Reinventa las reglas. Meg-John Barker
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La alternativa para evitar o intentar enfrentarse a esas diferentes facetas que tenemos es abrirse a todos los yoes que somos: cultivar la conciencia de todos ellos y la buena comunicación entre ellos. Esto puede resultar muy complicado cuando se trata de los yoes a los que tenemos miedo o que nos repugnan. Pero, paradójicamente, cuando nos enfrentamos a ellos y los escuchamos en lugar de intentar bloquearlos al otro lado de un muro bien alto, solemos descubrir que son menos aterradores o abrumadores de lo que temíamos.
Podemos llevar a cabo esa comunicación sintonizando con los personajes que aparecen en nuestros sueños o fantasías, o prestando atención a las personas que nos atraen o nos repelen en la ficción y en la vida real: probablemente reflejan facetas nuestras. Podemos hacer un esquema de los yoes de los que hemos sido conscientes, o dialogar entre nuestras diferentes facetas mediante la escritura o la representación.18
Según vamos conociendo toda nuestra pluralidad de yoes, a menudo entramos en contacto con capacidades que habíamos olvidado que teníamos y somos capaces de ser más flexibles en las situaciones en las que nos encontramos. Un poco como en la serie de televisión Sense8, en la que pequeños grupos de personas alrededor del mundo están conectadas y pueden recurrir a las habilidades y fortalezas del resto cuando las necesitan: actor, hacker, experta en artes marciales. Comunicarme con mis propios yoes me ha brindado acceso a algunas de esas partes rechazadas que pueden ser tan útiles: el yo bromista e irreverente de ágiles respuestas, el yo guerrero capaz de resistir con fuerza a los contratiempos, el yo vulnerable al que se protege. Ciertamente, me he dado cuenta de que tengo facetas que son más Gryffindor que Hufflepuf, ¡e incluso Slytherin en algunas cosas!
Volveremos a estas ideas en el capítulo 9, cuando exploremos cómo otras personas, y nuestro yo, somos plurales. De momento, piensa simplemente que quizá en lugar de conocer nuestro yo podríamos aspirar a conocer nuestros yoes.
Estamos en cambio constante, más que en estado estático
Del mismo modo que somos plurales, también somos siempre un proceso en marcha.
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Imagina que tu vida fuera un libro. ¿Qué pondría en el índice? Escribe una lista de los capítulos de tu vida. Puedes empezar desde cualquier punto del pasado que te parezca apropiado, y terminar en el presente o en el futuro. Como que te apetezca.19 Si no te gustan los libros, puedes pensar en las diferentes escenas de una película, las diferentes canciones de un disco o las diferentes fases de un videojuego.
Fig. 2.4. Mi historia.
A continuación puedes reflexionar sobre lo que has escrito: ¿por dónde empezaste? ¿Con qué terminaste? ¿Qué tipo de libro/película/disco/juego sería el tuyo? ¿Qué género? ¿Cuáles son los temas principales? ¿Quién es el autor principal? ¿Cómo sería si fuera otra persona quien escribiera sobre tu vida? ¿Hay alguna parte de tu vida que no hayas incluido? ¿Cómo sería si te hubieras centrado en eso? ¿A qué público le gustaría más o cuál sería el más crítico? ¿Cómo se titularía?
En principio, lo que esta actividad pretende mostrar es que, del mismo modo que somos plurales más que singulares, también estamos en constante cambio en lugar de ser fijos e inmutables.20 De hecho, hay muchas historias diferentes que podríamos contar de nuestras vidas. De nuevo, podemos estancarnos en una narrativa concreta, pero puede ser útil salir de ahí.
