Tiroteo en Miami. Edmundo Mireles
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Tiroteo en Miami - Edmundo Mireles страница 4
En marzo de 1971 cumplí dieciocho años. Mis posibilidades de ir a la universidad eran escasas. Mi familia no contaba con los recursos económicos para que yo pudiera estudiar y la posibilidad de que me hiciese con una beca de fútbol americano para la Universidad de Notre Dame era aún menor. Para colmo, mi fecha de nacimiento representaba uno de los números con más papeletas para ir a la guerra. Mi visión del futuro era fatalista; iba a tener que combatir en la guerra de Vietnam. Tras acabar el instituto, fui a la oficina de reclutamiento de los Marines y me alisté para realizar cuatro años de servicio. Me alisté por tres razones: no tenía fondos para ir a la universidad, contaba con un número propicio para ser reclutado (lo que quería decir que iba a ser reclutado de todos modos) y no quería que otras personas gobernasen mi vida. Antes que ser reclutado, escogí mi lugar, mi tiempo y mi rama del servicio. La decisión de convertirme en un marine en lugar de pasar a formar parte de otras ramas militares vino propiciada también por la influencia de dos de mis primos que habían sido marines antes que yo.
Para poder pasar el verano con mi familia obtuve una fecha de incorporación para septiembre. Fui a trabajar en la granja de mi abuelo en Michigan, como ya había hecho muchos veranos anteriores. Sin embargo, esta ocasión fue diferente porque tras terminar me dirigiría al campo de adiestramiento militar, en lugar de volver a la escuela. No había dicho nada a mis padres sobre mi alistamiento. Ya se sentían suficientemente mal por no poder ayudarme económicamente para ir a la universidad, y no quería hacerles sentir peor al irme de casa para hacerme con algunos ingresos y beneficios que me permitiesen estudiar en el futuro. Más adelante me di cuenta del daño que les hice con mi silencio. Si tuviese que hacerlo de nuevo, les consultaría primero.
Tras tres meses en el campo de adiestramiento de los Marines en San Diego, California, me presenté en el Regimiento de Formación para Infantería, una escuela avanzada de infantería en Campo Margarita, dentro del más amplio Campo Pendleton. Después fui destinado a la Escuela de Guerra de la Isla de Coronado, al otro lado de la bahía de San Diego. La Marina contaba con varios centros de formación en la Isla de Coronado, incluido uno para los Navy seals. Los marines también contaban ahí con su centro Naval Gunfire, y yo era uno de los veinte que iban a clase ahí. Cinco veníamos del mismo pelotón de adiestramiento previo. Finalmente estaba empezando a sentir que el Cuerpo de Marines era mi hogar.
Un día, durante el adiestramiento matutino, el comandante dijo que el cuerpo estaba buscando voluntarios para el programa de los Agentes de Seguridad de los Marines (msg). El programa msg asistía al Departamento de Estado en labores de seguridad en sus embajadas. El comandante nos explicó que los voluntarios debían contar con tres años de servicio por delante y ningún arresto en su historial. Esto provocó la risa entre los miembros del pelotón. En los marines, siendo lo que eran, casi todo el mundo contaba con algún arresto de alguna clase en su expediente. El comandante vino a decirnos que solo había dos individuos en el pelotón que daban la talla: yo y otro marine. Tras el adiestramiento fuimos a ver al comandante para que nos proporcionase más detalles. El otro candidato dijo que no estaba interesado, por lo que solo quedaba yo. Le pregunté al comandante qué pensaba sobre el programa msg y contestó que era un buen programa. La aprobación de mi comandante era todo lo que necesitaba. Él se encargó del papeleo y en dos semanas recibí orden de dirigirme a la Base Henderson Hall de los Marines, en Washington, D.C. Terminé mis servicios en una unidad de artillería en Las Pulgas, que es una pequeña base en el interior del más amplio campamento de Pendleton, y me tomé una semana de permiso para ir a casa en Beeville. Llegué para ver a mi familia por última vez antes de partir en lo que habría de ser una ausencia de tres años.
