Tiroteo en Miami. Edmundo Mireles
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El fbi no tendría conocimiento de este incidente hasta el día siguiente. Collazo era nuestro primer testigo tras haber sobrevivido a una confrontación con Platt y Matix.
13 de marzo de 1986
La mayor parte de la brigada estaba en la oficina de planta abierta haciendo papeleo, tomando café, preparándose para ir a un juzgado, o disponiéndose a seguir una pista en algún lugar. Normalmente por las mañanas la oficina estaba llena de gente y ruido, con personas haciendo cosas y el interfono llamando a los agentes a cien decibelios de sonido, dando la impresión de que un caza estuviese despegando sobre las cabezas de los presentes. Ben Grogan estaba en su escritorio leyendo el periódico cuando, de pronto, golpeó la mesa con la palma de su mano y exclamó: «Ahí. ¡Ahí está el vehículo del siguiente atraco!».
Todos los presentes se quedaron inmóviles y miraron a Ben. Alguien le preguntó a qué se refería. Ben dijo que había un artículo en el periódico sobre un hombre que había ido hasta el suroeste de Miami para disparar al blanco en una cantera, y que dos hombres le habían disparado y robado, lo mismo que le ocurrió a Briel. Ben dijo que el suceso era de ayer y que el tipo conducía un Monte Carlo negro.
Todos sentíamos un profundo respeto por Ben, pero alguien preguntó: «Ben, ¿pero tú qué eres? ¿Un vidente?». Otro le dijo que era un cuentista. La cosa nos hizo gracia a todos. Por supuesto, Ben corroboró las informaciones del artículo con la policía de Miami y pudo localizar el hospital donde la víctima había sido tratada. Entonces la maquinaria se puso en marcha para obtener más detalles sobre el vehículo y el incidente. Ben reiría el último.
18 de marzo de 1986
Steve Warner y Ben Grogan fueron al Jackson Memorial Hospital para entrevistar a Collazo. De la entrevista sacaron una descripción detallada de los dos ladrones que le habían disparado dándole por muerto. El conductor era un varón blanco bien acicalado, de una altura aproximada de un metro ochenta, y en torno a unos noventa kilos de peso. Tendría treinta y pocos años, de pelo castaño y no tenía acento de ningún lado. Además era zurdo. El segundo ladrón era también un blanco bien vestido, de un metro setenta y cinco de estatura, que pesaría unos ochenta y cinco kilos. Tendría treinta y pocos años, era rubio, llevaba bigote y hablaba con acento sureño. Ambos vestían vaqueros azules y camisetas, junto con botas de trabajo. Collazo describió su vehículo como la típica ranchera blanca, modelo Ford F-150 de 1982 ó 1984, con embellecedores azules a los lados, que no había sido alterada de ningún modo, y ruedas estándar. Collazo también describió a los tiradores como despiadados y crueles.
19 de marzo de 1986
Mientras la mayoría de los agentes estaba en la oficina, llegó una llamada por radio, por el interfono y por teléfono a la secretaría de la brigada informando del atraco al Banco Barnet, situado en el número 13593 de la autopista South Dixie —el mismo banco que fue atracado el 10 de enero. Salimos todos apresuradamente hacia el sur de Miami.
En torno a las 09:30 a. m., dos hombres armados vestidos con ropa oscura, guantes y pasamontañas aparecieron por la puerta principal del banco. El cabecilla gritó: «¡Las manos en alto!». Estaba armado con una escopeta. El segundo atracador se mantuvo cerca de la puerta de entrada, mientras vigilaba a todos los presentes con un fusil de asalto de estilo militar, posiblemente un m-16 o un ar-15. El líder saltó el mostrador hasta la zona donde estaba la cajera, buscó detrás del mostrador y se hizo con unas bolsas pequeñas con dinero. El atracador que permanecía en la puerta gritó: «¡Date prisa, John!». El cabecilla saltó de nuevo sobre el mostrador y se marcharon. Varios testigos vieron cómo se fugaban en un Monte Carlo negro.
