El Misterioso Tesoro De Roma. Juan Moisés De La Serna
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу El Misterioso Tesoro De Roma - Juan Moisés De La Serna страница 6
Incluso el trato entre los hombres y las mujeres era bastante diferente según el país en donde se encontrase, así me contaron de la exuberancia de la mujer francesa que exhibía sus cualidades sin decoro, así no esperaba a que fuese el hombre quien fuese en su búsqueda, sino que era ella quien escogía a aquel que le parecía más galante.
Incluso con otros lugares en que compartíamos una cultura e idioma común, parecían todavía mantener tradiciones bastante particulares, así diferencia de lo que sucedía en nuestro país desde hacía tiempo, las mujeres todavía no habían conseguido tener un nivel de independencia económica y política suficiente, y eso que era en Inglaterra, donde se produjeron los primeros movimientos para obtener el sufragio universal, es decir, que la mujer pudiese votar a la hora de elegir a sus representantes legales y con ello se las reconociese una serie de derechos que le equiparaban al hombre, pero quitando el aspecto político, todavía había muchas que no trabajaban más allá que en los sectores minoritarios y en sus casas.
Aquellas comparativas no me dejaban de asombrar, sería que esta parte del mundo iba evolucionando más lentamente de lo que creía.
Por lo menos en mi país se había hecho un esfuerzo importante por compartir su cultura con el resto, a la vez que había integrado dentro de la sociedad a todos los emigrantes que en las últimas décadas habían llegado provenientes de todos los países de Europa, refugiados políticos, acogidos o simplemente familiares, que de esta forma se reencontraban.
Bastantes habían venido huyendo de un sistema político que no les convencía, otros buscando mejores condiciones de vida y oportunidades de trabajo y a todos se les había acogido sin diferencia de sexo, raza o religión.
En poco tiempo habían asimilado la cultura del país sin perder la suya propia así por la calle era difícil distinguirlos, ni en las escuelas ni en los trabajos.
Quizás lo que más resaltaba era el color de su piel o algunas acepciones de la cara, pero como ya existían tantos que llevaban en este país generaciones y generaciones, que no era indicativo de nada.
Lo que sí que mantenían como señal de identidad eran sus ritos y ceremonias, a la hora de casarse o para despedirse de sus seres queridos cuando estos morían a alguno de los cuales había asistido en más de una ocasión, las primeras veces por curiosidad y las demás por amistad.
CAPÍTULO 2. LA PRIMERA SORPRESA
Anduvimos recorriendo aquellas antiguas calles, muchas de ellas adoquinadas, en busca de lo que se suponía sería una corta visita, pero eran interminables e innumerables los lugares de interés turístico, por lo menos así se lo parecía al resto de los miembros del grupo, que se emocionaban cada vez que torcíamos una esquina descubriendo una destacada y antigua edificación.
A mí tantas visitas a edificios históricos se me hacían eternas, por lo que iba un poco fatigado y cansado, quizás por haber estado toda la mañana andando de un lugar para otro, puede que se debiese al calor reinante y por el evidente cambio de horario, que hacía que todavía fuese noche cerrada en mi país cuando aquí apenas era medio día o también podía ser por haber trasnochado, en nuestra fallida exploración por la vida nocturna de la ciudad, o una conjunción de lo anterior.
Además, todo esto ha permanecido aquí inmóvil durante cientos de años y creo que continuará así durante otros tantos más.
No entiendo la necesidad del resto de recorrer cada uno de los lugares que les parecía llamativo, documentándolo con fotografías o en sus cuadernos como si fuesen ellos los descubridores de unas ruinas antiquísimas.
Me senté junto a una fuente de piedra, en mitad de una plaza, a la espera de que saliesen los compañeros de una iglesia. Estaba distraído, mirando hacia el fondo del estanque que se formaba con el agua de la fuente al caer, cuando se me acercó una niña.
No creo que tuviese más de seis o siete años por su estatura, llevaba un vestido blanco y un pañuelo amarillo sobre la cabeza y con una amplia sonrisa me ofreció una flor de grandes pétalos blancos.
Tras recoger tan preciosa y delicada presencia entre mis manos y sin saber el motivo de aquel regalo, la quise pagar sacando para ello unas monedas de mi cartera y enseñándoselas para que ella pusiese sus manos para dárselas, pero ella negó con la cabeza, diciéndome algo que no entendí y levantando su mano derecha a la altura de su cabeza en ademán de despedida, se giró y se fue corriendo.
No sabía qué hacer con aquella pequeña maravilla y me la puse en la solapa, en otras circunstancias no lo hubiese hecho, pues conocía que se usa este tipo de adorno tan florido en las bodas y algunos eventos sociales, aunque son empleados más bien como complemento por parte de las mujeres.
Cuando levanté la vista, tras colocármela, vi que la niña se alejaba por entre uno de los muchos callejones, que conducían hasta ésta plaza, sinceramente estaba algo desorientado con esta distribución urbanística bastante caótica, acostumbrado a las grandes ciudades en donde de las calles principales, de mayor tamaño, partía el resto de las secundarias más pequeñas, pero aquí el tamaño de la vía no era indicativo de nada, de cualquiera de ellas surgía otra y más adelante otra de distinto tamaño y de éstas otras nuevas avenidas y vías.
Además, las pocas indicaciones que enunciaban el nombre del lugar donde nos encontrábamos estaban escritas en aquel extraño lenguaje, que a pesar de compartir un alfabeto similar era bastante enigmático para mí.
Quizás si hubiese prestado algo más de atención en las clases de lenguas antiguas, en las que tanto esfuerzo malgastaron mis profesores intentando inculcarme el amor por la cultura clásica, pero como esa asignatura no contaba demasiado para la nota final, no la estudié con mucho interés, lo que ahora me impedía que pudiese sacar mayor provecho de éste viaje, no sólo porque la ciudad estaba llena de inscripciones en puertas y dinteles y en otros restos arqueológicos, en el antiguo y ya en desuso idioma del latín, sino porque el lenguaje que hablaban los ciudadanos aquí, los italianos, era una derivación o evolución del mismo.
Además, él guía que teníamos asignado por la embajada, nos había hecho de traductor, hablando con los mercaderes y comerciantes que se acercaban al grupo para tratar de vendernos algún que otro objeto o cuando queríamos entrar en algún edificio privado para contemplar los restos arquitectónicos o históricos en dichas villas.
Al respecto todavía no me quedaba demasiado claro el tipo de relación que tenía el arte en aquella ciudad, parecía que los antiguos benefactores, los mecenas de la época, pagaban generosamente a los artistas para que dejasen plasmados sus obras, con lo que habían hecho de aquella capital un centro cultural de referencia.
Es cierto que en mi país tenemos algunos mecenas que donan parte de su riqueza a los jóvenes talentos, pero su generosidad no llega a tanto como para que sus beneficios queden recogidos década tras década como acicate a las nuevas generaciones.
Además, el propio gobierno aporta a través de varios mecanismos, ayudas directas o de manutención a aquellos que destacan sobre los demás, pero estas ayudas no se centran en los artistas exclusivamente, sino que intentan premiar a los que mejor realicen una determinada labor, para que puedan seguir formándose y desarrollándose.
Así a jóvenes promesas de la ciencia, la investigación, las artes e incluso los deportes se les premian con ayudas para que puedan dedicar a ello su vida sin estarse preocupando de buscarse un trabajo para poderse pagar los estudios.
Por