Ópera Nacional: Así la llamaron 1898 - 1950. Gonzalo Cuadra

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Ópera Nacional: Así la llamaron 1898 - 1950 - Gonzalo Cuadra

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óperas, se buscarán novedosas locaciones para la representación pública y distintos espectadores, dando inicio a una nueva discusión, ahora centrada en qué es una ópera: por ejemplo, de 1951 es El retablo del rey pobre de Orrego Salas, a medio camino entre ópera tradicional, oratorio y auto sacramental; de 1954 la micro ópera dodecafónica en tres actos para dos tenores, bombo y platillo llamada El diario morir, texto y música de Roberto Falabella; la designación tradicional de “ópera” o “drama lírico” de Hügel y Ortiz de Zárate a inicios del novecientos ha dado paso a una “epopeya lírica” de Acevedo Raposo en 1950 y las exploraciones inconclusas de Cotapos.

      6.

      Este no es un estudio biográfico. Sin embargo, el pesquisar óperas nacionales conllevará ineludiblemente el adentrarse, incluso extensamente, en la biografía de sus autores (pienso en Remijio Acevedo Gajardo, en Eliodoro Ortiz de Zárate, Raoul Hügel o Carlos Melo Cruz, averiguando quizá más de lo que alguna vez se había anotado sobre ellos). Primero por lo extraordinario de su cometido, segundo, por que la reacción pública a partir de la composición y/o estreno de la ópera generalmente invade lo privado; tercero, por esos perturbadores paralelismos que se producen cuando se escribe sobre compositores que han sido difuminados, tergiversados o lisa y llanamente perdidos de la musicografía chilena y, de manera paralela, al buscar sus tumbas en el Cementerio General, muchas de estas perdieron fecha y nombre, incluso algunas permanecen sin ubicación conocida.

      7.

      Dentro de las óperas chilenas que se saben fueron compuestas, ¿por qué centrarse solo en aquellas en las que hasta el momento ha sido posible hallar la partitura)? Porque nos permitirán la cita o selección musical que complemente o enfrente la opinión de época. De las restantes —hijas de un género complejo y artificioso como la ópera— solo existe la mediación a través de la palabra escrita, una opinión sobre la batalla vencida, una jerarquización sobre lo anotado y omitido. Además, que la finalidad misma de este libro es la siguiente: Soy un músico práctico, hago sonar partituras. Primero las leo, en silencio, luego las represento, finalmente quedan sonando en medio de las historias personales de quienes las oyen. Si yo empezara a escribir sobre las óperas chilenas y luego usted lo leyera, estaríamos hablando de un género sonoro sin que suene siquiera la mediación literaria de la que me he valido (salvo que usted tenga la costumbre de leer en voz alta), lo que no desconozco como opción válida, ya que una obra de arte puede existir y análizarse en diversas formas. Pero, ¿cómo le hago creer mi opinión de que la ópera compuesta por chilenos, primero que nada exhibe cierta calidad compositiva y segundo, es un género válido en sí, yendo más allá de la escritura y el análisis? Una antología en versión canto-piano (original en algunos, adaptación de la partitura orquestal en otros) posibilita la difusión y abre la opinión a otros ámbitos.

      Buscando la simpleza e inmediatez he seleccionado solo arias, piezas a un canto solista. Por sobre las filiaciones estéticas de nuestros compositores, incluso a pesar de su mayor o menos pericia, fueron compuestas considerando un criterio vocal que estaba al día con las corrientes vocales europeas: es cosa de que el cantante, así como sabe hacerle visitas de cortesía al repertorio europeo que le era contemporáneo a un Acevedo o un Hügel, ahora busque el guante y sombrero que le calce y haga los honores de visitar nuestra lírica del novecientos. Si alguien extraña piezas a dúo, desea cantar un terceto o probar la arquitectura sonora de los concertantes, es cosa de que se acerque a las partituras originales y busque; siempre han estado allí.

      8.

