El Misterioso Tesoro De Roma. Juan Moisés De La Serna

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El Misterioso Tesoro De Roma - Juan Moisés De La Serna

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por hacer… parece que fue ayer cuando me la encontré por primera vez y en cambio ahora…

      ¡Qué extraña es la memoria!, que para lo que quiere se acuerda de todo y al instante siguiente sólo queda el vacío, ¡si tan sólo pudiese mantener mis recuerdos durante un momento…!, ¿de qué me sirve todo lo vivido si no puedo recordarlo?, menos mal que mi legado quedará en mis alumnos.

      Gracias a ellos y a los hijos de éstos, todo cuanto supe, quedará para las generaciones futuras. En verdad me siento satisfecho con que uno sólo de ellos pudiera aplicar en algo lo impartido y que con ello mejorase su vida.

      Bueno que me vuelvo a ir por las ramas…, menos mal que tengo aquí delante abierto mi diario de viaje para recordarme por donde iba, a ver, ¿qué tengo apuntado de aquel entonces en mi diario?

      “A 23 de abril de 1953. Hoy salimos a las diez y fuimos a París para cambiar de avión hasta Roma. A la llegada nos recogió un autobús hasta el hotel. Un pintoresco establecimiento de cuartos pequeños y camas algo duras, pero de unas increíbles vistas y una excepcional situación en la zona turística. Primer día de la aventura, compartiendo cuarto con Arthur, quien ronca tanto que no me dejó dormir”

      Eso es lo que había anotado junto con un símbolo de había en la puerta del hotel, el escudo de la familia del dueño del establecimiento.

      Bueno no recuerdo demasiado bien lo que sucedió, pero lo que está claro es que ninguno nos quedamos a pasar la noche en el hotel, sino que queríamos aprovecharla para recorrer la ciudad y conocer lo que no venía en los libros.

      Al final nos tuvimos que volver al hotel desanimados y con el cuerpo cansado por una exhausta e infructuosa noche, después de mucho andar, callejeando por aquellas oscuras y poco iluminadas vías, con una penumbra constante rota exclusivamente por algún que otro farolillo cual llama exhausta a punto de extinguirse.

      Y todo ese caminar para nada, pues no conseguimos lograr llegar a nuestro punto de destino, donde nos habían asegurado que podríamos encontrar un ambiente festivo en cualquier momento del año.

      Quizás fue una calle mal tomada, una esquina equivocada, una plaza que giramos en sentido contrario, lo que nos desvió de nuestro objetivo, fuese lo que fuese, ninguno nos disgustamos pues fue toda una experiencia poder ver la ciudad con otros colores, auspiciados por una hermosa y luminosa luna llena que reflejaba en las paredes sinuosas sombras de las estatuas y adornos de las casas de la época medieval.

      Nuestros sueños rotos de esa noche no nos desanimaron para la mañana siguiente recorrer buena parte del centro, para ello contamos con la ayuda de una persona que nos había proporcionado la embajada.

      Era un hombre mayor, de complexión fuerte y con cierto aire bohemio, por su forma de comportarse y de llevar ese llamativo pañuelo en el cuello, doblado hacia fuera.

      Que recuerde era la primera vez que veía a un hombre usando un pañuelo como prenda de vestir, más allá del que las chicas solían utilizar para taparse la cabeza cuando hacía mucho aire evitando que se les alborotase el pelo.

      Este señor nos servía tanto como guía turístico como para controlar nuestras acciones, pues le habían encargado que nos cuidase, para que no nos metiésemos en demasiados altercados mientras permaneciésemos en la ciudad.

      Aunque no creo que fuese necesario pues todos éramos conscientes de la situación política del momento, de lo delicado de nuestra presencia por las implicaciones internacionales que aquello suponía, por lo que procurábamos ceñirnos a lo que había sido el plan aprobado, pero todo se salió de control cuando tuvimos el primer accidente grave del viaje.