Hacia el final del programa del msg recibimos nuestras órdenes. Pasé el 4 de julio en el distrito de Columbia. Había bandas de música y gente en el parque del National Mall y fuegos artificiales por la noche. Fue estupendo. El 4 de julio supuso mi último «¡hurra!» en Estados Unidos durante un tiempo. La tarde del 6 de julio salí de la base de Henderson Hall y tomé un taxi para que me llevara al aeropuerto de Dulles. Tenía diecinueve años y me dirigía a Sofía, Bulgaria.
Tras servir un año en Sofía, fui recompensado con un destino en Madrid, España. Mujeres, comida y cultura exóticas, ¡un excitante destino para un chaval del sur de Texas! En enero de 1974 conocí a una secretaria que trabajaba para una de las unidades de la embajada, y comenzamos a salir juntos. Ambos éramos jóvenes e inmaduros, y en ese entorno lleno de solteros que era la embajada era fácil dejarse llevar y creer que se trataba de amor verdadero. Nos casamos pero la cosa no duraría.
Mientras completaba mi servicio en la embajada de Madrid, conocí a un agente del fbi también destinado ahí. Yo había estado realizando cursos universitarios y estaba a punto de finalizar mi diplomatura en administración de empresas, cuando tuve una interesante conversación con él. Me dijo: «Ed, he estado observándote y creo que estás listo. Acabarás tus estudios en menos de un año. Te he estado observando durante dos años y me gusta lo que veo. Eres honesto, trabajas duro y hablas español. ¿Nunca has pensado en trabajar para el fbi?».
Le dije que no, porque pensaba que tenía que tener un grado en derecho o en contabilidad para poder entrar en el fbi.
«No, esas son dos áreas de conocimiento importantes, pero los candidatos son seleccionados desde distintos ámbitos. Cuentas con las cualificaciones necesarias para presentar una solicitud; el resto depende de ti. ¡Usa mi nombre como referencia!». Así que consiguió reclutarme. Tan pronto como finalicé mi servicio, me centré en terminar mis estudios, pues contar con un grado de cuatro años es uno de los principales requisitos para entrar en el fbi. Al terminar, inicié mi proceso de solicitud para poder pasar a formar parte de la organización. En enero de 1979 volví a los Estados Unidos tras haber pasado seis años fuera, y me mudé a Washington, D.C. Todo estaba dispuesto.
Tras un proceso de solicitud bastante largo e intenso recibí una carta del Ministero de Justicia de los Estados Unidos fechada el 6 de septiembre de 1979, en la que se me ofrecía un nombramiento en el fbi durante un periodo de prueba, con paga correspondiente al grado gs-10, es decir, un salario de 17.532 dólares anuales. La carta venía a decir que, una vez completase mi formación junto con el periodo de prueba de un año, podría ser destinado a cualquier parte del país, sus territorios dependientes o a donde lo requiriesen las exigencias de mi servicio. La formación tendría lugar en la Unidad para la Formación de Nuevos Agentes en Quantico, Virginia y comenzaría el 17 de septiembre de 1979. Estaba eufórico. Iba a ganar diecisiete mil dólares por hacer algo que había deseado hacer toda mi vida: ser un agente del fbi.
El domingo 6 de septiembre de 1979 me presenté en el Edificio J. Edgar Hoover de Washington, D.C., para jurar mi cargo como miembro de una nueva promoción de agentes. El juramento corrió a cargo de un agente especial supervisor, o un ssa para ser breve:
Yo, Edmundo Mireles, Jr., juro solemnemente que apoyaré y defenderé la constitución de los Estados Unidos contra todos los enemigos extranjeros y nacionales. Que profesaré verdadera fe y lealtad a la misma y que tomo la presente decisión libremente sin ninguna reserva mental ni propósito de evadir dicha responsabilidad. Que llevaré a cabo las obligaciones del puesto en el que ahora me integro con la ayuda de Dios.
De ahí fuimos llevados a la academia del fbi, en Quantico, para iniciar un riguroso proceso de formación de cuatro meses.
El fbi había estado empleando los campos de tiro de los marines en Quantico durante muchos años. Dicha relación llegó hasta el punto