El Misterioso Tesoro De Roma. Juan Moisés De La Serna

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El Misterioso Tesoro De Roma - Juan Moisés De La Serna

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en pie más de unos minutos.

      Alguno de nosotros tuvimos que intervenir llevándolos a sus dormitorios a que descansasen lo que restaba de noche, sabiendo que al día siguiente se iban a encontrar indispuestos y con grandes dolores de cabeza, pero era lo que les correspondía por sus excesos.

      La mañana había amanecido radiante, no recuerdo una tan soleada y eso que apenas eran las seis, pero estaba tan emocionado que necesitaba levantarme y ponerme a hacer algo, pero ya lo tenía todo preparado.

      Los muchos años de disciplina en esta academia me habían convertido en un hombre de provecho, recto en sus pensamientos, ordenado y previsor, tanto que hacía casi una semana que había preparado mi maleta de viaje.

      Sobre la ropa que iba a llevar, algunos chicos habían propuesto que todos fuésemos vestidos de forma similar, quizás un mismo tipo de prenda o portando algo de un color, pero la idea fue descartada por la mayoría ya cansada de llevar uniforme de diario como para vestir otro parecido en el viaje.

      Únicamente me llevé un par de pantalones, varias camisas, un chaleco, calcetines y ropa interior, lo que ocupaba la mayor parte de la maleta junto con la guía de viaje del país y un cuaderno para tomar notas de los más importantes acontecimientos de cada día.

      Es precisamente éste el que estoy consultando para recordar los datos más sobresalientes del viaje pues de mi memoria hace tiempo que dejé de fiarme, desde que un día me encontré en mitad de la calle, andando tranquilamente y me detuve, y me quedé quieto durante un momento con la mente en blanco.

      Estaba tratando de recordar a dónde me dirigía, qué es lo que iba a hacer y lo más preocupante no sabía de dónde venía ni siquiera en dónde vivía, todo a mi alrededor me parecía extraño y novedoso, y si había pasado anteriormente por esa calle no me sonaba de nada.

      Me puse muy nervioso mirando por todo el lugar, veía a las personas pasar despreocupadamente como una madre con un hijo corriendo al lado del carrito que empujaba, en cuyo interior descansaba plácidamente un bebé vestido de rosa, con un lazo alrededor de la cabeza del mismo color.

      Luego pasó un señor que llevaba con una cadena a un perro y bajo el brazo portaba un periódico enrollado, ¡quizás a eso había salido!, a comprar el periódico, pero ¿dónde estaría la tienda?, ¿y cuál sería el diario que normalmente leía?

      Mi respiración se aceleraba a medida que pasaba el tiempo sin respuesta, mirando a todos lados, tratando de parar a las personas que pasaban tranquilamente, para preguntarles si me conocían de algo y si me podían ayudar a volver a casa.

      Los coches iban y venían en la carretera próxima hasta que uno de ellos se detuvo y sin salir del mismo el copiloto me preguntó con tono afable,

      ―¿Tiene usted algún problema?

      No sabía qué responder, ni siquiera sabía por qué habían parado, era posible que me conociesen de algo, quizás fuesen vecinos, amigos o familiares… puede que hasta mis propios hijos y no era capaz de acordarme.

      Giré para darle la espalda, avergonzado por mi situación, me sentía tan inútil y desconcertado que empecé a temblar de la desesperación, mirando a todos lados, sabiendo que me habían preguntado directamente, pero no conocía la respuesta, no sabía… ni cómo me llamaba.

      ―¡No se preocupe señor!, ¡déjenos ayudarle!, lo primero que debemos de saber es su nombre y si vive por aquí cerca ―insistió el hombre mientras bajaba del coche y se dirigía a mí, dejándose ver una oronda silueta, revestida de una llamativa camisa azul y pantalón del mismo color.

      Seguía desconfiando de aquel que, aunque usaba un tono tranquilizador, se acercaba a mí con demasiadas confianzas y eso que no le recordaba de nada, para mí es como si fuese la primera vez que le hubiese visto y eso que me esforzaba por recordar, pero… sin éxito.

