El Misterioso Tesoro De Roma. Juan Moisés De La Serna
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Al principio nos quedamos algo extrañados, de los que íbamos delante de la fila y ante nuestra perplejidad uno de nosotros se atrevió a meter la mano allí y nada sucedió, tras esto todos la metimos con igual resultado, sin entender del todo el significado de aquello ni para lo que servía.
Más tarde en el hotel nos explicaría el guía que se trata de la Boca de la Verdad, en la cual, al introducir la mano derecha en la abertura, si la persona que lo hacía no decía la verdad, perdía ésta.
Tras esto seguimos deambulando por la ciudad, asombrados por la cantidad de restos artísticos y culturales que habían sobrevivido al transcurrir de los años.
Había escuchado de los castillos del Medievo, aquellas suntuosas y grandiosas construcciones, fortificaciones erigidas para salvar las pertenencias de los reyes y señores feudales del lugar, junto con los habitantes de los pueblos colindantes, pero estar allí era como vivir en una ciudad medieval donde se mantenía todavía la misma arquitectura en sus calles, fuentes y plazas.
Mirásemos por donde mirásemos, ya fuese un balcón o el dintel de una puerta, nos impresionaba la majestuosidad de los detalles labrados, esculpidos o pintados, recuerdos de una gloriosa época artística anterior. Además, según nos enteramos después, el cultivo de las distintas artes era algo que se mantenía vivo en las escuelas, consideradas como de las más prestigiosas del mundo, un buen lugar para vivir si eres amante de la historia.
Pero yo era más pragmático, prefería lo que llevase algo de tecnología y todas las ventajas que ello implicaba. Las avenidas extensas y lisas, a donde te podías trasladar con tu vehículo de un lugar a otro en poco tiempo, sin tener que estar subiendo y bajando empedradas calles.
Una forma diferente de ver y considerar la vida, prefería las grandes urbes, donde era fácil acceder a todos los servicios en minutos. Nunca me había planteado que alguien pudiese vivir en un sitio tan particular.
Levantarme por la mañana y ver todo aquello me parecía bastante inaudito y desconcertante, no me imagino vivir desde pequeño allí, sería como estar permanentemente en un museo, sabiendo que todo lo que tocase tenía cientos de años.
Aunque en cuanto a las personas, las diferencias con nosotros no eran tantas, sin embargo, algunos nos miraban con cara de extrañeza, como de desconfianza, lo que nos hacía sentirnos extranjeros allí, casi como una fuerza de ocupación.
Quizás era sólo una percepción, puede que fuese debido a que utilizábamos prendas de vestir diferentes a los que estábamos acostumbrados a ver por allí.
Sea por lo que sea, con el disgusto del hurto que habíamos sufrido durante la mañana, andábamos con cuidado de que no se produjese ningún otro altercado o problema parecido, sabiendo que ahora éramos menos.
Quizás nuestro viaje había sido demasiado precipitado por las circunstancias socio-políticas del momento, pero era una señal de buena voluntad por parte de nuestra academia, una muestra de cooperación e intercambio.
No sé si algún grupo de estudiantes italianos iban a visitar nuestro país, supongo que sería lo que correspondiese, pero mi información no llegaba a tanto.
Puede que fuese parte de una política aperturista con el resto del mundo, no lo sé, lo que estaba claro es que nunca había visitado el país y que era una gran oportunidad para hacerlo, por lo que no quería que nada ni nadie me lo entorpeciese.
Si el compañero al que le habían robado la cartera me hubiese dicho la cantidad que le faltaba yo mismo se lo hubiese desembolsado para así poder continuar con tranquilidad con aquella excursión.
No me imagino qué otro elemento de valor podría tener en la misma, pues toda la documentación la teníamos depositada en la embajada. Aquí para movernos en la ciudad nos habían facilitado una ficha en la que ponía nuestros datos, las señas del hotel donde nos alojábamos y el teléfono de la embajada. A pesar de estar en plena primavera recién estrenada, hacía bastante calor y no estábamos acostumbrados a unas temperaturas tan elevadas en esta época del año y nos resultaba difícil encontrar fuentes para beber.
De las que había no estábamos seguros de que fuesen potable, a pesar de que las personas de allí la bebían sin ninguna preocupación, pero nosotros por prudencia, preferimos únicamente refrescarnos las manos y la cabeza, pues una fuente que lleva funcionando tantos cientos de años, no puede estar tan limpia como deseábamos.
Quizás era el contraste, pero aquellas personas nos parecían bastante inocentes, alejados de las grandes urbes llenas del humo de las fábricas próximas, a lo cual estábamos acostumbrados, pero algo así debían de pensar de nosotros, cuando nos asombramos de los detalles que ellos contemplaban todos los días.
Tanto nos gustaba lo que veíamos, que algunos de mis compañeros para no olvidarlo se dedicaban a recogerlo en sus cuadernos de dibujos, rellenándolos de siluetas más o menos conseguidas de los edificios más significativos e importantes. Otros por el contrario parece que se les daba mejor la escritura y se detenían en cada calle intentando relatar en unos pocos párrafos aquella maravilla que percibíamos. Únicamente había un par de compañeros que habían conseguido traerse unas cámaras de fotos.
No sé cómo la habrían pasado por la aduana, pues nos habían dado instrucciones concretas antes de salir sobre que no podíamos sacar nada de tecnología de nuestro país, pero supongo que el apellido de los padres de aquellos compañeros pesaba más que cualquier otra norma escrita.
De vez en cuando nos pedían que nos detuviésemos para hacernos algunas fotos en las que apareciésemos todo el grupo y en la parte posterior el edificio en cuestión.
Quizás en esto de viajar había sido más inexperto que el resto, ya que únicamente me había traído un pequeño cuaderno de anotaciones, en el que pretendía recoger cada día lo que era más destacable sin tratar de plasmar en aquellas pocas líneas la admiración que despertaba en mí aquella ciudad a cada paso.
Uno de los aspectos que me parecieron más curiosos por el contraste con lo que conocía, se refería a la forma de vestir de las féminas. Las mujeres mayores, solían llevar sobre su cabeza un pañuelo de color negro y vestían del mismo tono. Las jóvenes lo hacían con colores discretos y pañuelos muy llamativos.
Acostumbrado a ver a las de mi país maquilladas, con grandes faldas de vuelo, con mangas cortas en donde se las veía los brazos y llevando únicamente algunas el pañuelo como un detalle decorativo.
Además parecía que existía una clara diferenciación entre sexos en cuanto a lo que se podía o no hacer, así los hombres se iban pavoneando por la calle con sus trajes que parecían las mejores galas donde la mayoría cuando no estaba en el trabajo empleaba una simple camisa debido al calor reinante, pero era una actitud algo rara para nosotros, los hombres parecían ser los que mandaban en la sociedad, mientras que las mujeres recatadas procuraban pasar totalmente desapercibidas, como si no tuviesen nada que demostrar ni aportar.
Aquello me parecía bastante sorprendente, es como si todos se hubiesen quedado estancados en el tiempo, en cuanto a cómo se visten me refiero, pues no creo que sea algo religioso, como sucede con los cuákeros, una comunidad que se había aislado del mundo, manteniendo su cultura sin querer progresar, muestra de ello era la vestimenta que utilizaban que no distaba tanto de la que veíamos ahora.
Bueno