Tiroteo en Miami. Edmundo Mireles
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El hogar de los Briel se encontraba en un viejo barrio de Miami, cerca del río Miami. Las casas eran entre pequeñas y medianas, con jardines guardados por vallas metálicas, junto con barrotes que custodiaban las puertas y ventanas; algo que reflejaba la cultura de la zona, una elevada tasa de criminalidad, o ambas cosas. Sin embargo, era un barrio muy popular, en el que todos se conocían y sabían a qué se dedicaban. Una mujer cubana de mediana edad abrió la puerta y me preguntó si estaba ahí para hablar sobre su hijo Emilio. Pregunté dónde estaba su hijo, y me dijo que llevaba desaparecido desde el 4 de octubre del año pasado. Le expliqué lo que nos había conducido a su casa —la recuperación de su vehículo— pero que no teníamos noticias que ofrecerle. Comenzó a llorar, y hasta el señor Briel se puso a llorar. Los Briel parecían buena gente, gente verdaderamente decente, y en mi interior sabía que estas buenas personas no recibirían sino malas noticias cuando su hijo fuese hallado.
La entrevista con Aureliano Briel y su mujer aclaró la discrepancia relativa al informe policial. La familia Briel no hablaba inglés, y había un periodo de espera antes de poder activar el informe de personas desaparecidas dado que su hijo tenía más de veintiún años. Les informé de que su vehículo había sido decomisado y que la policía metropolitana se lo devolvería lo más pronto posible. Quedamos en encontrarnos de nuevo para que el señor Briel me mostrase el lugar al que había ido su hijo a realizar prácticas de tiro.
14 de enero de 1986
Llevé al señor Briel hasta la intersección de la avenida sw Krome con Tamiami Trail. Me guió hasta una carretera de tierra que conducía a una zona al sur de Tamiami Trail, donde dijo que su hijo solía ir a disparar de vez en cuando. Estaba claro que la gente usaba el lugar a modo de basurero, pues había desperdicios, electrodomésticos desechados y montones de basura por todas partes. Había tantos casquillos de bala de todos los calibres que, si uno se hubiera hecho con un permiso para realizar extracciones mineras en la zona, habría conseguido toneladas de metal. Sería muy fácil desaparecer en los terrenos pantanosos que rodeaban la zona. Fuimos también hasta otras áreas, pero Briel parecía estar buscando más que enseñándome los lugares a los que solía ir su hijo. Siendo yo padre también, podía sentir el dolor del señor Briel. Y pensé, Bueno, ¿qué tengo que hacer hoy que sea más importante? y seguí conduciendo en su compañía un rato más a la búsqueda.
1 de marzo de 1986
Aproximadamente a las 15:30 p. m., casi cinco meses después de que Emilio Briel desapareciese, unos montañeros hallaron los restos de un cuerpo humano cerca de una cantera en el suroeste de Miami. Las inclemencias del tiempo y los animales e insectos habían provocado la descomposición del cadáver hasta el punto de que solo quedaban los huesos. Los montañeros supieron que los restos eran humanos al encontrar ropa harapienta y unas zapatillas junto con el esqueleto.
Los huesos fueron luego identificados como pertenecientes a Emilio Briel. Su calavera tenía un orificio de entrada en la frente, donde había recibido un disparo que resultó ser la causa de su muerte. El cadáver fue hallado en la misma zona al sur de Tamiami Trail, a donde su padre me había conducido, junto con toda la basura que la gente tiraba ahí. Los asesinos de Briel se habían tomado su tiempo para esconder el cadáver en una zona de arbustos. Uno pensaría que un cuerpo expuesto durante dos días habría de atraer la atención de los que por allí pasasen. Esto ocurriría a menos que se tratase de una zona pantanosa, donde todo huele a muerto o podrido, por lo que sería difícil distinguir la diferencia.
