Reinventa las reglas. Meg-John Barker
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La escritora Susan Bordo dice que la mayoría de las veces vemos «el cuerpo como una agresión externa, que nos amenaza con un antiestético despliegue de carne protuberante ... Para conseguir resultados (que suelen expresarse como una erradicación completa del cuerpo; por ejemplo, “no tener barriga”) se requiere un violento asalto al enemigo».25 De esa manera, es fácil alienarse de nuestros propios cuerpos: los tratamos como algo separado que debe ser monitorizado y juzgado, controlado y perfeccionado, en lugar de una parte intrínseca —y siempre cambiante— de quienes somos.
Me encanta esta cita del libro Tongue First de Emily Jackson sobre cómo nuestro cuerpo, como cualquier otra faceta nuestra, es plural y siempre cambiante:
Algunos días mi cuerpo es el de una señora, el refugio de un ama de casa en pantalones que se pasa las tardes haciendo postres en un barrio acomodado. Mi tripa se redondea a la espera del parto y mi espalda se encorva debido a los años de labores domésticas. Otros días es frágil: puedo ver los huesos de mis manos y pies; mis piernas son delgadas; la espalda me duele; las venas azules destacan en mi piel como las de una anciana. Aún así, otros me siento como una superheroína: los muslos de músculos hinchados, hombros anchos, las venas henchidas que se convierten en parte de mi físico atlético.26
Cuando oscilamos entre el trato duro y el trato frágil a nuestro cuerpo, resulta útil vivirnos como corpóreos, o en armonía con nuestros cuerpos. A menudo tenemos esa sensación cuando estamos en acción y en movimiento; a veces, cuando estamos a solas: no nos está monitorizando nadie y podemos ensimismarnos en lo que estemos haciendo. Piensa en los momentos en que te sucede esto: si es cuando bailas en una discoteca, cuando flotas en el mar o cuando te sientas en un banco del parque. ¿Sería posible cultivar esos momentos de forma que trates a tu cuerpo cada vez menos como un objeto ajeno?
Una alternativa a la idea de aprender a quererte, con la que comenzamos este capítulo, es que podríamos aprender a amar nuestros relatos en construcción permanente. Eso supondría mirar atrás en nuestras vidas y reconocer que eso construyó lo que somos hoy día, del mismo modo que podemos mirar hacia delante y reconocer nuestro rol como quienes escriben qué va a suceder a continuación. Es complicado querernos sin convertir nuestro yo en algo fijo, y puede ser difícil aceptar realmente los diferentes yoes que somos. Pero podemos reflexionar sobre nuestro relato en construcción con todos sus altibajos, sus triunfos y tragedias, y reconocer que al menos compone una historia realmente única.
¿más allá de las reglas? aceptar la incertidumbre
Hemos visto que las reglas que-damos-por-sentadas sobre nuestro yo tienden a tratarnos como un yo único, fijo. Las reglas sugieren que debemos escrudiñar y vigilar nuestro yo para asegurarnos de que solo revela determinadas facetas. Debemos compararnos con otras personas y perfeccionarlo para erradicar todos nuestros defectos. Eso nos deja oscilando caóticamente entre esas formas duras y frágiles de tratarnos de las que hablábamos anteriormente.
En lugar de buscar reglas definitivas sobre cómo debemos ser, podríamos aceptar que esta es un área incierta e incontrolable de nuestra vida, que diferentes facetas de nuestro yo surgirán en diferentes situaciones y relaciones, y que todo el mundo varía y cambia con el tiempo. Si cuestionamos las reglas pensándonos como plurales en lugar de singulares y en cambio constante más que como algo fijo, ¿qué sucede con las formas duras y frágiles de relacionarnos con nuestro yo?
Quizá terminemos oscilando el péndulo más suavemente entre algo parecido a la bondad y la firmeza, en lugar de la dureza y la fragilidad. Cuando nos tratamos con bondad, nos decimos: «Estoy bien y debo ir poco a poco»; cuando somos firmes, decimos: «Estoy bien, y lo tengo bajo control».
Fig. 2.5. El péndulo de la bondad y la firmeza.