      En el último tiempo la ópera chilena histórica ha generado mayor interés. Como caso específico citaría dos conciertos con selección de Lautaro, María, Velleda, Ghismonda, El Corvo, Sayeda y Ardid de amor que dirigí en 2015 y 2017 respectivamente, bajo el alero de la temporada oficial de conciertos del Instituto de Música de la Universidad Alberto Hurtado, que tuvieron entusiasta recepción de público y prensa. Luego mencionaría la microfilmación y digitalización por parte de la Biblioteca Nacional de varias partituras operísticas como cuidado y preservación, justamente luego de diversas conversaciones a lo largo de esta investigación y como despierte de consciencia de su valor. También hay un creciente interés por la lírica histórica nacional de parte de algunos compositores/musicólogos como Miguel Farías (compositor de Talca París y liendres y El Cristo del Elqui) que ha dado como resultado artículos en revistas musicales especializadas. Además se destaca la aventura de la composición y estreno en los últimos años de nuevos títulos músico-escénicos en cantidad como quizá nunca antes (Eduardo Cáceres, Guillermo Eisner, Gustavo Barrientos, Sebastián Errázuriz, Rafael Díaz, Andrés Alcalde, Sebastián de Larraechea y del mismo Miguel Farías, por mencionar a ocho). Finalmente, una obra teatral como “Opera” (2016), de la compañía Antimétodo, investigó y recreó conceptualmente lo que fue el suceso de Lautaro de Ortiz de Zárate.

      Algo se está moviendo, nuevamente, luego de ciento tristes años.

      Que el cantante intente, que el profesor de canto incluya, que la institución musical se perfile, que los programas de conciertos se reflexionen, que el musicógrafo complemente, que los escritos sobre la historia musical nacional se enfrenten, que el musicólogo corrija, que el periodista sepa, que un auditor enjuicie, que la escena cultural se diversifique; que, vueltas a la vida aunque parcial y momentáneamente, nuestra genealogía lírica suene y se explique.

Introducción

      Santiago de Chile, octubre de 2019

      El 20 de mayo de 1900, en la edición octava del primer año de circulación del semanario cultural “Instantáneas”, hay un artículo a página completa referente al compositor Domenico Brescia. Nacido en 1866 en Italia, alumno destacado de compositores como Mercadante, Martucci y Ponchielli, había llegado a nuestro país en 1892, radicándose primero en Concepción y finalmente Santiago en 1898, como prestigioso docente y subdirector del Conservatorio Nacional de Música. El artículo habla de su particular fisonomía, del flamante cargo en el Conservatorio, de su aclimatación a nuestro mundo cultural, sobre todo en aquella faceta de amistades y enemistades, zalamerías y envidias que caracterizaría nuestro mundo musical docto. Enfrentado a todo esto, Brescia, como uno de los grandes en verdad, parecería transitar aquella enrarecida atmósfera sin siquiera ensuciarse los zapatos. El encomioso artículo está firmado por las siglas D.D.U., en las que me atrevería a descubrir a nuestro célebre Diego Dublé Urrutia, colaborador literario de “Instantáneas” desde su primer número y a quien Brescia pusiera en música algunos poemas, como por ejemplo la canción “Cuánto tarda!” Op. 5, N° 2. Este artículo señala que el compositor es el autor de la ópera La Salinara (comenzada en Italia, con libretto de J. Gasparini, y terminada en Concepción) y va acompañado de una caricatura que lo muestra enjuto, en un gesto de exagerado pero buen humorado ademán de director, con varias partituras regadas por el suelo. Conjuntamente con el artículo, la caricatura vendría a complementar la visión de un Brescia humano, algo extravagante, pero diverso, quizá con algún toque de aquella genialidad bien atesorada por el romanticismo1.

      El 24 de junio, en la edición Nº 13 de “Instantáneas”, en un artículo de actualidad artística capitalina, se cuenta que el Teatro Municipal finalmente ha dado fecha para el estreno de La Salinara, noticia recibida “…con universal simpatía por todos los que conocen el talento del maestro Brescia y han oído hablar de las bellezas de su obra”2. Y sigue:

      La Salinara es un poema lleno de sentimiento y ternura. La música es apasionada, poética, de una factura elegante y correcta á lo Puccini, no decae un instante en toda la obra, y tiene, por el contrario, partes arrebatadoras en que el arranque musical llega al más alto y conmovedor lirismo. Todos los que han oído partes de La Salinara ó han tenido ocasión de estudiar sus méritos, no dudan que la ópera de

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