Reinventa las reglas. Meg-John Barker

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Reinventa las reglas - Meg-John Barker UHF

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aceptación desesperadamente para luego volver a la fragilidad al rendirnos y no estar disponibles para nadie en absoluto. No está bien hacer eso a quienes nos rodean, y puede alimentar nuestra sensación de que somos malas personas y de que no valemos nada cuando vemos lo decepcionada que está la gente con lo que hemos hecho.

      Muchas veces en mi vida, cuando las cosas eran realmente inestables —cuando estaba al límite y tenía que ir a llorar al baño a la hora de comer para poder aguantar el día— alguien a quien no conocía demasiado me comentó lo bien que veía que me iba la vida. Siempre me choca cuando esto sucede, porque deben de estar viendo mi cara sonriendo educadamente, sin tener ni idea de la tormenta interior que sucede debajo.

      Lo que tiene ser terapeuta es que puedes ver realmente cómo es la gente bajo sus máscaras, cuando tiene el valor suficiente para dejarte mirar tras ellas. Lo más chocante es que prácticamente todo el mundo con quien he trabajado me ha dicho que debe de tener algo profundamente defectuoso, porque le parece que «el resto de la gente» es capaz de salir adelante. Hice el cómic que está al comienzo del capítulo basándome en eso.

      Por eso la forma de tratarnos con dureza y fragilidad resulta dañina para nuestras vidas y también para el resto de la gente. Si somos capaces de mantener esa dureza para sostener esa gran personalidad en público, y solo nos permitimos tratarnos con fragilidad en privado, alimentamos esa cultura de la autovigilancia, el perfeccionamiento personal, en lugar de cambiarla. Me pregunto si el mejor regalo que podríamos hacerle a otras personas no sería mostrarles un poco de nuestra propia ansiedad e inseguridad, y dejar de crear esa ficción con la que compararse. Pero esta cultura de la humillación y el rechazo público también puede hacer que dé miedo mostrar nuestras vulnerabilidades y defectos.

      Otra razón por la que vale la pena cuestionar la regla de vivir oscilando entre dureza y fragilidad es que, cuando nos tratamos con dureza, a menudo intentamos llegar a la perfección en todas las facetas de nuestra vida. La dureza no admite que todo el mundo tenga diferentes capacidades y habilidades, algunas de las cuales son más fuertes que otras, y que todas puedan variar con el tiempo, dependiendo del resto de cosas que ocurren en nuestra vida. Tampoco reconoce que no es un campo de juego equitativo. Por ejemplo, para quienes tenemos un historial de trauma, opresión y marginación, a menudo es duro incluso llegar al nivel del que parten otras personas en cuestiones de autoestima, redes de apoyo y acceso a recursos. Además, cada persona tiene niveles radicalmente diferentes de salud, energía y forma física.

      Aparte de eso, cuando nos tratamos con dureza solemos imponernos reglas contradictorias, colocándonos en situaciones en las que resulta imposible ganar. Por ejemplo, podemos intentar complacer a todas las personas que nos rodean, aunque cada persona nos exija cosas diferentes. La amistad perfecta podría entrar en conflicto con el trabajo perfecto, la crianza perfecta con el sexo perfecto. Trabajar hasta muy tarde podría ser imposible de compaginar con ser una persona popular que socializa. Es poco probable tener suficiente tiempo libre para tener un cuerpo de surfista y también escribir un guion merecedor de un Oscar. Incluso una persona superhumana no sería capaz de realizar algunas de las tareas que nos imponemos. No es sorprendente que caigamos de nuevo en la fragilidad y tengamos ganas de abandonar, o de ni siquiera intentarlo.

      Dureza hacia dentro y hacia fuera

      Hay otra manera en la que tratarnos con dureza y fragilidad nos resulta perjudicial, y que tiene que ver con la relación entre cómo nos tratamos personalmente y cómo tratamos a otras personas: la idea de «quiérete antes de querer a otras personas» con la que empezamos. Si nos tratamos con dureza y fragilidad, es probable que a menudo nos encontremos tratando de la misma manera a otras personas. Como nos estamos comparando constantemente con otras personas, y tenemos tanto miedo a poder descubrir que tenemos defectos en comparación con ellas, es fácil juzgarlas y tratarlas con dureza.

      De camino al trabajo me enfado por cómo se comporta el resto de viajeros apiñados en el tren. Una vez allí mataría por un descanso para poder reunirme con mis amistades y criticar a un colega que me irrita. De camino a casa me doy cuenta de que me he pasado la última hora repasando qué podría decirle a una amistad para que se arrastre pidiendo perdón, después de no haber aparecido el fin de semana.

      Esta actitud tan crítica resulta muy tentadora pues nos calma a corto plazo. Cuando nos fijamos en las carencias de otras personas, no tenemos que pensar en los defectos que tememos tener. Reforzamos nuestra confianza pensando en lo mal que lo está haciendo todo el mundo. Podemos incluso llegar a encontrar maneras de convertir nuestros problemas en algo que es su culpa. Eso entraña el peligro de que tratemos mal a otras personas cuando nos ponemos como una furia y de que adoptemos aires de superioridad. Todo lo positivo que obtengamos de eso durará poco ya que, en lugar de sentirnos mejor, a menudo terminamos con más estrés y enmarañándonos más que cuando empezamos. También perdemos la sensación de tener el apoyo y la conexión con otras personas al habernos hecho tan conscientes de lo defectuosas que son.

      En ese momento podríamos oscilar nuestro péndulo al otro extremo y volver a la fragilidad con otras personas: deseando su aprobación con semejante desesperación —para mostrarnos que no tenemos defectos— que nos abrimos a todo el mundo, independientemente de lo bien o mal que conectemos con esas personas o de si es una relación positiva o no. En ese momento no tenemos protección frente los comentarios crueles o desconsiderados, y podemos sentir que nos superan tanto las demandas de todas esas personas que son parte de nuestra vida como la posibilidad de que nos vean de forma negativa. Aunque nos abrimos a otras personas cuando somos así, en realidad no las estamos viendo en absoluto, porque nos preocupa más cómo nos están viendo ellas.

      Valorar a las personas de formas diferentes

      Esto pone el foco en un tema al que volveremos muchas veces a lo largo de este libro: la forma en que tendemos a valorar a la gente, incluyendo nuestro propio yo, de distintas maneras. Cuando tratamos con dureza a otras personas, actuamos como si fuéramos más importantes que ellas. Cuando las tratamos con fragilidad, actuamos como si ellas fueran más importantes. Parece que nos cuesta vernos como alguien con el mismo valor que el resto de las personas de nuestras vidas.

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