Tiroteo en Miami. Edmundo Mireles
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Uno de los atracadores gritó: «¡No os mováis o disparo!».
El guardia se volvió y vio a uno de los atracadores apuntándole con un fusil de asalto m-16 ó ar-15 del calibre .223. El otro le apuntaba con lo que su víctima suponía era una pistola del calibre .45. Soltó la bolsa con el dinero y puso las manos en alto. Uno de los atracadores recogió la bolsa y llevó al guardia a la parte trasera de la furgoneta mientras le impelía a «abrir la furgoneta». En ese momento le quitaron su pistola. El guardia les dijo que no podía abrir la furgoneta pues debía ser abierta por el conductor.
Entonces los ladrones agarraron al guardia del cuello y lo llevaron hasta la ventanilla del conductor, y lo mostraron para que su compañero pudiese verlo. Pusieron el cañón de la pistola en la oreja del guardia para animarle a colaborar y ordenaron al conductor que abriese la puerta. Lo que ocurrió entonces hace que me entren sudores fríos y una risa nerviosa, porque puedo imaginarme en el lugar del guardia de seguridad. El conductor siguió el protocolo estipulado por la empresa para la que trabajaba: arrancó la furgoneta y pidió ayuda por la radio del vehículo.
El guardia se quedó ahí con el culo al aire, teniendo que lidiar él solo con los dos atracadores, por lo que hizo lo que cualquiera habría hecho en su lugar: empezó a suplicar por su vida, y les dijo que su compañero era un loco estúpido y que debería haber abierto la puerta. Por lo visto, Matix y Platt estaban de acuerdo porque uno de ellos disparó a la parte trasera de la furgoneta en fuga unas catorce o quince veces. Puesto que era un vehículo blindado, las balas no hicieron sino rebotar. El guardia siguió implorándoles y debió de hacer un buen trabajo, pues lo único que hicieron Platt y Matix fue darle un golpe en la cabeza, haciéndole caer al suelo.
Los atracadores se montaron en un vehículo gris o azul de cuatro puertas con las lunas tintadas que estaba en el párking. Mientras el vehículo salía a toda velocidad hacia el sur por la avenida 97, uno de los ocupantes del vehículo lanzó dos granadas de humo para confundir a potenciales perseguidores. Uno no veía todos los días a gente lanzar granadas de humo por las ventanas de los vehículos en Miami. Pistolas, sí; granadas de humo, no. Un testigo tomó la matrícula del vehículo: matrícula de Florida dmx-388. La identificación pertenecía al vehículo de un técnico sanitario y había sido sustraído en el Mercy Hospital del sur de Miami, el 24 de agosto de 1985.
La bolsa tomada por los atracadores contenía 2.825 dólares en efectivo, pero luego descubrimos que la furgoneta contaba con 400.000 dólares en efectivo. Este caso permanecería abierto hasta mayo de 1986.
16 de octubre de 1985
En torno al mediodía, me encontraba en Fort Lauderdale siguiendo una pista cuando oí una llamada por radio que notificaba el atraco a una furgoneta blindada en el sur de Miami en la que varios disparos habían sido realizados. Di la vuelta de inmediato y conduje por la autopista interestatal a toda velocidad para llegar a la escena del crimen lo antes posible. Me llevó media hora, conduciendo a gran velocidad hasta llegar a la localización. Cuando llegué, toda la brigada estaba ahí, Gordon incluido. La mayoría de los testigos solo hablaba español, por lo que mis servicios de traducción fueron necesarios. También se me encargó entrevistar a una de las víctimas del atraco.
Al mediodía una furgoneta blindada de Wells Fargo llegó a la tienda de comestibles Winn Dixie en la calle 104 con la autopista South Dixie. Dicha tienda estaba a veinte manzanas del restaurante Steak and Ale que había sido atracado la semana anterior. Las empresas de furgonetas blindadas estaban siendo muy criticadas por todos los atracos que habían sufrido en el sur de Florida. La empresa Wells Fargo estaba tan preocupada que empezó a realizar sus servicios con tres guardias en lugar de dos. También dotaron de chalecos antibalas a los guardias, que portaban encima de sus uniformes para que fuesen bien visibles. Como resultado, los guardias comenzaron a recibir disparos en zonas no protegidas de sus cuerpos, principalmente en la cabeza y las piernas.
