Reinventa las reglas. Meg-John Barker
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Reinventa las reglas - Meg-John Barker страница 9
Del mismo modo que tenemos miedo a nuestras carencias, el listón que marca haber llegado a un yo exitoso está cada día más alto.4 El culto a las celebridades implica que la única manera de tener éxito es la fama y recibir la aprobación de todo el mundo. Concursos como Factor x, Pop Idol, El Aprendiz o Masterchef nos venden la idea de que podríamos alcanzarla si nos esforzáramos lo suficiente. Mientras tanto, se elimina al resto de concursantes semana tras semana por no dar la talla, y esto alimenta nuestra idea de que la mayoría tenemos carencias.
Incluso las personas famosas son escudriñadas constantemente cuando hacen algo mal. Los paparazzis intentan conseguir una foto cuando hacen algo que no deberían, o usan un zoom para conseguir el primer plano de una minúscula «imperfección» en sus cuerpos para ponerle un círculo rojo alrededor. Las redes sociales convierten con facilidad a la gente famosa de héroes a villanos si tienen un tropiezo, y la rechazan y evitan públicamente.5
Nos animan a compararnos con otras personas para que juzguemos lo bien —o mal— que lo estamos haciendo en toda clase de escalas, y el listón está tan alto que siempre nos vamos a ver por debajo. Se nos presiona para llegar a la perfección o, al menos, para asegurarnos de que nos presentemos como una persona perfecta y de que escondamos la terrible realidad. Y tememos que esta pueda ser vista por quienes nos rodean.
Esta cultura de la comparación se ha hecho más insidiosa a medida que nos hemos mostrado de maneras con las que todo el mundo se puede comparar. En las redes sociales, la mayoría compartimos solo nuestros triunfos y ninguna de nuestras tragedias. Aprendemos a hacernos el selfie perfecto, elegimos la mejor de las veinte fotos y usamos apps para perfeccionarla todavía más en la dirección del ideal corporal que tan bien hemos interiorizado. A medida que nuestras redes sociales se van llenando de ese tipo de historias e imágenes de nuestras amistades, nos vamos enfrentando a un número inmenso de personas atractivas viviendo unas vidas muy atractivas. No podemos competir con esa combinación tan perfecta. Sentimos que debemos tener el cuerpo tan tonificado como x, ser tan feliz como y y tener tanto éxito como z. ¿Por qué no estamos de fiesta, corriendo una maratón, haciendo voluntariado en el extranjero, disfrutando de nuestra familia y ascendiendo en el trabajo?
Aquí hay algunas paradojas importantes. Al mismo tiempo que se supone que debemos ver los defectos de nuestro cuerpo y mejorarlo de forma constante, también se nos dice que tenemos que mostrar cuánto amamos nuestro cuerpo tal como es y estar a gusto con él.6 Debemos odiar nuestros cuerpos y amarlos al mismo tiempo.
Esto también es cierto respecto al amor propio. Muchos artículos y programas de televisión insisten en lo importante que es pero, al mismo tiempo, el resto de medios afirma que tenemos defectos que debemos reparar. La escritora y activista Feminista Jones mostró esa paradoja cuando animó a las mujeres a comenzar a aceptar los piropos que recibieran de los hombres, simplemente diciendo «gracias» o «pienso lo mismo» en lugar del autodesprecio habitual.7 Muchos hombres respondieron diciendo que las veían menos atractivas o incluso las insultaban: «Quiérete, pero no te quieras».
Resumen |
Por lo tanto, nuestras reglas-dadas-por-sentadas respecto a nuestro propio yo son algo parecido a:
• Somos un yo fijo que se mantiene siempre igual a lo largo del tiempo.
• Ese yo tiene ciertas carencias.
• Lo supervisamos cuidadosamente para asegurarnos de que nadie se da cuenta de esas carencias.
• Debemos esforzarnos en mejorar y reparar nuestros defectos.
¿por qué cuestionar las reglas?
Estas reglas nos suelen dejar como un péndulo que oscila dolorosamente entre tratarnos con dureza y con fragilidad.
Fig. 2.2. Péndulo de la dureza y la fragilidad.
