La Santa Biblia - Tomo III. Johannes Biermanski
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En los países que estaban fuera de la jurisdicción de Roma existieron por muchos siglos grupos de cristianos que permanecieron casi enteramente libres de la corrupción papal. Envueltos en el paganismo, con el transcurso de los años fueron afectados por sus errores; no obstante siguieron considerando la Biblia como la única regla de fe y se atuvieron a muchas de sus verdades. Creían estos cristianos en el carácter perpetuo de la ley de YAHWEH y observaban el Sábado del cuarto mandamiento. Existían en el África Central y entre los Armenios de Asia greyes {asambleas} que mantuvieron esta fe y esta observancia.
Mas entre los que resistieron las intrusiones del poder papal, los valdenses fueron los que más sobresalieron. En el mismo país en donde el papado asentara sus reales fue donde encontraron mayor oposición su falsedad y corrupción. Las greyes {asambleas} del Piamonte mantuvieron su independencia por algunos siglos, pero al fin llegó el tiempo en que Roma insistió en que se sometieran. Tras larga serie de luchas inútiles, los jefes de estas greyes {asambleas} reconocieron aunque de mala gana la supremacía de aquel poder al que todo el mundo parecía rendir homenaje. Hubo sin embargo algunos que rehusaron sujetarse a la autoridad de papas o prelados. Determinaron mantener su lealtad a Dios y conservar la pureza y sencillez de su fe. Se efectuó una separación. Los que permanecieron firmes en la antigua fe se retiraron; otros, abandonando sus tierras de los Alpes, alzaron el pendón de la verdad en países extraños; otros se refugiaron en los valles solitarios y en los baluartes peñascosos de las montañas, y allí conservaron su libertad para adorar a Dios.
La fe que por muchos siglos sostuvieron y enseñaron los cristianos valdenses contrastaba notablemente con las doctrinas falsas de Roma. Fundaban su credo religioso en la Palabra de YAHWEH escrita, o sea en el verdadero documento del cristianismo. Pero esos humildes campesinos en sus obscuros retiros, alejados del mundo y sujetos a penosísimo trabajo diario entre sus rebaños y viñedos, no habían de por sí llegado al conocimiento de la verdad que se oponía a los dogmas y herejías de la iglesia apóstata. Su fe no era una fe nueva. Su creencia en materia de religión la habían heredado de sus padres. Luchaban en pro de la fe de la iglesia apostólica, "la fe que ha sido una vez dada a los santos." (S. Judas 1:3.) "La grey {asamblea} del desierto," y no la soberbia jerarquía que ocupaba el trono de la gran capital, era la verdadera grey {asamblea} del Mesías, la depositaria de los tesoros de verdad que Dios confiara a su pueblo para ser dados al mundo.
Entre las causas principales que motivaron la separación entre la verdadera grey {asamblea} y Roma, se contaba el odio de ésta hacia el Sábado bíblico. Como se había predicho en la profecía, el poder papal echó por tierra la verdad. La ley de YAHWEH fue pisoteada mientras que las tradiciones y las costumbres de los hombres eran ensalzadas. Se obligó a las iglesias que estaban bajo el gobierno del papado a honrar el domingo como día santo. Entre los errores y la superstición que prevalecían, muchos de los verdaderos hijos de Dios se encontraban tan confundidos, que a la vez que observaban el Sábado se abstenían de trabajar el domingo. Mas esto no daba completa satisfacción a los jefes papales. No sólo exigieron que se santificara el domingo sino que se profanara el Sábado; y acusaban en los términos más violentos a los que se atrevían a honrarlo. Sólo huyendo del poder de Roma era posible obedecer en paz a la ley de YAHWEH.
Los valdenses fueron entre los primeros de todos los pueblos de Europa que poseyeron una traducción de las Santas Escrituras. (Véase el Apéndice.)
EL Apéndice: VERSIONES VALDENSES DE LA BIBLIA. - Respecto a las tempranas versiones valdenses de partes de la Biblia hechas en el idioma vulgar, véase E. Pétavel, "La Biblia en France," cap. 2, párs. 3, 4, 8-10, 13, 21 (ed. de París, 1864); Townley, "Illustrations of Biblical Literature," tom. I, cap. 10, párs. 1-13; G. H. Putnam, "The Censorship of the Church of Rome," tom. II, cap. 2.
Centenares de años antes de la Reforma tenían ya la Biblia manuscrita en su propio idioma. Tenían pues la verdad sin adulteración y esto los hizo objeto especial del odio y de la persecución. Declaraban que la iglesia de Roma era la Babilonia apóstata del Apocalipsis, y con peligro de sus vidas se levantaron para resistir su influencia y principios corruptores. Mientras que bajo la presión de una larga persecución, algunos comprometieron su fe haciendo poco a poco concesiones en sus principios distintivos, otros conservaron la verdad con firmeza. Durante siglos de obscuridad y apostasía, hubo valdenses que negaban la supremacía de Roma, que rechazaron como idolátrico el culto a las imágenes y que guardaron el verdadero Sábado. Conservaron su fe en medio de las más violenta y tempestuosa oposición. Aunque degollados por la espada de Saboya y quemados en la hoguera romanista, defendieron con firmeza la Palabra de YAHWEH y su honor.
Tras los elevados baluartes de sus montañas, - refugio de los perseguidos y oprimidos en todas las edades, - hallaron los valdenses seguro escondite. Allí se mantuvo encendida la luz de la verdad en medio de la obscuridad de la Edad Media. Allí los testigos de la verdad conservaron por mil años la antigua fe.
Dios había provisto para su pueblo un santuario de terrible grandeza apropiado a las grandes verdades que se le confiaran. Para aquellos fieles desterrados las montañas fueron un emblema de la justicia inmutable de YAHWEH. Señalaban a sus hijos aquellas altas cumbres que a manera de torres se erguían en inalterable majestad y les hablaban de Aquel en el cual no hay mudanza ni sombra de variación, cuya palabra es tan firme como los collados de eterna duración. Dios había afirmado las montañas y las había ceñido de fortaleza; ningún brazo podía removerlas de su lugar, sino sólo el del Poder Infinito. De igual manera había establecido su ley, fundamento de su gobierno en el cielo y en la tierra. El brazo del hombre podía alcanzar a sus semejantes y quitarles la vida; pero ese brazo podía desarraigar las montañas de sus cimientos y arrojarlas al mar que modificar un precepto de la ley de YAHWEH, o borrar una de sus promesas hechas a los que hacen su voluntad. En su fidelidad a la ley los siervos de Dios tenían que ser tan