El pobre chico había estado en el lugar equivocado en el momento equivocado y había muerto, solo, a manos de Platt y Matix, dos bastardos fríos y despiadados. Podrían haberle robado el vehículo sin necesidad de haberlo matado.
4. Un golpe de suerte en el caso
12 de marzo de 1986
Joe Collazo, un vecino del suburbio de Hialeah, estaba realizando prácticas de tiro en una cantera no muy alejada de aquella en la que fue asesinado Emilio Briel. Collazo conducía un Chevy Monte Carlo negro de 1979, un coupé de dos puertas con la matrícula ntj-891. Collazo portaba una carabina del calibre .22 con mira telescópica, un revólver Smith & Wesson modelo 60 y un revólver Smith & Wesson modelo 14. Collazo se puso a disparar cerca de un pequeño lago. Poco después, una ranchera Ford f-150 de color blanco con dos hombres en su interior llegó hasta el claro en el que se encontraba y ambos se pusieron a disparar a cierta distancia de Collazo.
En torno a las 11:30 p. m., Collazo vio cómo los hombres se subían a la ranchera. Pero en lugar de irse, condujeron hasta donde él se encontraba y el conductor bajó del vehículo apuntándole con un revolver. El otro también salió de la ranchera armado con lo que parecía un fusil de asalto Mini-14 con un tirador plegable y un tambor de treinta balas. Este último permaneció alejado, tras la ranchera, vigilando la llegada de terceras personas mientras apuntaba a Collazo.
El conductor le dijo a Collazo que quería sus armas, su cartera y su vehículo. Y, ¿qué puede hacer una persona cuando dos tipos bien armados te apuntan de esa manera? Obedeces y esperas a que la cosa concluya del mejor modo posible. Collazo entregó al conductor su cartera y las llaves del vehículo. El conductor entonces le hizo una pregunta extraña: «¿Eres poli?». Collazo contestó que no.
El conductor entonces le indicó que se dirigiese hacia el pequeño estanque cerca de donde había estado disparando. ¿Qué haces cuando tienes dos armas de fuego apuntándote a la cabeza? Mientras caminaban hacia el estanque, el agresor le empujó por la espalda con su arma para animarle a caminar más rápido. Una vez en el estanque, le ordenó que se colocase detrás de unas rocas. Collazo tenía unas sensaciones muy malas respecto a esa orden, pero al tener un arma apuntando a su cabeza, hizo lo que se le ordenó. Entonces el conductor disparó a Collazo. La primera bala le dio en la parte trasera del brazo y la segunda le impactó en la parte superior de la espalda.
Collazo se volvió y trató de agarrar la pistola. Se produjeron dos disparos mientras forcejeaban, uno de los cuales alcanzó a Collazo en el lado derecho de su cara. La bala le atravesó la cara y salió por la parte derecha de su cabeza. Entonces cayó al suelo y se hizo el muerto con la esperanza de que el asesino no volviese a disparar. Los ladrones recogieron sus cosas y abandonaron el lugar con ambos vehículos.
El destino había servido a Collazo una mala mano, pero aún podía salir vencedor. Collazo sorprendió a su agresor al luchar por su vida. El conductor disparó a Collazo en la cara con su última bala, y la herida tenía toda la pinta de ser mortal. Al tener la presencia de ánimo para hacerse el muerto, Collazo disuadió al segundo tirador de acercarse para rematarlo. Añadido a esto, los atracadores probablemente sentían la urgente necesidad de salir a toda prisa de la zona. A pesar de estar ahora solo en un pantano tras haber recibido tres disparos, Collazo tuvo suerte, si tenemos en consideración todo lo ocurrido. Ahora su problema más inmediato era conseguir ayuda.
Collazo tuvo la voluntad de sobrevivir, así que se recompuso y caminó más de un kilómetro y medio hasta Tamiami Trail para conseguir ayuda. Cuando alcanzó la autopista, trató de detener varios vehículos pero ninguno quiso parar. Finalmente, una familia de turistas