de este libro es demostrar que es comprensible, normal y —de hecho— sensato no tener las cosas claras sobre las relaciones.
Aprender las reglas
Una idea fundamental de este libro es que, cuando nos enfrentamos a altos niveles de incertidumbre, tendemos a agarrarnos a algo para sentir seguridad y nos aferramos a ello con fuerza.10 En el caso de las relaciones, a lo que nos aferramos es a unas reglas.
Solemos recurrir con frecuencia a viejas reglas que nos resultan familiares, incluso cuando no han funcionado especialmente bien en el pasado, o cuando no resultan aplicables a nuestra situación presente. Por lo menos las conocemos, y eso nos da seguridad cuando las cosas son tan inciertas. La ruta alternativa que ahora tomamos la mayoría es aplicar nuevas reglas para nuestras relaciones: bien en la comunidad bien por nuestra cuenta. De todos modos, hay una tendencia a aferrarse a esas nuevas reglas con tanta fuerza como a las antiguas; a veces incluso más, porque es duro estar fuera de lo que hace la mayoría.
Ambos caminos —adherirse a las reglas existentes, aferrarse a las nuevas— conllevan más sufrimiento, no menos. En lugar de mejorar las cosas, las suelen empeorar.
Viejas reglas
Adherirse a las reglas existentes ha creado una cultura que considera más importante ser «normal» que casi cualquier otra cosa.11
Haz la prueba¿Qué es lo normal? |
Cada cual tiene una idea mental de lo que es una relación normal, del mismo modo que la mayoría esbozamos prácticamente lo mismo cuando nos piden que dibujemos una casa.12 Prueba a hacer aquí un dibujo sencillo de una casa y de una relación.
Fig. 1.2. Una casa y una relación.
Del mismo modo que casi nadie vive en nada que se parezca remotamente a esa casa, ninguna de nuestras relaciones se parece a nuestra idea de normalidad. No obstante, hemos absorbido inconscientemente esas reglas sobre qué se considera normal porque son como el aire que respiramos. Resulta imposible escapar de ellas.
Por eso intentamos desesperadamente ser más normales, temiendo que la gente se dé cuenta de que no lo somos, y nos sentimos culpables cuando no somos capaces. En terapia se comprueba cómo las personas están más preocupadas por tener una vida sexual normal —signifique lo que signifique eso— que por encontrar lo que les excita y llevarlo a la práctica. Muchas personas se preocupan más de tener y mantener una apariencia normal que de que su cuerpo esté a gusto. Y la gente se suele preocupar por tener una relación normal que encaje en todo lo que se espera de una relación. La presión para ser normal limita a la gente y la lleva a estar monitorizándose a sí misma —y a otras— buscando cualquier señal que indique que no lo es.
Nuevas reglas
Pero, ¿y qué sucede con quienes nos salimos de las reglas existentes, sea porque así lo decidimos o porque no hay otra opción posible?
Las nuevas reglas se han ampliado desde que publiqué la primera edición de este libro. Por aquel entonces muchas personas mantenían relaciones, sexualidades y géneros fuera de la «norma», por supuesto. Pero recientemente hemos visto mucha más conciencia de ello, ligado a una explosión de terminología para las diferentes formas de experimentar el sexo, el género y el amor.
En la actualidad, más del cuarenta por ciento de jóvenes se sitúa en algún punto entre «exclusivamente heterosexual» y «exclusivamente homosexual», y hay una inmensa proliferación de términos para describir diferentes sexualidades y asexualidades (pansexual, gris-sexual, skoliosexual, etc).13 Facebook ofrece más de setenta palabras diferentes para que cada cual pueda describir su género, incluyendo muchas que van más allá del binarismo hombre/mujer (agénero, género fluido, demiboy, etc). Del mismo modo, existe una floreciente variedad de términos para diferentes clases de relaciones románticas y arrománticas (casi-monogamia, polisoltería o solo-poly, queer-platónica, etc.). Entraremos a fondo en todo ello en los capítulos 4, 5 y 6.
Personalmente, he encontrado esos cambios —y las conversaciones en torno a ellos— increíblemente útiles para mi propia comprensión del amor, del sexo y del género. Pero también ha habido una inmensa reacción contra los «snowflakes millennials» y las políticas identitarias de la «generación Tumblr», que da la sensación de que quienes se aferran a las viejas reglas consideran las nuevas como una amenaza. En una atmósfera tóxica como esta, resulta fácil que la gente se aferre con todas sus fuerzas a las nuevas reglas que han propuesto. Y quizá también insisten con la misma fuerza en que su manera de hacer las cosas es la única posible, vigilan vehementemente los límites en torno a su identidad o estigmatizan públicamente a quienes les cuesta seguir el ritmo, o a quienes viven las cosas de forma diferente. Volveremos a estos asuntos cuando hablemos del cubo de cangrejos de Terry Pratchett en el capítulo final de este libro.
Conmigo o contra mí
La situación de unas reglas viejas contra unas nuevas crea la dicotomía de «conmigo o contra mí»: «conmigo» están las personas normales que desean