Llenas de Gracia. Johnnette Benkovic
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María Lleva la Bendición de Dios
La tradición del Viejo Testamento nos enseña que cuando una persona es bendecida por Dios, esa persona transporta la bendición de Dios a otros. La presencia misma de esa persona se convierte en fuente de sanación, de esperanza, de nueva vida.
Esto se hace evidente en el momento en que María vista a Isabel. San Lucas nos dice que cuando Isabel escuchó la voz de María, exclamó: “Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mí Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tú saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y bienaventurada tú, que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor”. (Lc 1: 42–45)
En esta exhortación, Isabel confirma las palabras del Arcángel Gabriel de que María cargaba en su vientre la bendición de Dios. Y de hecho, el Dios Encarnado se hizo carne en el vientre de María. Nótese que el saludo de María a Isabel no aparece en el texto; es la mera presencia de María la que provoca la bendición de Isabel. María, impregnada de la Palabra de Dios, irradia la presencia de Jesucristo.
Hoy María permanece como la misma imagen de su Hijo, Jesucristo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Dondequiera que ella esté presente, Él lo estará también. Ella permanece siempre llevando a su Hijo a otros, y llevando a otros a su Hijo. Éste es su munus, su llamado divino. Ella es la Madre Espiritual por excelencia, siempre dotando de Salvación al mundo. Llena de gracia, María está impregnada del Espíritu del Evangelio, e irradia esa energía divina que inicia a los otros en la vida de Dios.
Igual que María, nosotras también estamos llamadas a entregarnos a la vida de Dios, que permanece activa dentro de nosotras a través de la gracia. Nosotras, también, tenemos que entregarnos a nuestro Señor y Salvador, ser impregnadas del Espíritu del Evangelio, y conformarnos a Su Imagen, que crece en el vientre de nuestros corazones. Nosotras, también, tenemos que estar llenas de gracia para que la vida abundante de Jesucristo viva en nosotras y a través de nosotras. Es así que nosotras cumpliremos con nuestro munus de maternidad espiritual de “ayudar tanto a la humanidad a no degenerar”.
LLAMADA PARA IRRADIAR LA VIDA DE CRISTO
La gente siempre nos dice, a mi esposo y a mí, que podrían reconocer a nuestros hijos en medio de una multitud, pues se parecen mucho a nosotros. Como cristianos, deberíamos de ser igual de reconocibles como hijos del Padre. Nuestro propio aspecto debería irradiar Su presencia. Las palabras que pronunciamos, nuestras actitudes, nuestras acciones, deberían enaltecer Su vida divina dentro de nosotras.
Debemos sobresalir como luces en medio de la oscuridad, convertirnos en señales del amor de Dios en una nación seducida por el humanismo y hechizada con mentiras. Tenemos que ser portadoras de vida en una cultura tan fascinada con la muerte. Portando la vida de Dios en nuestro interior, nosotras debemos ofrecer amor en la imagen de nuestro Padre para aquellos que aún no han escuchado. Ésta es nuestra misión como mujeres. Éste es nuestro llamado a la maternidad espiritual. Ésta es la feminidad auténtica.
La Belleza Secreta de la Feminidad Auténtica
En su escrito “Madre del Redentor”, el Papa Juan Pablo II nos dice lo siguiente sobre el llamado de la mujer en el mundo contemporáneo:
La figura de María de Nazaret arroja luz sobre la feminidad como tal por el simple hecho de que Dios, en el sublime evento de la Encarnación de su Hijo, se encomienda a sí mismo al ministerio libre y activo de una mujer. Cabría decir entonces que las mujeres, al mirar a María, encuentran en ella el secreto para vivir su feminidad con dignidad y para alcanzar su verdadero y propio progreso. Iluminada por la imagen de María, la Iglesia ve en el rostro de las mujeres el reflejo de una belleza que representa los sentimientos más altivos de los que el corazón humano es capaz: la completa auto-ofrenda de amor; la fuerza que es capaz de sobrellevar el mayor de los dolores; la fidelidad sin límites y devoción incansable al trabajo; la habilidad de combinar una intuición penetrante con palabras de apoyo y estímulo.12
Escribiendo más de sesenta años antes, Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) dice lo siguiente sobre el modelo de feminidad que presenta la vida de la Santa Virgen María:
Si tuviéramos que representarnos… la imagen pura y plenamente desarrollada de una esposa y madre, tal como debe ser de acuerdo con su vocación natural, nuestra mirada se tendría que posar sobre la Virgen María. En el centro de su vida se encuentra su hijo. Ella aguarda su nacimiento con feliz expectación; vela por Él durante su infancia; le sigue y le obedece a Él y a Sus Designios, de lejos o de cerca, y de hecho, en la manera que Él predisponga; sostiene en sus brazos Su cuerpo crucificado; observa obediencia a Su voluntad una vez Éste ya ha partido. Pero ella hace todo esto no como actos suyos: ella es en todo esto la Sierva del Señor; ella cumple con aquello que Dios le ha encomendado.13
Una vez más, María, nuestra Madre Espiritual, nos demuestra cómo cumplir con nuestro llamado. Si vamos a estar impregnadas del Espíritu del Evangelio, y reflejar “los sentimientos más sublimes de los que el corazón humano es capaz”, Jesucristo debe erguirse como el centro de nuestras vidas y debemos convertirnos en siervas del Señor.
Siervas del Señor
Una sierva del Señor está impregnada del amor de Dios, está lista para servir a Dios de acuerdo a Su voluntad, y desea despertar y nutrir la Vida Divina en otros.14 Estas características y esfuerzos no se adquieren mediante las buenas intenciones y el esfuerzo humano de la sierva, sino mediante el regalo de auto-donación que ellas hacen a Dios, demostrado mediante su completa cooperación con Sus iniciativas divinas de gracias.
Existen tres disposiciones internas esenciales que tenemos que desarrollar si, como la Virgen María, deseamos ser siervas en el mundo contemporáneo:
1.Tenemos que estar receptivas a la acción de Dios;
2.Tenemos que confiar en su providencia, que nunca falla, a pesar de las circunstancias; y
3.Tenemos que rendirnos a Su santísima voluntad en todas las cosas.
Al así hacerlo, podremos adentrarnos con abandono real a nuestro llamado de traer vida al mundo y “ayudar tanto a la humanidad a no degenerar”. En su carta apostólica, “Sobre la Dignidad y Vocación de la Mujer”, el Papa Juan Pablo II exalta el vasto número de mujeres santas que han cargado la antorcha de la fe en servicio apostólico a lo largo de la historia:
En cada época y en cada país encontramos numerosas mujeres “perfectas” que, a pesar de las persecuciones, dificultades y discriminaciones, han participado en la misión de la Iglesia… También ante graves discriminaciones sociales las mujeres santas han actuado “con libertad”, fortalecidas por su unión con Cristo. Una unión y libertad radicadas así en Dios explica, por ejemplo, la gran obra de Santa Catalina de Siena en la vida de la Iglesia, y de Santa Teresa de Jesús en la vida monástica. También en nuestros días la Iglesia no cesa de enriquecerse con el testimonio de tantas mujeres que realizan su vocación a la santidad. Las mujeres santas son una encarnación del ideal femenino, pero son también un modelo para todos los cristianos, un modelo de la “sequela Christi”—seguimiento de Cristo -, un ejemplo de cómo la Esposa ha de responder con amor al amor del Esposo.15
Dios ha elegido para nosotras el ser mujeres “perfectas” en nuestro día y época. Si nosotras deseamos cumplir con el plan que Dios ha trazado para nosotras, entonces nosotras