Tiroteo en Miami. Edmundo Mireles
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Tras fotografiar la zona, inspeccionamos la escena del crimen en profundidad. Después fotografiamos e inventariamos las pruebas de mayor tamaño. Tomamos muestras de sangre de la acera. Formamos una línea y peinamos el acceso de vehículos al hotel y la acera con nuestras manos y rodillas, buscando fragmentos de bala. Hicimos eso en toda la escena del crimen. Una línea nueva fue creada para peinar lo que quedaba de la manzana hacia el este del hotel. Incluso nos adentramos en rejillas de drenaje y en alcantarillas de la zona circundante para obtener pruebas. Una vez hubimos terminado, limpiamos la sangre de las aceras con una manguera para no dejar ningún rastro macabro que fuese luego señalado por la prensa. Sentí que habíamos hecho un gran trabajo.
Los empleados del Hilton fueron estupendos. Nos proporcionaron bebidas y bocadillos a todos los que estábamos trabajando en la escena del crimen para que pudiésemos hacer nuestro trabajo sin demora. Mientras nos adentrábamos en la noche, la gente empezó a marcharse a excepción de la prensa. Llevamos las pruebas recogidas directamente al laboratorio del fbi. Esa era una de las cosas buenas de estar en la wfo: el laboratorio del fbi estaba ahí mismo. No teníamos que enviar las pruebas por correo postal.
Llegué de vuelta a la oficina a medianoche, y estaba reventado. Había unos cien agentes del fbi, del Servicio Secreto y de la mpd esperando dentro y fuera de las salas de interrogatorios. El aspirante a asesino del presidente, John Hinckley, estaba siendo interrogado en la wfo, pero yo nunca le vi. Dejé el lugar a la 1:30 a. m., y me fui a casa sabiendo que habíamos hecho un buen trabajo.
La brigada C-4 siguió trabajando en el caso y, con el tiempo, lo trasladó a la justicia. Hinckley fue a juicio y fue hallado no culpable debido a una enfermedad mental. No importaba demasiado, ya que Hinckley permaneció recluido en un hospital psiquiátrico hasta septiembre del 2016. En el sistema judicial de Estados Unidos una sentencia de cadena perpetua suele durar treinta y cuatro años. Tras haber pasado treinta y cuatro años recluido, Hinckley ciertamente pasó su vida entre rejas.
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Fue durante mi época en la wfo cuando nació mi primer hijo, en Virginia, y mi esposa de entonces y yo nos divorciamos. Finalmente, conocí y me casé con otra agente del fbi, Liz, con quien compartía muchos intereses además de nuestras respectivas profesiones. En abril de 1985, mi quinto año en el fbi, fui transferido a Miami, Florida, para vivir junto a Liz, que había sido destinada ahí. Estaba familiarizado con Miami puesto que había estado antes en lo que nosotros llamamos «Destino Temporal Asignado». Ya no era un ptn (puto tipo nuevo) así que no tuve que lidiar con la mierda típica de un ptn. Tampoco era un agente sénior. En ese punto de mi carrera era lo que llaman un agente del fbi de nivel «técnico». Pero, como la mayoría de los machos alfa, lo sabía todo. Solo tenías que preguntarme.
3. Un reguero de atracos y asesinatos en Miami
En mi primer día de trabajo en Miami, el 15 de abril de 1985, Liz me llevó a la zona de la Brigada c-1 de Atracos a Bancos de Miami, donde me presenté ante el supervisor Gordon McNeill. Este me llevó donde se reunían los miembros de la brigada y me presentó a los agentes que entonces estaban ahí. Había quince tipos en la brigada, y yo sería el número dieciséis. La brigada contaba con algunos de los agentes más talentosos y experimentados de la oficina. Era el grupo de agentes más trabajador e implacable que uno podía reunir en una sola habitación. Trabajaban duro y se divertían aún más, realizando misiones peligrosas que podían tornarse mortales en un abrir y cerrar de ojos. Llegaría a respetarles, temerles y quererles como si fuesen hermanos míos.
