El Misterioso Tesoro De Roma. Juan Moisés De La Serna

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El Misterioso Tesoro De Roma - Juan Moisés De La Serna

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mucho cuidado y avisando de mi presencia por si había alguien dentro de aquel siniestro lugar, me decidí a entrar.

      Para evitar chocarme con algún objeto dejé la puerta abierta, pero no sirvió de mucho pues aquella negra oscuridad se transformó únicamente en espesa penumbra en donde mi sombra se proyectaba cual sinuosa y fantasmagórica silueta en la pared del fondo.

      Tras casi caerme pues a la entrada había tres escalones descendentes de los cuales no me había apercibido, me repuse y estuve tanteando tratando de no chocar con nada, andando muy lentamente hasta que me topé con una pared.

      No habría ni dos metros de distancia desde la puerta hasta el fondo de la lúgubre habitación y no parecía tener ningún otro acceso, un callejón sin salida.

      De ninguna forma podría haber entrado la niña allí y de haberlo hecho no habría sido voluntariamente, pero ¿dónde podría estar?, se me acababan las ideas, por lo que seguí con lo que estaba haciendo explorando aquel pequeño cuarto, como si me agarrase a un clavo ardiendo.

      Con mis manos continué palpando cada centímetro de aquella estancia hasta que di con una hendidura en la pared, se trataba del marco de otra puerta, la cual toqué a continuación.

      Su tacto áspero y húmedo, era muy parecido a la que había tenido que empujar para poder acceder a éste sombrío cuarto.

      Deslicé mi mano por su frontal intentando palpar el pomo para abrirlo, pero no lo encontraba, únicamente hallé un agujero a la altura de mi ombligo, que supongo sería el ojo de la cerradura.

      Empujé con fuerza como había hecho con la puerta de acceso, pero no se movió. Como no cedía, pensé que a lo mejor se abría hacia mí, por lo que traté de tirar de la misma, metiendo los dedos como pude en aquella minúscula oquedad de la cerradura, pero todo mi esfuerzo fue en balde pues tampoco en esta dirección cedió.

      Me agaché hasta la altura de aquella apertura en la puerta, para ver si al menos podría ver algo a través suyo y lo único que alcancé a ver, de forma bastante parcial, fue un patio cuadrado, similar a un claustro, circundado de columnas erigidas cual barrotes de la cárcel.

      Éstas parecían custodiar y proteger los numerosos cuadros de grandes dimensiones colgados en las paredes adyacentes. Nada que me ayudase a identificar el lugar, pues casas señoriales así, ya las había visto en varias ocasiones a lo largo de la mañana, pero no vi ni a la niña ni a cualquier otra persona a la que le pudiese pedir ayuda para mover aquella pesada puerta y me tuve que resignar ante mi estrepitoso fracaso. Sabiendo que ya no podría hacer más por aquella pequeña y que mis compañeros, una vez terminada su visita a la iglesia donde les dejé, me estarían buscando, por lo que me volví a la plaza con la fuente en el centro de donde salí.

      Todavía me quedaba la inquietud por la pequeña que hace sólo un momento antes de desaparecer me había dado aquella delicada flor, pero ni si quiera tenía la certeza de que la hubiese pasado algo.

      Volví a donde se encontraban ya mis compañeros esperándome, buscándome por los alrededores. Después de tranquilizarles y preguntarles sobre cómo había sido su visita, proseguimos a otra nueva calle y delante nuestra volvió a surgir un antiguo monumento a conocer.

      De nuevo me quedé fuera, pero esta vez refugiado bajo la sombra de un balcón para que no me diese tanto sol.

      Estando allí, algo más calmado, habiéndome recuperado de las emociones sufridas minutos antes, me acordé de haber vivido algo similar con anterioridad, una situación muy comprometedora de mi pasado, que creía olvidado, diluido por el paso de los años, pero lo recordé en mi mente como si lo estuviese volviendo a vivir en ese preciso momento.

      En esta ocasión tuve que intervenir y no lo hice por miedo o cobardía, no lo sé bien, pero si hubiese sido por mí se hubiese salvado.

      Me refiero a mi hermana, allá cuando éramos pequeños, no tendría ni los siete años y ella tan sólo unos cinco.

      Ocurrió un día caluroso como hoy, en la piscina de la base, a la que pertenecíamos pues nuestro padre era militar. Nos habíamos salido los dos a medio día, cuando sabíamos que no habría nadie allí, pues los adultos a esas horas estaban durmiendo y aprovechamos para bañarnos.

      Nuestros padres, habían salido a realizar una de esas visitas a las que nos tenían tan acostumbrados, debido a la constante actividad social de nuestra madre, a veces incompatible con la estricta y estructurada vida de nuestro padre, pero así es como ella había superado sus constantes ausencias, cuando le destinaban a distintas campañas durante meses.

      Había empezado como forma de entretenimiento y poco a poco la había ido ocupando más y más tiempo, hasta convertirse en una parte importante de su vida.

      Al principio era sólo una forma de distraerse así inició acudiendo una vez a la semana a un inofensivo curso de pintura, luego empezó a ir dos, luego… hasta que preparó uno de los cuartos como su estudio de trabajo y de ahí a ser profesional sólo era cuestión de tiempo y de mucha práctica, pues lo esencial lo tenía, una gran destreza con el pincel y un buen ojo para los detalles.

      Sus profesores orgullosos de su trabajo fueron los que la animaron para que empezase a realizar exposiciones para el resto del personal de la base, pero aquello fue poco a poco a más.

      Tras ello inició un recorrido por las distintas bases militares próximas, las cuales la invitaban sabiendo de su talento y destreza con los pinceles y luego pasó a su vida pública por así llamarlo en el que desde distintas ciudades la invitaban a participar en exposiciones colectivas o individuales para presentar sus avances.

      Además, el ejército la apoyaba, pues mejoraba la imagen del cuerpo entre los civiles, mostrando que la vida dentro de una base no tiene porqué ser aburrida y monótona y que las mujeres de los militares no tenían porqué renunciar a sus expectativas y a su vida, pudiendo desarrollarse igual que el resto.

      En poco tiempo, aquella familia cambió de identidad, pasó de ser la familia de mi padre, como el reconocido capitán, condecorado en diversas contiendas y respetado por todos los que habían servido a sus órdenes, a ser la familia de mi madre, conocida por todo el país, por ser la pionera y en muchos casos el ejemplo de superación para las mujeres dentro y fuera del ejército, tal es así que hasta la llamaron a alguno de esos programas de prime time (máxima audiencia).

      Aquello que al principio fue una alegría para todos, pues veíamos a nuestra madre feliz, luego resultó ser algo problemático por el tema de la economía.

      Mi madre empezó a tener su tan ansiada independencia económica, con sus propios ingresos, lo que la permitió comprar una serie de objetos y vehículos no propios del personal militar ni de sus familias.

      Mi padre, la insistía que debía de reservarse, que aquello que cobrase lo podría dedicar a cualquier otro asunto, pero que no destacase por sus gastos económicos dentro de la base, pero mi madre no le hacía caso, cansada, según ella, de vivir como el resto pudiendo tener mayores comodidades.

      Además, empezó a realizar continuos viajes, de varios días, a museos y exposiciones, o a presentar sus obras incluso estaba preparando el participar en la creación de una fundación para jóvenes artistas, para lo que se dedicó varios meses recorriendo distintas instituciones financieras, para que apoyasen con becas a los que ingresasen en la fundación.

      Todo ello hacía que en varias ocasiones tuviésemos que quedarnos solos en casa, atendido por la madre de un amigo, pero no era lo mismo que tener la propia familia.

      Nadie

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