Tiroteo en Miami. Edmundo Mireles
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8 de noviembre de 1985
Era un día cualquiera en el Banco Nacional de Florida en el número 14801 de la autopista South Dixie. Durante la mañana, uno de los cajeros para vehículos de la sucursal se quedó sin efectivo. Volvió al edificio principal, a unos cuarenta y cinco metros de distancia, tomó una bolsa de trapo blanca con más de diez mil dólares en efectivo y fue escoltado hasta su puesto por un guardia de seguridad. Justo cuando llegaban a la puerta oyeron a alguien exclamar: «¡Quietos!». El cajero y el vigilante se volvieron, encontrándose con dos individuos vestidos con ropas oscuras que les apuntaban con un m-16 o un ar-15, y un revólver de grandes dimensiones.
El cabecilla le dijo al guardia que no tocase su pistola y que pusiese las manos sobre la cabeza. El vigilante obedeció. El segundo pistolero tomó la bolsa y el arma del guardia. Ordenaron al cajero que abriese la puerta de su puesto de trabajo, pero el cajero tenía tanto miedo que rompió la llave al introducirla en la cerradura. Eso no hizo mucha gracia a los atracadores. El cajero les suplicó que no le disparasen, por lo que le dieron una bofetada y abandonaron el lugar en un sedán negro.
Se dio la casualidad de que había un policía metropolitano fuera de servicio esperando en la cola para sacar dinero del cajero para automóviles que acababa de ser atracado. Oyó los gritos y vio todo lo que ocurría. El policía trató de pasar desapercibido, sacando su revólver y apuntándolo a los atracadores desde el interior de su vehículo. Uno de los sujetos le vio, le apuntó con su rifle y le dijo: «no dispares». El policía dio marcha atrás y se alejó de ellos. Trató de seguir a los atracadores desde una distancia discreta y segura, algo que funcionó solo durante un rato, hasta que los ladrones doblaron una calle y el policía se acercó al vehículo en fuga. Habían parado en mitad de la calle. El pasajero había descendido del vehículo y estaba de pie cerca del maletero, apuntando un fusil de asalto al parabrisas de su perseguidor. El policía entendió la insinuación y abandonó la calle, perdiendo así de vista al vehículo de los atracadores. Desaparecieron, pero el policía pudo aportar información. Sujeto 1: posiblemente un varón blanco, en torno a un metro ochenta de estatura, de unos noventa kilos. Sujeto 2: posiblemente un varón blanco, en torno a un metro ochenta de estatura, de unos cien kilos.
Yo había estado en el condado de Broward siguiendo una pista y no pude atender esa llamada.
Unos noventa minutos después, al mediodía, hubo un atraco en el Professional Savings Bank, en el número 13001 de la autopista South Dixie —a solo dieciocho manzanas del primer atraco. Conducía de vuelta a la oficina cuando recibí la llamada, así que me dirigí a toda velocidad al sur de Miami (de nuevo). Cuando llegué, tuve conocimiento de que dos individuos vestidos con ropa oscura y pasamontañas habían entrado en un banco mientras el cabecilla gritaba: «¡Las manos en alto! ¡Todos al suelo!». Portaban un fusil de asalto de tipo militar y una pistola y amenazaron a todos los presentes. El cabecilla se puso detrás del mostrador mientras su compañero apuntaba a todo el mundo con su fusil.
Entonces el cabecilla agarró a una cajera y le preguntó dónde guardaban las bolsas de Wells Fargo. Por lo visto, habían estado vigilando el banco y vieron cómo los de Wells Fargo acababan de dejar unas bolsas con efectivo. El atracador apuntó a la cajera y le preguntó: «¿Quieres morir, zorra? ¡Te volaré los sesos!».
Entonces arrastró consigo a la aterrada cajera hasta la parte trasera del banco y le dijo que abriese la puerta que daba a un almacén, donde el atracador vio las bolsas de Wells Fargo guardadas bajo llave. Apuntó su pistola al vigilante de seguridad del banco y luego a una joven cajera: «¡Abre la cerradura o él muere!».
La cajera, con la pistola apuntando a su cabeza, gritó al encargado que se hiciese con la llave y abriese la puerta del almacén. El encargado obedeció. Entonces el atracador cogió tres bolsas de lona llenas de dinero y le dio una a su compañero del fusil de asalto. Abandonaron el banco con 41.469 dólares en efectivo, fugándose a toda velocidad en un Monte Carlo amarillo o dorado. Este sería luego identificado como el vehículo de Emilio Briel.