La mayoría de los testigos, basándose en el acento inglés que oyeron, afirmaron que probablemente se tratase de dos hombres blancos. Una cajera dijo que al menos uno de ellos era negro, pero no podía explicar por qué así lo creía, aparte de que esa era la impresión que tenía. Los testigos sí estuvieron de acuerdo en que ambos medían alrededor de un metro ochenta y pesaban unos noventa kilos.
Por pura casualidad, un inspector de aduanas se dirigía al banco para cobrar un cheque cuando se topó con dos individuos que salían del banco con armas de fuego de cañón largo y pasamontañas. En Miami, eso es una pista. Decidió esperar y observar, viendo cómo los atracadores se metían en un Monte Carlo negro con matrícula de Florida ntj-891 y huían a toda velocidad. Con la ayuda del agente de aduanas pudimos dilucidar que el vehículo era sin duda el de Joe Collazo. El atraco en sí había llevado muy poco tiempo —quizás un minuto— y los ladrones solo se llevaron 8.338 dólares en efectivo.
21 de marzo de 1986
Evidentemente toda la brigada anti-atracos estaba preocupada por la reciente serie de ataques violentos contra vigilantes de furgones blindados. Por otra parte, había otras maneras de robar vehículos sin tener que matar a sus dueños. Gordon McNeill aprobó un plan para rastrear una «pista de la escopeta» en el caso. Una pista de la escopeta no se centra en nada en particular; simplemente lanzas una gran red y esperas a tener suerte y pescar algo. Y eso es lo que ocurrió el viernes 21 de marzo. Agentes de la brigada anti-atracos junto con otras brigadas se dirigieron al suroeste de la ciudad para buscar vehículos del estilo de una ranchera blanca o de tono claro, o un Monte Carlo negro. El área a peinar era inmensa, quizás de unos quince kilómetros cuadrados del suroeste de Miami. Concentramos nuestras unidades en las zonas donde habían tenido lugar los atracos, con lo que logramos reducir un poco el área de rastreo. Estuvimos ahí fuera de nueve de la mañana hasta la una de la tarde, buscando rancheras de color claro, vehículos negros o cualquier cosa sospechosa. También estábamos en la zona por si había algún atraco.
Era el tipo de plan lento y metódico que había de contar con muchos agentes, pero uno que podía dar sus frutos en el futuro. Sabía que yo era un tipo a la busca de «gratificación inmediata», como era el caso de la mayor parte de los miembros de la brigada anti-atracos, por lo que era difícil no sentir que estábamos perdiendo el tiempo al ver que los resultados tardaban en llegar. Todos anotamos matrículas de vehículos de decenas de rancheras y vehículos negros. La idea era enviar todas esas matrículas al Departamento de Vehículos de Motor para hacernos con copias de las fotos de los carnets de conducir asociados a los propietarios registrados de dichos vehículos. Una vez nos hiciésemos con las fotos, eliminaríamos las más obvias, como las de mujeres y personas de la tercera edad. Entonces prepararíamos una rueda de identificación, un procedimiento que consiste en exhibir ante un testigo seis y a veces ocho sujetos similares. Teníamos la intención de mostrar una o más ruedas de identificación a Joe Collazo con la esperanza de que identificase a los hombres que le dispararon, o al menos para que redujese la lista de sospechosos hasta que fuese manejable, digamos de unos cinco a diez. Entonces podríamos realizar tareas de vigilancia junto con un trabajo de investigación más profundo de los respectivos historiales de los sospechosos. Con mucha suerte, quizás Collazo identificaría directamente a los pistoleros. Eso sería un verdadero golpe de suerte.
Quiso la suerte que John Hanlon anotase la matrícula de Florida 538-cuw perteneciente a una ranchera Ford F-150 blanca aparcada frente a los Apartamentos Continental en la esquina entre la calle 104 y la avenida 79 en el suroeste