La Santa Biblia - Tomo III. Johannes Biermanski
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Días azarosos fueron aquéllos para la grey [asamblea] del Mesías. Pocos, en verdad, fueron los sostenedores de la fe. Aun cuando la verdad no quedó sin testigos, a veces parecía que el error y la superstición concluirían por prevalecer completamente y que la verdadera religión iba a ser desarraigada de la tierra. El evangelio se desvanecía mientras que las formas de religión se multiplicaban, y la gente se veía abrumada bajo el peso de exacciones rigurosas.
No sólo se le enseñaba a ver en el papa a su mediador, sino aun a confiar en sus propias obras para la expiación del pecado. Largas peregrinaciones, obras de penitencia, la adoración de reliquias, la construcción de templos, relicarios y altares, la donación de grandes sumas a la iglesia, - todas estas cosas y muchas otras parecidas les eran impuestas a los fieles para aplacar la ira de Dios o para asegurarse su favor; ¡como si Dios, a semejanza de los hombres, se enojara por pequeñeces, o pudiera contentarse con regalos y penitencias!
Por más que los vicios prevalecieran aun entre los jefes de la iglesia romana, su influencia parecía ir siempre en aumento. A fines del siglo VIII los papistas avanzaron la pretensión de que en los primeros tiempos de la iglesia tenían los obispos de Roma el mismo poder espiritual que a la fecha se arrogaban. Para sentar tal pretensión con visos de autoridad, había que valerse de algunos medios - que pronto fueron sugeridos por el padre de la mentira. Los monjes fraguaron viejos manuscritos. Se descubrieron decretos conciliares de los que nunca se había oído hablar hasta entonces y que establecían la supremacía universal del papa desde los primeros tiempos. Y la iglesia que había rechazado la verdad, aceptó con avidez estas imposturas. (Véase el Apéndice.)
EL Apéndice: ESCRITOS ADULTERADOS. - Entre los documentos cuya falsificación es generalmente reconocida en la actualidad, la Donación de Constantino y las Decretales Pseudo-Isidorianas son de la mayor importancia.
Al referir los hechos relativos a la pregunta: "¿Cuándo y por quién fue fraguada la Donación de Constantino?" M. Gosselin, director del seminario de St. Sulpice (París), dice:
"Por bien que se haya probado la falsedad de ese documento, dificil es determinar, con precisión, la época de dicha falsificación. M. de Marca, Muratori, y otros sabios críticos, opinan que fue compuesto en el siglo octavo, antes del reinado de Carlomagno. Muratori cree además probable que haya podido inducir a aquel monarca y a Pipino a ser tan generosos para con la santa sede." - Gosselin "Pouvoir de pape au moyen âge" (París, 1845), pág. 717.
Respecto a la fecha de las Decretales Pseudo-Isidoranas, véase Mosheim, "Historiae Ecclesiasticas," Léipsig, 1755 ("Histoire Ecclésiastique," Maestricht, 1776), lib. 3, sig. 9, parte 2, cap. 2, sec. 8. El sabio historiador católico, el abate Fleury en su "Histoire Ecclésiastique" (dis. 4, sec. 1), dice de dichas decretales, que "salieron a luz cerca de a fines del siglo octavo." Fleury, que escribió cerca de a fines del siglo diez y siete, dice además que esas "falsas decretales pasaron por verdaderas durante ochocientos años; y apenas fueron abandonadas el siglo pasado. Verdad es que actualmente no hay nadie, un tanto al corriente de estas materias, que no reconozea la falsedad de dichas decretales." - Fleury, "Histoire Ecclésiastique," tom. 9, pág. 446 (París, 1742).Véase además Gibbon, "Histoire de la Décadence et de la Chute de l'Empire Romain," cap. 49, pár. 16 (París, 1828, tom. IX, págs. 319-323).
Los pocos fieles que construyeron sobre el cimiento verdadero (1Corintios 3:10, 11) estaban perplejos y sin poder hacer nada, toda vez que los escombros de las falsas doctrinas entorpecían el trabajo. Como los constructores de los muros de Jerusalén en tiempo de Nehemías, algunos estaban por exclamar: "¡Las fuerzas de los acarreadores se han enflaquecido, y el escombro es mucho, y no podemos edificar el muro!" (Nehemías 4:10.) Debilitados por el constante esfuerzo que hacían contra la persecución, el engaño, la iniquidad y todos los demás obstáculos que Satanás inventara para detener su avance, algunos de los que habían sido fieles edificadores llegaron a desanimarse; y por amor a la paz y a la seguridad de sus propiedades y de sus vidas se apartaron del fundamento verdadero. Otros, sin dejarse desalentar por la oposición de sus enemigos, declararon sin temor: "¡No temáis delante de ellos! ¡Acordaos de YAHWEH grande y terrible!" (Nehemías 4:14), y cada uno de los que trabajaban tenía la espada ceñida allomo. (Efesios 6:17.)
En todo tiempo el mismo espíritu de odio y de oposición a la verdad es el que ha inspirado a los enemigos de Dios, y la misma vigilancia y fidelidad ha sido necesaria a sus siervos. Las palabras del Mesías a sus primeros discípulos se aplicarán a todos sus discípulos hasta el fin de los tiempos: "Y las cosas que a vosotros digo, a todos las digo: ¡Velad!" (S. Marcos 13:37.)
Las tinieblas parecían hacerse más densas. La adoración de las imágenes vino a hacerse más general. Se les encendían velas y se les ofrecían oraciones. Llegaron a prevalecer las costumbres más absurdas y supersticiosas. Los espíritus estaban tan completamente dominados por la superstición, que la razón misma parecía haber perdido su poder. Mientras los sacerdotes y los obispos sensuales y corrompidos se entregaban a los placeres, sólo podía esperarse del pueblo que acudía a ellos en busca de dirección, que siguiera sumido en la ignorancia y en los vicios.
Las pretensiones papales dieron otro paso más cuando en el siglo XI el papa Gregorio VII proclamó la perfección de la iglesia romana. Entre las proposiciones que él expuso había una que declaraba que la iglesia no había errado nunca ni podía errar, según las Santas Escrituras. Pero las pruebas de la Escritura faltaban para apoyar la tal declaración. El altivo pontífice reclamaba además para sí el derecho de deponer emperadores, y declaraba que ninguna sentencia pronunciada por él podía ser revocada por hombre alguno, pero que él tenía la prerrogativa de revocar las decisiones de todos los demás. (Véase el Apéndice.)
EL Apéndice: DICTADOS DE HILDEBRANDO (GREGORIA VII). - Véase Baronio (cardenal C.), "Annales Ecclesiastici," An. 1076 (edición de Luca, 1745, tomo 17, págs. 430, 431). Una copia de los "Dictados" originales se encuentra también en Gieseler, "Lehrbuch der Kirchengeschichte," período 3, div. 3, cap. 1, sec. 47, nota c (3a, ed., Bonn, 1832, tom. II B, págs. 6-8).
El modo en que trató al emperador alemán Enrique IV nos pinta a lo vivo el carácter tiránico de este abogado de la infalibilidad papal. Por haber intentado desobedecer la autoridad papal, dicho monarca fue excomulgado y destronado. Aterrorizado ante la deserción de sus propios