La vida en suspenso. Colectivo Editorial Crisis

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La vida en suspenso - Colectivo Editorial Crisis Crisis

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la tasa de pobreza perforó el piso del 25%, recalculada por distintos arqueólogos de los datos malversados como Daniel Schteingart (UMET), Leopoldo Tornarolli (Cedlas-La Plata) o Martín González Rozada (UTDT).

      Las estadísticas sobre riqueza son mucho más opacas, en gran medida por las tácticas de ocultamiento que despliegan sus poseedores acá y en todo el planeta. Pero algunos datos permiten caracterizar al menos cuantitativamente a esa cúspide de la pirámide cuya taxonomía definió acaso por primera vez José Luis de Ímaz en Los que mandan (1964), esa obra pionera de la sociología de las élites criolla. A ese famoso 1% que expuso con éxito en los Estados Unidos el movimiento Occupy Wall Street durante la crisis global de 2008, pero que después siguió concentrando riqueza favorecido por las medidas que desplegó el mundo desarrollado para salir de esa debacle.

      ¿Cuántos son los argentinos ricos? Según los registros fiscales, sorprendentemente pocos. Apenas 32.484 personas, si se contabiliza a quienes declararon patrimonios por más de U$S 1 millón en 2017, último año contable con información consolidada. Incluso suponiendo que cada millonario registrado encabeza una familia de cuatro miembros, los habitantes de hogares con patrimonios superiores a U$S 1 millón serían apenas el 0,3% de la población total. Con la salvedad de que los inmuebles, vehículos, embarcaciones y demás bienes registrables aparecen valuados a su tasación fiscal, siempre inferior a la de mercado y a veces hasta un tercio o una cuarta parte de la real.

      Los datos de la AFIP, lógicamente, excluyen la parte “negra” que esos millonarios no declaran y las fortunas que muchos otros ocultan al fisco. En medio de la discusión sobre el nuevo impuesto, de hecho, la AFIP descubrió 950 cuentas en el exterior sin declarar, propiedad de argentinas y argentinos, por más de U$S 1 millón cada una. En total contenían U$S 2600 millones. De esas cuentas, 700 estaban a nombre de gente que no había presentado declaración jurada de bienes personales. Es decir, que no admitía atesorar siquiera U$S 30.000 aparte de su vivienda. Algunos tenían más de 20 millones que omitieron declarar y que además eligieron no blanquear en 2016 (aunque era gratis y ni siquiera debían repatriarlos).

      Los dueños de altos patrimonios, en realidad, son muchos más de los que registra el fisco. El economista, exdiputado y actual director del Banco Nación, Claudio Lozano, estima que superan el triple. Lo calcula sobre la base de informes de consultoras privadas como Wealth-X y Capgemini, apenas dos de las varias que florecieron en las últimas décadas para estudiar el comportamiento de la nueva élite global de supermillonarios y suministrar a empresas datos lo más certeros posible sobre sus consumos, sus inversiones y sus caprichos. Del cruce de los datos oficiales con esas fuentes privadas surge que las fortunas argentinas superiores a U$S 1 millón no son menos de 114.000.

      Si se supone (conservadoramente) que el promedio de cada una de esas fortunas es el mismo que declaran los que sí declaran (U$S 3,2 millones), se concluye que las familias millonarias atesoran U$S 262.320 millones en total. Es casi la mitad de lo que produce al año la Argentina, acumulado por el 1% de su población. Pero las consultoras estiman que el verdadero patrimonio de cada familia es unas seis veces eso. O sea, más de un billón de dólares. Dos PBI.

      Según esas mismas fuentes, 1040 de esos individuos tienen “riqueza neta superalta” (ultra high net worth, como los categorizan en esos informes). Es decir, sus patrimonios superan los U$S 30 millones. Como ese universo incluye a muchos que apenas superan esa marca pero también a Paolo Rocca, Alejandro Bulgheroni y Eduardo Costantini, el promedio por familia es de U$S 135 millones. Son el 0,01% más rico, el estrato al que apuntan Piketty y Milanović como el más beneficiado de la era de la hiperdesigualdad. Pero se puede hilar todavía más fino y llegar al 0,001%: ahí están las cien familias cuyo patrimonio supera los U$S 100 millones y que en total atesoran U$S 28.400 millones, con una riqueza promedio de U$S 284 millones cada una.

      ¿Cuánto paga de impuestos ese sector privilegiado de la sociedad? Mucho menos de lo que debería. Por empezar, los impuestos sobre el patrimonio que recaudan los tres niveles de gobierno (nacional, provincial y municipal) apenas representan un 3,2% del PBI, una porción muy menor al 27,4% del PBI que se recauda en total. Pese a ser uno de los únicos tres países latinoamericanos que conserva con bienes personales algo parecido a un impuesto “a la riqueza”, junto con Colombia y Uruguay, la Argentina se mantiene por debajo del 3,8% de Canadá o del 4,4% de Francia. Más que bajas alícuotas, a los ricos les juega a favor el viejo truco de las valuaciones fiscales. Es gracias a esos precios de fantasía de campos y mansiones que se achica mucho la base imponible.

      A la vez que no pagan impuestos especialmente altos por su patrimonio, los argentinos VIP tampoco sufren una carga alta por sus ingresos. El impuesto a las ganancias representa poco más del 4% del PBI, menos de la mitad que en los países ricos de la OCDE, donde equivale al 8,7%, o que en los escandinavos, donde llega al 14%. Los impuestos al consumo como el IVA e ingresos brutos, en cambio, arañan el 12% del PBI. Son los más injustos, aunque parezca contradictorio, porque se cobran a toda la población por igual.

      La razón central por la cual los ricos contribuyen con poco a los gastos del Estado, de todas formas, no obedece a que las alícuotas de los impuestos sobre el patrimonio sean bajas, a que las valuaciones sean irrisorias ni a que los ingresos más altos se graven mal. El problema es un mecanismo de evasión que se convirtió en rasgo indeleble de la dinámica de acumulación local: la fuga de capitales y su sistemático ocultamiento.

      El sector privado argentino, según estima el Indec, acumula en el exterior un total de U$S 355.377 millones. Es casi un 70% del PBI y cinco veces lo que declaran ante la AFIP los 32.484 contribuyentes con patrimonios mayores a U$S 1 millón. El Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo Argentino (Cefid-AR) calculaba una década atrás que era un 109% del PBI y con ese dato coincidió hace poco el presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA). Aunque otras estimaciones más recientes son más conservadoras, todas coinciden en algo: la Argentina está entre los cinco países con más riqueza offshore del planeta.

      Para ese 1% más rico, la Argentina funciona como un país-dormitorio. Un lugar amable para vivir y criar hijos, pero no para guardar ahorros ni radicar empresas. El concepto, que acuñó Guido Di Tella a fines de los ochenta, explica a la perfección el comportamiento de la élite económica, especialmente desde la dictadura. En la era de la hiperdesigualdad llegó a su paroxismo con los argentinos que empezaron a nacionalizarse paraguayos y uruguayos, aunque solo Marcos Galperín haya llegado al extremo de mudarse físicamente y lo haya hecho ya en dos ocasiones.

      Pero no se trata de un rasgo excepcional sino de una costumbre cada vez más difundida entre los favorecidos del sistema. Un hábito que, por otra parte, ya generó debates muy encarnizados en otras

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