      ―No se preocupe soy policía ―afirmó mientras se ponía sobre la cabeza aquel peculiar sombrero que rápidamente reconocí―, ¿no tiene ninguna identificación?, ¡quizás en su cartera!

      A pesar de que me hizo ilusión haber reconocido su profesión, era incapaz de pronunciar ningún sonido, pues mi boca estaba como estropajosa, con una gran sensación de sequedad y no conseguía balbucear palabra alguna.

      Pero, aunque no hubiese tenido estas dificultades para expresarme no sabría qué decir pues no conseguía concentrarme, mientras mi respiración se aceleraba por la confusión del momento. Apenas sí podía oír lo que sucedía a mí alrededor, escuchándolo como si estuviese muy lejos, como si no fuese conmigo.

      ―Mire en su bolsillo trasero ―insistió con tono casi paternal aquel pequeño hombre, del que apenas se distinguía el cuello que debía separar la cabeza del resto del cuerpo, mientras me ponía una mano sobre el hombro.

      ―¿Detrás? ―respondí entre dientes casi de forma imperceptible mientras me recuperaba gracias a aquel pequeño toque que me había hecho sobre el hombro el cual lo había sentido como una gran muestra de cariño, tal y como solía experimentar cuando me abrazaban mis hijos al principio y mis nietos después.

      Inspirando profundamente algo acongojado por la situación, eché la mano aún temblorosa hacia atrás y para mi sorpresa toqué algo duro en el bolsillo, lo saqué y allí estaba lo que decía el policía, una cartera con la foto de identificación de alguien, que supuse sería mía y por eso lo llevaba.

      Esos fueron unos días duros para mí, los médicos me mandaron reposo y que comiese muchos frutos secos, unos cien gramos de nueces al día, pero siempre que podía, los cambiaba por avellanas que me gusta más. Menos mal que los enfermeros me atendieron diariamente hasta que pude valerme de nuevo por mí mismo, aunque nunca volvió a ser como antes.

      Ahora llevaba siempre en casa y en la calle un colgante que tenía un botón, que apretaba cuando me encontraba en alguna dificultad, o cuando no sabía dónde estaba o cómo volver a mi casa. Tras pulsarlo, estando en la calle, sólo debía de esperar unos minutos para que alguien se acercase a ayudarme.

      Si estaba en casa se encendía la televisión y una amable jovencita me preguntaba sobre lo que necesitaba. Aunque aquellos cuidados me parecían excesivos, bien es cierto que me habían sacado de más de un apuro.

      A diferencia de como sentía cuando era más joven, el despertar cada día era motivo de alegría, sabiendo que todavía podía hacer algo por los demás, pues, aunque hace tiempo que me jubilé, no por ello he dejado de hacer aquello para lo que creo que nací, hacer el bien a los demás.

      Ya cumplí con mis sueños de ambición en busca de una posición social, el respeto de los demás y disfrutar de suficiente dinero como para tener una holgada vejez, pero ahora todo aquello me quedaba como un vago y banal recuerdo.

      Tanto tiempo desperdiciado en estas minucias, tanta vida sin vivir preocupándome y preparándome para el futuro y cuando todo eso llega se queda sin sentido. Una existencia vacía que conseguía rellenar poco a poco gracias a la que fue mi gran amor que empecé en la adolescencia y que tuve hasta que se fue. Si me hubiese dedicado al negocio inmobiliario, ahora tendría muchas posesiones, si a ser banquero, mucho dinero, pero a pesar de que sólo me dedicaba a ayudar a otros… me sentía tremendamente afortunado por ello.

      Bueno sigo mi narración…, a ver…, estaba con lo de la fiesta de primavera…, no, eso ya lo conté, era… el día siguiente.

      A eso de las siete bajamos todos a desayunar, bueno todos los que conseguimos despertarnos pues había quien

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