Tratarnos con dureza y fragilidad
Cuando nos tratamos con dureza, pensamos: «soy lo peor en comparación con otra gente, debo mejorar eliminando todos mis defectos». Cuando nos tratamos con fragilidad, pensamos: «soy lo peor y lo mejor que puedo hacer es aceptarlo porque soy quien soy, nada que pueda hacer va a mejorarlo».
Cuando nos tratamos con dureza, nos automonitorizamos detenidamente, intentando mantener bajo control todo lo que hacemos, siempre con el temor de hacerlo mal y que eso sea el fin del mundo. Cuando nos tratamos con fragilidad, simplemente nos rendimos y no parece que valga la pena hacer nada. Podríamos quedarnos bajo el edredón pasando el tiempo con cualquier cosa que nos reconforte.
En esos extremos, puede que nos encontremos pasando de un estado de intensa y aguda ansiedad a una depresión gris y anodina, y viceversa. La mayoría sentimos que nos estancamos en uno de los extremos del péndulo más que en el otro. Quizá porque el de la dureza da demasiado miedo, nos quedemos con la fragilidad, aunque nos haga sentir mal. O quizá nos tratemos con tanta dureza que no nos podamos permitir un momento de fragilidad o comodidad.8
Incluso si somos capaces de no llegar a semejantes extremos, la mayoría oscilamos entre la dureza y la fragilidad en nuestra vida diaria.
Suena la alarma por las mañanas y la retraso varias veces (fragilidad) antes de arrastrarme fuera de la cama (dureza). Me subo al autobús (fragilidad) mientras me regaño por no caminar cuando me ayudaría a perder algo de peso (dureza). En el trabajo me entretengo consultando las redes sociales (fragilidad), enfadándome todo el tiempo por no ponerme a trabajar en serio en lo que debería estar haciendo (dureza). Cuando termino el trabajo, me resulta difícil celebrarlo porque soy muy consciente de que podía haberlo hecho mucho mejor, y no quiero que se me vea creyéndome mejor de lo que soy (dureza). En su lugar, como premio cotilleo sobre mis colegas de trabajo (fragilidad). Les escucho hablar de sus vidas y me pregunto si mi atractivo y el éxito que he alcanzado son suficientes, y si mi relación es tan buena como creo (dureza). Llego a casa sin fuerzas y me derrumbo frente a la televisión con una cerveza en la mano (fragilidad).
Reflexiona sobre estoDureza y fragilidad |
Podrías detenerte un momento y pensar cómo es tu día típico, o quizá en lo que has hecho hoy. ¿De qué manera te has tratado con dureza? ¿De qué manera te has tratado con fragilidad?
Al final de este capítulo te sugeriré una alternativa al péndulo de la dureza y la fragilidad. De momento, pensemos en algunos de los problemas que provoca.
Los problemas del péndulo de la dureza y la fragilidad
Tratarnos con dureza o con fragilidad nunca consigue lo que pretende. Tratarnos con dureza nunca nos hace mejores porque nunca hacemos lo suficiente. Nunca recibes la recompensa emocional suficiente por un trabajo tan duro. Es como escalar una montaña y, al llegar a lo que creíamos que era la cima, darnos cuenta de que hay otra cima más arriba, y otra más, y otra más.
La fragilidad tampoco consigue nunca lo que pretende. Oscilamos hacia la fragilidad porque nos hemos tratado con tanta dureza que nos hemos agotado y necesitamos un descanso. Pero a menudo lo que hacemos cuando nos tratamos con fragilidad nos hace sentir peor, en lugar de mejor. No disfrutamos realmente de la cerveza, o del juego online, o de consultar nuestras redes sociales, porque lo estamos usando para enterrar la dureza con la que nos hemos tratado, en lugar de relajarnos y cuidarnos de forma genuina. No estoy diciendo que la cerveza, los juegos online o las redes sociales sean necesariamente dañinos, sino que pueden serlo si los utilizamos de esa manera frágil, igual que puede serlo cualquier otra cosa.9
Cuando nos tratamos con fragilidad solemos tener tal certeza sobre nuestras carencias