La vida en suspenso. Colectivo Editorial Crisis

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La vida en suspenso - Colectivo Editorial Crisis Crisis

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los barrios mencionados viven según el último censo municipal alrededor de 75.000 familias con graves problemas de infraestructura (agua, luz, cloacas, mejorado y asfaltado de calles, etc.) y de vivienda, y con múltiples dificultades socioambientales por un gran basural-quema que genera que el 80% de las y los niños sufran asma y otros problemas respiratorios, dermatológicos, etc. Además, en los últimos días hubo casos de dengue. El coronavirus en este contexto podría hacer estragos.

      Finalmente transcribe el link de uno de esos informes televisivos tipo Telenoche, que salió hace varios años, y que muestra el barrio con el zócalo “Villa Asma”. Podría haber salido hace varias décadas también. Porque aunque las familias pasen horas y horas cada día en esos predios del infierno que son los basurales a cielo abierto, aunque separen y clasifiquen toneladas de materiales allí, aunque organicen jardines maternales para no tener que ir a trabajar al infierno con niñas y niños, son trabajadores que integran la extensa Argentina hundida, la que no puede moverse ni un milímetro. El 1º de marzo de 2020, en su discurso de apertura de sesiones parlamentarias, Alberto Fernández anunció la erradicación de basurales a cielo abierto. Según un relevamiento del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), hay más de 5000 en el país. Lamentablemente, la pandemia está arrasando con los sueños más módicos.

      Claudia Carrillo es referente de la UTEP por el Movimiento Evita en la próspera ciudad de Buenos Aires. Vive en el barrio Ramón Carrillo, en la Comuna 8. Parece una confusión, pero no: podríamos decir que Claudia está tan ligada a su territorio que hasta la casualidad de su apellido lo nombra. De familia santiagueña, creció en el campo, dedicada a la cosecha de algodón. En los ochenta migró y fue a parar al albergue Warnes, una enorme construcción que iba a ser el hospital de niños más grande de América Latina. Un proyecto encarado por Evita, que se archivó en 1955. La salud pública que no pudo ser. Al final del gobierno de Menem, en 1989, muchos vecinos y vecinas del lugar fueron trasladados al barrio Ramón Carrillo:

      Desde entonces mucha gente vendió su casa con ilusiones de progresar. Ahora, los que quedamos de la época del albergue tratamos de estar unidos y de que los vecinos no vendan su casa porque no van a poder ascender de clase social, a lo sumo van a comprar otra en un barrio parecido, con la misma gente, la misma música, los mismos robos. Al contrario, van a tener que pagar derecho de piso, no van a conocer a nadie, si les pasa algo ningún vecino saldrá a auxiliarlos. Entonces tratamos de convencerlos de que no vendan. Además, cuando ellos venden, nos dejan el transa acá.

      Claudia me cuenta todo esto en una entrevista que realizamos hace unos meses. Ahora intercambiamos exclusivamente sobre la cuarentena:

      Hoy el problema más grave del barrio es que la gente no puede salir a cartonear ni hacer feria. Entonces el gran problema es la economía de las familias, la falta de dinero para comprar comida porque no se está pudiendo llevar a cabo el día a día de changas.

      Agrega dos cuestiones más: el hacinamiento y el miedo a depender del hospital. Sobre el hacinamiento explica:

      Hay casas que tienen cuatro pisos. En la planta baja vive el dueño y arriba alquila todo por piezas. Hay familias completas en una pieza, que comparten la cocina y el baño con los demás inquilinos. Sería catastrófico que ingresara el virus acá.

      Corrida del edificio que no fue hospital de niños, ahora justo en el barrio que lleva el nombre del gran ministro de Salud de nuestro país, dice:

      Preferimos pasar hambre a tener este virus. En el barrio la gente está muy asustada porque conoce el funcionamiento del hospital y los centros de salud. Para obtener un turno en el Piñero hay que pasar toda la noche haciendo fila. No hay camas para contener a la gente si llega a entrar el virus acá. Tampoco hay respiradores, y nosotros sabemos que vamos a ser los últimos en ser atendidos.