Dejaron atrás a veintiséis aterrorizados clientes y empleados bancarios. Algunas de las cajeras, en particular aquellas que fueron amenazadas con que les iban a volar los sesos, estaban muy afectadas y no podían pronunciar palabra sin romper a llorar. Todos los testigos estaban de acuerdo en que los atracadores medían un metro ochenta, que pesaban de noventa a cien kilos, hablaban inglés perfectamente y eran, muy probablemente, dos varones de raza blanca. La descripción del vehículo era también bastante buena: un Monte Carlo amarillo o dorado. Esta descripción da muestras de lo que un testigo puede ver cuando no hay balas volando de un lado a otro. Casi todos estaban de acuerdo en el tipo de arma que portaban: un arma militar de asalto, aunque ninguno supo decir cuál era el tipo concreto.
10 de enero de 1986
Me encontraba en la oficina con varios de mis compañeros cuando recibimos la llamada: «Atraco en el Banco Continental… Ha habido disparos.» Salimos a toda prisa de la oficina para dirigirnos de nuevo al sur de Miami.
A las 10:30 a. m. un furgón blindado Brink había aparcado en el Banco Continental en el número 13593 de la autopista South Dixie. Brink no estaba empleando tres vigilantes de seguridad como sí lo hacía Wells Fargo, sino que su sistema contaba tan solo con dos. El furgón aparcó frente al banco y el guardia abrió la puerta trasera y se bajó del vehículo. Mientras sacaba la bolsa con el dinero recibió un disparo por la espalda con una escopeta del calibre 12. Su agresor era alguien que llevaba ropa oscura y un pasamontañas. Un segundo atracador se acercó y disparó dos veces por la espalda al pobre hombre, ya en el suelo, con un fusil de asalto. El vigilante no tuvo ninguna oportunidad. El conductor del furgón ni siquiera vio a los atracadores o el vehículo de huida, y no tenía ni idea de lo que había ocurrido excepto por el ruido de los disparos.
El cabecilla tomó una gran bolsa de lona llena de dinero de la parte trasera del vehículo y la arrojó al interior del Monte Carlo dorado. Ambos escaparon del lugar. Un testigo los siguió hasta el párking de una tienda Burdines y les vio abandonar el Monte Carlo para subirse a una ranchera Ford de color blanco. El testigo trató de seguir también a ese vehículo, pero lo perdió entre el tráfico. Tampoco pudo anotar la matrícula, aunque sí pudo cerciorarse de que los atracadores eran de hecho blancos, lo que excluía hombres negros e hispanos.
Cuando llegamos al lugar e iniciamos nuestra investigación, nos encontramos con varios testigos que vieron o escucharon el tiroteo pero que no podían añadir nada significativo a lo que ya sabíamos. De hecho, sus testimonios solo incrementaron la confusión reinante ya que la mayoría reaccionó con miedo a los disparos, y no sabía cómo se había iniciado el incidente, excepto por el hecho de que un guardia había recibido varios tiros. Un testigo juró haber visto al menos a un sospechoso negro disparando a la víctima; otros dijeron que habían visto al menos a un hombre negro huyendo en un vehículo, por lo que uno de los atracadores era negro. La mayoría de los testigos identificaron armas de estilo militar, y dijeron que los ladrones medían en torno a un metro ochenta de altura y pesaban alrededor de noventa kilos. Sobre si eran negros o blancos, sin embargo, los testigos no se ponían de acuerdo. Recuperamos los casquillos y descubrimos cuáles eran las armas empleadas: una escopeta del calibre 12 y un fusil de asalto .223. Los atracadores escaparon con 54.000 dólares en efectivo.
Nos hicimos con una pista de primer orden cuando encontramos el vehículo de la huida, que estaba en un Burger King en el número 13201 de la autopista South Dixie, a menos de tres manzanas de la escena del tiroteo/atraco. Uno casi podía ver el Banco Barnett desde el Burger King; sin duda, el lado norte de su párking era visible. Ambos atracadores debían de ser estúpidos, vagos o locos por haber dejado el vehículo de la huida tan cerca del banco que acababan de atracar. El tiempo diría si eran estúpidos o es que estaban locos.
Cuando vi el vehículo, ya había sido investigado por la policía de Miami y los primeros agentes