Era otro día soleado y luminoso, y el párking del Winn Dixie estaba lleno. Dos guardias salieron del furgón. Uno se colocó de espaldas a la pared del establecimiento y otro, tras recibir una señal de su compañero, entró en la tienda. El guardia colocado contra la pared siguió entonces a su compañero. Invertirían sus posiciones al salir del local.
Al salir, un guardia se colocó de espaldas a la pared mientras el compañero que llevaba el dinero se acercaba al furgón. Entonces alguien gritó: «¡Quieto!». Un solo pistolero con un pasamontañas estaba de pie junto a un vehículo cercano al furgón blindado. Entonces el individuo disparó con una escopeta a uno de los guardias en la pierna izquierda. La víctima cayó al suelo, herida en el muslo por una posta del calibre 12. Entonces estalló el caos en el párking del Winn Dixie.
La cosa se vuelve un poco nebulosa a partir de ese momento porque los testigos se tiraron también al suelo. El guardia apostado contra la pared y el conductor sacaron sus revólveres de seis disparos y dispararon al agresor. Un segundo pistolero apareció de la nada y disparó a los guardias con una pistola del calibre .45. En ese momento una furgoneta grande y vieja de color gris con una mujer al volante se colocó entre los guardias y los atracadores. Varias balas atravesaron el vehículo pero milagrosamente no impactaron en la conductora. El tiroteo cesó tras unos diez o quince segundos durante los que hubo treinta detonaciones de arma de fuego. Los atracadores abandonaron el lugar sin botín alguno.
Tanto guardias como testigos recordaban los hechos de modo algo borroso. Las descripciones que ofrecían de los agresores iban desde un solo atracador de raza negra en un vehículo, a dos sujetos a pie con un solo vehículo de huida, pasando por un tirador solitario que abandonó el lugar en un vehículo ocupado por otros dos sujetos. Hablaron de un vehículo azul claro, un vehículo azul de dos tonos, un vehículo verde oscuro, un vehículo gris, un vehículo amarillo claro y un vehículo blanco. El vehículo tenía dos puertas, o cuatro, y era una ranchera o una furgoneta. Visto lo visto, la cosa podría haber sido peor, pero no fue así. Había agujeros de bala por todas partes y eso que algunas ni siquiera fueron halladas. Afortunadamente, la única persona herida fue el guardia.
Como brigada, llegamos a la conclusión de que los responsables de los atracos del Steak and Ale y del Winn Dixie eran los mismos. Eran salvajes de gatillo fácil. Habían llevado a cabo dos atracos y habían tiroteado dos veces el vecindario. El tiroteo en el restaurante había dejado catorce casquillos de bala y el atraco del Winn Dixie había terminado con dieciocho disparos realizados por los guardias, y al menos doce por los atracadores. Basándonos en las descripciones, parecía que se trataba de dos tipos adiestrados militarmente, probablemente provenientes de la base militar de Homestead, o recientemente licenciados o transferidos.
17 de octubre de 1985
Un furgón blindado Loomis estaba haciendo una recogida y envío de dinero en un restaurante Dalt situado en el número 1165 en North Kendall Drive, en el sur de Miami. El párking estaba lleno, por lo que el furgón aparcó en una callejuela cercana al restaurante para que saliera uno de sus guardias. Tras unos minutos, el guardia comenzó a caminar hasta el furgón, mirando a su alrededor para asegurarse de que no sería objeto de una emboscada. Mientras se acercaba al furgón, vio a dos sujetos que llevaban ropa oscura y máscaras que le esperaban detrás de un contenedor de basura y estaban armados con un fusil de asalto m-16 o un ar-15. Curiosamente, se trataba del mismo guardia que había sido apuntado con un arma durante el atraco del restaurante Steak and Ale semanas antes. El guardia entendió acertadamente que le esperaban para robarle. También dijo que ambos sujetos encajaban con la descripción de los atracadores del restaurante Steak and Ale, así que decidió realizar un ataque preventivo. Sacó su pistola y disparó cuatro veces a los atracadores antes de que estos reaccionasen. Esto asustó a los atracadores e hizo que el conductor solicitase refuerzos. Cuando la policía llegó a la escena no había indicios de crimen alguno, excepto por el testimonio del propio guardia. Nadie más había visto nada, ni siquiera un vehículo