Nuestra área de influencia en Miami iba de Fort Pierce al norte, a Key West en el sur, y a Naples al oeste. Durante el año que transcurrió de abril de 1985 a abril de 1986, hubo un atraco a un banco o a una furgoneta blindada cada día en el área de Miami. A veces llegaba a haber hasta cinco atracos en un mismo día. En esa época, la Brigada c-1 estaba investigando a las tres principales bandas «organizadas» dedicadas a este tipo de atracos. Las llamábamos «la banda negra», la «banda cubana» y la «banda desconocida».
La «banda desconocida» estaba compuesta por dos varones, por lo que eran un dúo, no una banda. Más adelante les identificaríamos como Michael Lee Platt y William Russell Matix, ambos veteranos de guerra que se conocieron cuando eran agentes de policía militares en Fort Campbell, Kentucky. Aunque sospechábamos que la pareja estaba involucrada en el atraco de una furgoneta blindada de Wells Fargo en junio de 1985, hicieron su aparición definitiva como una amenaza permanente en Miami en octubre de 1985. Acabarían por asesinar a dos guardias de seguridad en sendas furgonetas blindadas y a un hombre joven para robarle el vehículo. Durante los siguientes siete meses, estimamos que este dúo fue responsable de quince atracos a bancos y furgonetas blindadas. Dispararon sus armas a furgonetas blindadas y dentro de los bancos en varias ocasiones. Eran despiadados y mortíferos.
4 de octubre de 1985
En torno a las 10:00 a. m. del viernes 4 de octubre de 1985, Emilio Briel, de veinticinco años, abandonó su casa junto al río Miami, cerca de la zona del Orange Bowl, y se dirigió a practicar el tiro al blanco en una cantera ubicada en la intersección de Tamiami Trail y la avenida Krome, al sureste de Miami. Briel tenía una carabina del calibre .22 y conducía un Chevy Monte Carlo dorado del año 1977, con matrícula de Florida xqu-175. El Monte Carlo estaba registrado al nombre de su padre, Aureliano Briel, vecino también de Miami.
Emilio nunca volvió a casa. Su padre fue a la zona a la que creía que Emilio se había dirigido, pero no encontró ni rastro de él. La familia llamó entonces a la policía de Miami y denunció la desaparición. Mientras todo esto estaba ocurriendo, el fbi no tenía idea de quién era Emilio Brier o cuál habría de ser su destino. Este no sería, sin embargo, el final de la historia de Emilio.
9 de octubre de 1985
El intento de atraco a una furgoneta blindada Loomis tuvo lugar frente a un restaurante Steak and Ale situado en la zona de Kendall, al sur de Miami. Varias pruebas vincularían luego a Platt y Matix con el referido atraco.
Al Ortiz, Jerry Dove y yo estábamos en la oficina cuando llegó una llamada del interfono de un «ciento noventa y uno» en 9090 Southwest, en la avenida 97. «Es una caja roja. Disparos realizados». Las furgonetas blindadas de Wells Fargo eran rojas, por lo que las llamábamos «cajas rojas» para no hablar en la radio de una furgoneta blindada de Fargo, o de cualquier otra referencia a un vehículo atracado.
Éramos los únicos de la brigada porque todos los demás estaban almorzando. Solo teníamos un vehículo, así que entramos todos y nos dirigimos al lugar del crimen. Cuando llegamos ahí, la escena era caótica. Agentes de la policía local habían bloqueado el acceso al párking y la calle, por lo que había un mini atasco de vehículos y una multitud se concentraba en la zona. Clientes del restaurante estaban intentando abandonar el lugar pero no podían porque el cordón policial lo impedía. La escena del crimen se extendía desde el acceso al párking del restaurante hasta unos noventa metros calle abajo donde encontramos una granada sin munición. Mi tarea consistía en entrevistar al guardia que vigilaba la furgoneta, cuya historia era interesante incluso para los estándares de Miami.
La furgoneta Loomis había llegado al Steak and Ale a las 12:30 a. m. Hacía un día soleado y luminoso, y el párking estaba lleno de vehículos de los clientes del restaurante. El conductor aparcó la furgoneta blindada en la entrada. El vigilante salió del vehículo y se adentró en el restaurante, mientras el conductor recolocaba la furgoneta para poder abandonar el lugar con rapidez una vez volviese su compañero. Después de todo, tenía un horario que cumplir. Unos cinco minutos después, el guardia de seguridad salió del restaurante y fue agredido repentinamente por dos hombres que surgieron de unos arbustos.