El psicólogo Kenneth Gergen21 sugiere que creamos relatos para darle sentido a nuestras vidas, a menudo comenzando desde un punto final concreto: cómo llegué a ser x, donde x podría ser cualquier cosa, de personal sanitario a ludópata, de padre a persona divorciada, de liberal a atleta de larga distancia. Nos reescribimos constantemente y nos repetimos ciertas historias para que lleguen a dar la sensación de una verdad sólida. Las narrativas populares incluyen:
• La tragedia: empezamos teniendo éxito y acabamos fracasando.
• La comedia romántica: una vida positiva se ve interrumpida por una desgracia, pero al final se restaura el orden.
• El final feliz: las cosas mejoran gradualmente.
• La trama heroica: luchamos contra una serie de obstáculos, pero al final vencemos.
¿Cómo sería tu historia, si la comenzaras partiendo de otro final, o si usaras una estructura narrativa diferente?
El sociólogo Ken Plummer22 señala que los nuevos relatos o, al menos, las variaciones de los antiguos, surgen con el tiempo y el contexto cultural, como el relato de la «salida del armario» o el de la «narrativa de la víctima». De nuevo, esas historias pueden ser útiles para dar sentido a nuestras vidas, pero también es bueno no aferrarse demasiado a ellas y que lleguen a restringir nuestro futuro. Si has tenido una «salida del armario», ¿qué aspecto tendría la historia de tu vida si te concentrases en un aspecto diferente de tu identidad? Si has sido víctima, ¿puedes contar también historias usando partes de tu vida como persona que salva a otra, como persona heroica, como superviviente o incluso la que causa el daño?
Cuando nos vemos como algo estático —que se puede fijar y mantener siempre igual— nos limitamos y restringimos. El terapeuta Manu Bazzano dice que es como llevar un cuenco al río, llenarlo de agua y luego mirar al cuenco para entender el río. En realidad, somos el río, siempre fluimos y siempre cambiamos. 23
Convertirnos en algo fijo
Otra metáfora útil es la del escritor Stephen Batchelor.24 Este sugiere que somos como el barro que da vueltas en el torno, y al mismo tiempo como la mano que hace girar el torno y moldea ese barro, siempre en movimiento y cambiante. Cuando nos percibimos en estado estático, es como si metiéramos el barro en el horno y lo fijáramos. Cuando nos convertimos en algo fijo, devenimos una forma rígida, quebradiza y frágil.
Por supuesto, deseamos volvernos algo fijo porque vivimos bajo la ilusión de que somos capaces de ser siempre la mejor persona en sus mejores momentos. Además, ser algo fijo da la sensación de ser algo cierto y controlable: esto es quien soy y así es como hago las cosas. Y si podemos presentar un yo fijo y bueno al resto del mundo, esperamos que no vean nuestros defectos. Pero como no somos algo fijo, nuestra fluida vida sigue avanzando. El yo al que intentamos aferrarnos desesperadamente ya no encaja, o surge otra de nuestras facetas y rompe ese objeto cuidadosamente fijado.
Además, convertirse en algo fijo es peligroso porque podríamos terminar fijando las facetas de nuestra personalidad que menos nos gustan, o que nos parecen más defectuosas. Si reconocemos nuestra pluralidad y fluidez, esas cosas ya no resultan tan amenazantes: sabemos que solo es una de nuestras facetas y que inevitablemente variará y cambiará con el tiempo porque evolucionamos. Solo cuando nos convertimos en algo fijo sentimos que nos han congelado y estancado en alguien que no queremos ser: esa insoportable sensación de que esto es todo lo que siempre hemos sido y lo que siempre seremos. No es cuestión de cambiar por cambiar, sino de abrirse al cambio y ser conscientes de nuestros yoes como un proceso de cambio constante.
Convertir nuestros cuerpos en algo fijo
Algo que intentamos fijar a menudo, por supuesto, es nuestro cuerpo, cuando intentamos parecernos a los ideales estéticos limitados que mencioné antes. Esto resulta especialmente doloroso porque estamos definiéndonos sobre la base de algo que, inevitablemente, va a cambiar. Incluso si tenemos la suerte de evitar