Reinventa las reglas. Meg-John Barker

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Reinventa las reglas - Meg-John Barker UHF

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rel="nofollow" href="#ulink_0a54d62c-c4f6-500c-a4e4-9b055e33bbbc">9. Beck, U. y Beck-Gernsheim, E. (2001). El normal caos del amor: Las nuevas formas de la relación amorosa. Paidós.

      10. Ver Batchelor, M. (2003). Meditar para vivir. Gaia.

      11. Warner, M. (1999). The trouble with normal: Sex, politics, and the ethics of queer life. Harvard University Press.

      12. Gracias a Cathy Aymer por esta analogía.

      13. YouGov (2016). La mitad de jóvenes dicen que no son 100 % heterosexuales. [Disponible online]

      14. Barker, M.-J. y Scheele, J. (2017). Queer: Una historia gráfica. Melusina.

      15. Crenshaw, K. (1995). Critical Race Theory. The New Press.

      16. hooks, b. (2000). Feminist Theory: From Margin to Center. Pluto Press.

      17. Collins, P. H. (1998). «It’s all in the family: Intersections of gender, race, and nation». Hypatia, 13(3), pp. 62–82.

      18. Barker, M. y Heckert, J. (2011). «Privilege & Oppression, Conflict & Compassion». The Sociological Imagination, 15 de septiembre de 2011. [Disponible online]

       2 Reinventa tus reglas

      Fig. 2.1. El resto de la gente.

      ¿cuáles son las reglas?

      Puede parecer extraño que en un libro sobre el amor comencemos nuestro recorrido con nuestra relación con nuestro yo, en lugar de por nuestras relaciones con otras personas. ¿Por qué comenzamos por aquí?

      Uno de los primeros consejos para las relaciones que recuerdo es: «tienes que quererte antes de que te pueda querer otra persona». O bien: «tienes que quererte antes de que nadie pueda quererte». Sea como sea, la idea era que, como punto de partida, necesitabas quererte antes para que fueran posibles las relaciones buenas con otras personas.

      Pensándolo mejor, creo que la situación es más complicada que eso. No tengo claro si es posible que alguna vez llegues a quererte totalmente. De hecho, ahora veremos que ese es un reto especialmente difícil hoy día. Además, te guste o no, siempre estamos en alguna forma de relación con otras personas. Por eso no va a ser realmente posible tener una estupenda relación con nuestro yo antes de tener una relación con otra persona. Además, podríamos pensar más filosóficamente sobre esa idea de amarnos y preguntarnos: «¿quién es ese yo que es amado y quién es ese yo que ama?». Pero ahora llegaremos a eso...

      Lo que estoy sugiriendo es que, como todas las reglas de ese tipo, la regla «quiérete antes de querer a alguien» solo resulta útil hasta cierto punto. Va a deformarse, y se terminará rompiendo, si intentamos estirarla demasiado. De todos modos, es bueno pensar sobre nuestra relación con nuestro propio yo como la base para nuestras otras relaciones. En cierta medida, necesitamos estar bien interiormente para estar bien con otras personas; para permitirles tener una relación muy cercana y llevar bien que nos quieran. También necesitamos conocernos, al menos hasta cierto punto, para saber qué relaciones pueden resultarnos potencialmente beneficiosas y cuáles no, así como para saber cuáles son nuestros patrones en las relaciones.

      Desgraciadamente, en nuestra cultura no se valora que tengamos una buena relación con nuestro yo. El objetivo, desde el colegio, es la mejora personal, en lugar de la felicidad con quiénes somos y cómo nos vivimos. La gente suele pasar poco tiempo a solas y termina teniendo miedo a la soledad, porque eso supone estar con alguien con quien no están muy a gusto. La mayoría tenemos pensamientos poco amables sobre quiénes somos resonando en el fondo de nuestra mente gran parte del tiempo, por lo que es comprensible que no tengamos demasiadas ganas de calmarnos lo suficiente para llegar a oírlos. Es más fácil distraerse con el trabajo, socializar, ver la tele o pasar el rato en redes sociales.

      Tu yo es algo fijo

      ¿Cuáles son las reglas que se dan por sentadas en nuestra relación con nuestro yo? La primera es esa idea de que debes «quererte», o «encontrarte», «conocerte» o «serte fiel». Todas implican que existe un yo que podemos identificar para amarlo, encontrarlo, conocerlo o serle fiel.

      Esta regla se da tan por sentada que podría parecer raro cuestionarla. Pensamos en nuestra personalidad como algo que puede ser resumido en unas pocas palabras o acrónimos en una app para ligar.

      Nos fascinan los tests de personalidad que prometen la verdad sobre quiénes somos realmente. Mientras procrastinaba al escribir este libro descubrí qué princesa, personaje malvado y acompañante de Disney soy; a qué período histórico pertenezco en realidad, y si sobreviviría a un apocalipsis zombie; dónde me sitúo en el mapa político y en el indicador de Myers Briggs; y —lo más importante— a qué casa me enviaría el Sombrero Seleccionador (Hufflepuff con un toque de Ravenclaw, por supuesto). Todo esto sugiere que hay un yo auténtico en nuestro interior que puede ser descubierto, y también que hay algo relativamente fijo y estable a lo largo de nuestras vidas.

      Tu yo tiene carencias

      Esta forma de pensar ha permeado mucho más allá de los productos domésticos. Cada día hay más y más nombres para los «trastornos» y «disfunciones» que podrías padecer, y miles de medicamentos y terapias que nos ofrecen curarlos, pagando por ello. Muchas revistas, programas de televisión y libros de autoayuda también se basan en que pensemos que tenemos algún defecto que debe ser reparado. No tenemos suficiente sexo, no vestimos con la ropa adecuada, no somos una pareja, padre o madre lo suficientemente buenos, no nos sentimos suficientemente felices con nuestras vidas, y quien ha escrito ese libro o presenta ese programa de televisión nos va a arreglar.

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