      A pesar de las muchas advertencias sobre que nuestra presencia en aquel lugar podría levantar recelos y suspicacias entre sus habitantes no habíamos visto ni un solo mal gesto. Además, no esperábamos que aquello nos afectase en demasía pues veníamos con escasos días para poderlo ver todo e íbamos sobre el plan, pero un incidente con uno de los compañeros, al cual le robaron el poco dinero que llevaba encima, hizo que el grupo se deshiciese y se disgregase.

      Algunos compañeros incluido el afectado por el hurto, iniciaron la persecución tras aquel malhechor, guiados más por la indignación que les había provocado y que éste se hubiese vuelto y reído a los pocos metros de haberle robado, mostrando con burla su botín, que, por la cuantía económica del mismo, pero todo intento por hallarle fue en vano.

      No es que corriese demasiado, pero se conocía cada uno de los rincones y entresijos de aquellos callejones, además sin saber de dónde, salieron un par de compañeros de éste, que les dificultaban la carrera, interponiéndose en el camino, desbaratando así las posibilidades de que diesen alcance al delincuente.

      Aunque los que habían ya salido en su persecución, no creo que tuviesen muy claro lo que harían cuando diesen con él y recuperasen el dinero, sólo reaccionaban de forma instintiva como perros de presa en busca de su trofeo.

      Aquello provocó una sensación desagradable en el grupo, rompiendo la armonía que hasta ese momento llevábamos.

      Algunos decidieron volverse al hotel, para llamar a la embajada y ponerles en aviso de las circunstancias acontecidas y pedir nuevas instrucciones sobre lo que hacer. Unos pocos presionaban a nuestro guía para qué hiciese intervenir a la policía, los carabinieri, pero él negaba con la cabeza pues según parecía aquello era más normal de lo que nos habían comentado.

      Los menos que quedábamos ajenos a la situación, preferimos seguir con la excursión, sabiendo que no teníamos demasiados días antes de terminar la estancia ya que la pérdida provocada, afectaba más que nada al orgullo de aquel joven que había sido violentado en su intimidad con aquel hurto, por ello no creíamos que tuviésemos que parar nuestras actividades culturales recorriendo los lugares más interesantes de la ciudad.

      El guía viendo este desorden nos indicó a los pocos que queríamos seguir la visita por dónde debíamos dirigirnos y a qué hora debíamos de regresar para comer, pues él al final había decidido volver al hotel con los compañeros que querían dar aviso a la embajada.

      Algunos, cambiando de opinión, se quedaron bastante molestos por qué no hizo intervenir a las autoridades locales y continuaron con nosotros la excursión.

      No éramos ni la mitad del grupo, alguno se quedó en el sitio esperando a que los que habían salido corriendo detrás del malhechor volviesen para así poderles indicar dónde nos encontramos el resto y con ello reunirnos antes de volver a comer.

      Ahora sí que era una aventura aquello, en un país del cual ignorábamos el idioma, y que allá dónde mirábamos nos era totalmente desconocida la cultura local.

      Ya habíamos recorrido con el guía los monumentos más importantes, el Coliseo y el Foro, por lo que ahora nos dirigíamos a conocer alguna de las muchas iglesias que están distribuidas por el centro sin ningún tipo de orden ni concierto, como gotas de rocío en el campo, esperando a ser descubiertas por el visitante.

      Aquellas visitas de contenido religioso no tenían demasiado sentido para mí, pues hace tiempo que había abandonado mis creencias, por lo que no le encontraba ningún significado estar entrando en cada iglesia para contemplar unos retablos pintados hace siglos o para admirar una estatua o icono por muy destacable, antigua y bien realizada que estuviese.

      Pero para mi sorpresa las iglesias no sólo contenían arquitectura y restos de temática religiosa, sino que eran refugio de muchos otros elementos, restos arqueológicos o pertenecientes a la cultura popular independientes de su procedencia, pues se habían convertido en sitios de refugio

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