      A propósito de Carrillo, durante la “década dorada” argentina creó “una revolución de la capacidad instalada”, como le gustaba decir a Floreal Ferrara (dos veces ministro de Salud bonaerense). Entonces, el número de camas existentes en el país pasó de 66.300 en 1946 a 132.000 en 1954. Decía Carrillo:

      Desde los barrios las voces organizadas insisten en una escalofriante enumeración de enfermedades: dengue, malnutrición, brote de cólera, sarampión, problemas respiratorios y en la piel. El coronavirus muestra las profundidades tenebrosas de la pobreza extrema que no está en los extremos: es el núcleo de la sociedad neoliberal. Verbos como “mitigar” y sus mil desgraciados sinónimos no devolverán la salud que millones pierden por las carencias de sus barrios, por los olores, la contaminación, la falta de cloacas, la mala alimentación.

      Farrell, un cura muy activo del partido de Merlo, decía con preocupación:

      Veo una dificultad en los vecinos que tienen que salir a trabajar para el pan de cada día. Esta preocupación se expresa en un chateo que tiene mucha intensidad y en frases como estas: “Cómo vamos a hacer para aguantar”, “Esto se va a poner difícil, no voy a tener paciencia”.

      En noviembre de 2016, una movilización multitudinaria, convocada por la CGT y los movimientos sociales, rodeó el Congreso nacional. Exigían la aprobación de la Ley de Emergencia Social y el Salario Social Complementario. Coincidieron para su aprobación votos de opositores y de muchos oficialistas del gobierno de Macri, responsable de agravar la hambruna y la desigualdad. Si nos internamos en la lectura del debate parlamentario, se reconocen diferencias. La ley es el resultado de un protagonismo social, el de la economía popular, y también de tironeos. Allí se establece la creación del Salario Social Complementario, el Consejo de la Economía Popular y el Registro Nacional de Trabajadores de la Economía Popular. Las tres, instituciones subejecutadas o directamente cajoneadas por quienes gobernaban entonces.

      En estos años, sin embargo, se ha fortalecido un tejido comunitario frondoso de organizaciones territoriales y religiosas, y un gremialismo de la economía popular. Su estatura sigue ninguneada, pero el sostenimiento de la cuarentena está realmente en sus espaldas.

      El desafío es el día a día, la ingeniería compleja de la subsistencia. La multichanga: carro para cartonear y captar cualquier derrame, arreglos domésticos, cortes de pasto, construcción, ferias, trabajo de limpieza, cuidado de niños o de ancianos, etc. De hoy para hoy. Es una banalidad a esta altura recordar que la vida sin salario no accede a “licencia por enfermedad”, ni puede fantasear con la idea de dejar de trabajar algún día en la vejez. La vida sin salario ni redes familiares o recursos acumulados (la herencia, por ejemplo) se vuelve insostenible cada vez que el país desbarranca. Al final del día cada familia saca las cuentas de la escasez: entre lo ganado y lo conseguido (salita, comedor, biblioteca) y lo que queda de la Asignación Universal por Hijo o del salario social complementario, según el momento del mes, se decide qué se compra y cuánto en el mercado del barrio.

      A fines de 2019, los 17 millones de puestos de trabajo de la población ocupada en el sector privado se dividían así: unos 7 millones eran puestos asalariados registrados; cerca de 5 millones, asalariados no registrados; otros 5 millones, trabajadores no asalariados. 7 millones versus 10 millones. Y aún tendríamos que sumar a los desocupados. ¿Y hoy? La pandemia es el ajustador más letal que hayamos podido imaginar. El derrumbe de los ingresos de los trabajadores encuarentenados resultó fulminante. A fines de abril, la OIT publicó un informe devastador sobre la situación de los trabajadores y trabajadoras en los países afectados por la pandemia: concluyó que los informales sufrirán reducciones de más del 80% de sus ingresos en países de ingresos medios-bajos como el nuestro. Las mujeres, por su parte, padecerán el agravamiento de esta situación extrema.

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