Te habrás dado cuenta de que, en el diagrama de dureza y fragilidad, he colocado la dureza primero y la fragilidad después, mientras que en esta versión pongo la bondad en primer lugar y la firmeza después. Lo hago porque creo que la dureza es la base de tratarnos con dureza y fragilidad. Empezamos por la dureza: intentamos forzarnos con severidad para ser como creemos que deberíamos ser. Y, o bien nos mantenemos así, cayendo en la fragilidad porque la dureza es, simplemente, demasiado dura, o nos mantenemos oscilando de un lado a otro entre ambos extremos.
En mi versión alternativa pongo la bondad antes que la firmeza porque la bondad es la base fundamental.27 Se trata de tratarnos con cariño, de reconocer que no podemos hacerlo todo en todo momento y de cuidarnos para sentirnos con la fuerza suficiente para enfrentarnos al mundo. La firmeza surge al reconocer que en la vida queremos luchar por determinadas cosas y cuando nos responsabilizamos de nuestros actos. Pero la firmeza está basada en tratarnos con cariño. Perseguimos las cosas de una forma que reconoce de qué somos capaces y cuáles son nuestros límites, y nos concede un descanso cuando lo necesitamos.
La firmeza es diferente de la dureza porque, en lugar de presionarnos hacia delante y machacarnos cada vez que fracasamos, reconoce que no existe una perfección que alcanzar. Celebra nuestros pequeños triunfos por el camino, y reflexiona cuidadosamente sobre el fracaso.28 ¿Es esto un fracaso o es una lección útil sobre nuestras propias limitaciones? ¿Quizá una demostración útil para quienes nos rodean de que nadie es perfecto?
Podemos pensar en la bondad y la firmeza como formas de conectarnos con nuestro interior, de manera que sabemos cuándo tenemos energía y voluntad suficiente para enfrentarnos a algo, y cuándo necesitamos relajarnos y recuperarnos; cuándo salir al mundo y cuándo retirarnos. Curiosamente, cuando nos tratamos así es posible que logremos hacer cosas que nos costaban al tratarnos con dureza, y que disfrutemos más del proceso. También podemos replantearnos qué es lo que consideramos importante.
Me gusta esta manera de ver las cosas porque, como hemos visto, tratarnos con dureza y fragilidad es algo que tenemos profundamente arraigado y en lo que es fácil caer. Necesitamos otra forma de hacerlo a la que sea posible aspirar y hacia la que desplazarnos de la dureza y la fragilidad. Quizá cada vez que nos tratemos con dureza o fragilidad podríamos reconocerlo siendo comprensivos y, con generosidad, dejar de hacerlo para tratarnos de una forma más bondadosa y firme.
Aquí resulta útil una metáfora de Martine Bachelor:
Imaginemos que estoy sujetando un objeto hecho de oro. Es precioso y es mío: siento que debo agarrarlo con fuerza. Lo sujeto, curvando mis dedos para que no se me caiga, para que nadie pueda quitármelo. ¿Qué sucede al cabo de un rato? No solo mi mano y mi brazo se resienten sino que no puedo usar la mano para nada más. Cuando sujetas algo, creas una tensión y te limitas.
Dejar caer el objeto dorado no es la solución. El desapego significa aprender a relajarse para estirar los dedos y suavemente abrir la mano. Cuando mi mano está completamente abierta y no hay tensión, el objeto precioso puede descansar con ligereza sobre ella. Puedo seguir valorando el objeto y cuidarlo; puedo soltarlo y recogerlo; puedo usar mi mano para hacer algo más.29
En la vida tendemos a sujetar con fuerza las cosas que queremos, y tirar las cosas que no queremos. Eso es similar a oscilar entre la dureza y la fragilidad: sujetar tan fuerte que nos duele la mano, o rendirnos y perderlo por completo. Ese objeto precioso es una metáfora útil para gran parte de lo que cubrimos en este libro: cómo tratarnos, cómo lidiar con nuestros sentimientos, cómo afrontar los comentarios que hacen otras personas sobre nuestra vida, cómo tratar a otras personas y cómo tratar las propias reglas.
Bondad y firmeza con nuestro yo
Mientras escribía este