Llenas de Gracia. Johnnette Benkovic
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•una profundización de nuestro conocimiento y comprensión de Dios, y un discernimiento más agudo de los misterios divinos, y;
•un crecimiento en virtud y santidad.12
Es necesario, en este punto, proveer una nota de cautela. Nunca debemos aspirar a buscar la consolación de Dios; nuestra búsqueda es por el Dios de la consolación. Si descubrimos que nuestra búsqueda se ha tornado en un deseo por el fenómeno místico, por la experiencia espiritual o por el éxtasis, de seguro nos deslizaremos en un misticismo falso que pone en peligro nuestra alma y nos retrocede en el camino hacia la santidad. Toda verdadera contemplación infundida es puro don. No existe método o técnica que pueda forzar la mano de Dios a otorgárnosla. Pensar que eso es posible es falta de humildad y pernicioso.
El verdadero místico sólo desea estar unido a Dios, la Fuente de toda vida. Franz M. Moschner, en su texto clásico Christian Prayer (Oración Cristiana), escribe estas palabras de aviso:
En nuestra jornada interior nunca debemos buscar descubrimientos, nunca por pura curiosidad estar en la espera de fenómenos, sensaciones o encuentros. Si hiciéramos esto, de inmediato sería disruptivo y falsificaríamos nuestra actitud hacia Dios, y por ello produciríamos en nosotros efectos que son directamente opuestos a lo que la contemplación desea alcanzar. Con firmeza categórica debemos suprimir todo anhelo de revelaciones, de verdades individuales, y mucho menos de revelaciones personales. El no hacerlo nos llevaría, en este punto, a exponernos a seducciones diabólicas.13
Santa Teresa de Jesús (de Ávila) nos dice que el único anhelo que debemos aspirar que nos acompañe durante la oración es el amor. Utilizando como analogía las diferentes habitaciones de un castillo como representando las diferentes etapas de la oración mística, ella nos dice: “Si es que progresas mucho en este camino y asciendes hasta las Mansiones de tus anhelos, lo importante es no pensar mucho, sino amar mucho”.14
LOS EFECTOS DE LA ORACION
Los encuentros con Dios cambian nuestra vida. Debido a que la oración nos hace entrar en una relación íntima con Dios, la oración es transformativa. Y sus efectos pueden ser vistos de inmediato.
Tómese, por ejemplo, el encuentro entre Jesús y el endemoniado de Gerasa, descrito en el octavo capítulo del Evangelio según San Lucas. Jesús había estado navegando en bote hacia el otro lado del Mar de Galilea. Cuando Él y sus discípulos desembarcaron en las costas de Gerasa, fueron recibidos por un hombre del pueblo que estaba poseído por demonios. El hombre, desnudo, se acercó a Jesús, y dando chillidos de dolor se desplomó al suelo y dijo en voz alta: “¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te suplico que no me atormentes”. Los demonios se habían apoderado del hombre en repetidas ocasiones en el pasado, lo que había incitado a otros a que lo atasen con cadenas y grillos. Pero el hombre lograba romper sus ataduras, y los demonios lo impulsaban a lugares solitarios. De hecho, había hecho de los sepulcros su hogar.
Mientras Jesús extirpaba los demonios, Él les pedía que se identificaran. “Legión”, fue la respuesta que recibió, indicando que los espíritus eran muchos. Debido a que le pidieron a Jesús que no les mandara de regreso al abismo, Él les ordenó adentrarse dentro de una gran piara de cerdos que estaba pastando en un cerro cercano. Los demonios salieron del hombre y entraron en los cerdos, que en ese instante huyeron en tropel y se precipitaron a un lago, donde se ahogaron.
Cuando los que cuidaban de los cerdos vieron lo ocurrido, huyeron corriendo hacia el pueblo para contar lo sucedido. Gentes de toda la campiña se acercaron para ver por sí mismos lo ocurrido. Al llegar al lugar de la escena, apenas podían reconocer al hombre que anteriormente estaba loco, sentado a los pies del Señor, vestido y en su sano juicio.
Al poco tiempo, la gente del pueblo le pidió a Jesús que se alejara de ellos. No sólo estaban sobrecogidos de temor por la cura en sí, sino que además les preocupaba que otras curaciones pudieran costarles más de lo que ya habían perdido con la piara que se había ahogado. El hombre que había sido exorcizado de los demonios, sin embargo, comprendía el gran favor que había recibido de la mano del Señor. Le pidió a Jesús que le permitiera quedarse con Él, pero Jesús lo despidió diciéndole estas palabras: “Vuelve a tu casa y cuenta las grandes cosas que Dios ha hecho contigo”. El hombre se marchó, proclamando por toda la ciudad cómo Jesús lo había liberado. (ver Lc 8: 26–39)
Para el hombre endemoniado, este encuentro con Jesús cambió su vida y fue transformado. No sólo había sido liberado de los demonios que le atormentaban, sino que además había sido restituido a la plenitud de la dignidad ante los ojos de Dios. Ya no se encontraba desnudo ni fuera de juicio. Ahora se encontraba vestido y en control de sus sentidos. La Escritura nos dice que el hombre se sentó a los pies del Señor, una señal de sumisión y de intimidad. Aunque la Escritura no transcribe la conversación que aconteció entre los dos, sabemos que las palabras de Jesús tuvieron un profundo efecto en el hombre, tanto así que deseaba ser contado entre el número de Sus seguidores. Pero, en vez, Jesús envió al hombre de regreso a su pueblo natal a proclamar el poder curativo del amor del Señor a todos los que lo escuchasen.
El Toque Curativo de Jesús
Cada vez que nos encontramos con Él, el Señor nos concede sanación e integridad, de la misma forma que lo hizo con el hombre de Gerasa. El amor de Dios que todo lo sana impregna nuestro ser y nos libera de todo lo que nos mantenga cautivas, de todo lo que nos corrompe, de todo lo que nos roba nuestra dignidad como hijas de Dios. Él añora revestir nuestra desnudez espiritual con los ropajes reales de la gracia y el amor. Él ansía conducirnos fuera de las “tumbas” de nuestra soledad y desolación y llevarnos hacia la luz de Su presencia.
Liberándonos de la confusión del pecado, del tormento de la lujuria, de los escombros de los celos, la furia y el resentimiento, Él desea retornarnos a nuestras sensibilidades, sensibilidades que son fruto del Espíritu de Dios—amor, alegría, paz, paciencia duradera, bondad, generosidad, fidelidad, mansedumbre, y castidad (véase Gal 5:22). Dios desea restituirnos, hacernos íntegras, sanarnos, para que podamos ser señal de Su amor en el mundo. Él añora que nosotras, al igual que el hombre endemoniado, nos adentremos al mundo proclamando Su amor sanador a todos los que nos escuchen. Ésta es la transformación que la oración causa en nosotras. Éste es el “nuevo hombre” que es recreado en el esplendor radiante del amor de Dios. Y de esto es de lo que se trata la unión con Dios—conocer a Dios, aceptar Su amor, ser transformada por Su gracia y compartir Su presencia con los demás.
En el próximo capítulo, hablaremos de los cuatro movimientos de la oración, y cómo ellos desatan este poder de la vida de Dios en nosotras, haciéndose activo en nuestras vidas y en las vidas de otros.
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