Llenas de Gracia. Johnnette Benkovic
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un amor sobrecogedor que no desea nada para sí mismo, sino que se entrega libremente; misericordiosamente, se pone a disposición de quien quiera que tenga la necesidad, curando a los enfermos y despertando a la vida a los muertos, protegiendo, fomentando, nutriendo, enseñando, y formando; es un amor que sufre con el que sufre y se regocija con el que está alegre; ayuda a cada ser humano a alcanzar la finalidad que el Padre le ha destinado. En una palabra, es el amor del Sagrado Corazón.17
Y Así Comienza la Jornada
Al vivir hasta el final esta misión, mediante el don de la feminidad auténtica, nosotras podemos ayudar a la humanidad a no degenerar, y haremos mucho para sanar el mundo. Al modelarnos al patrón de la Santísima Virgen María, la sierva perfecta del Señor, descubriremos lo que significa abandonarse a la gracia de Dios mediante la receptividad, la confianza, y la entrega.
El resto de este libro delineará para nosotras un sendero espiritual que nos conducirá por el camino de la entrega. Un sendero que nos llenará del poder espiritual que necesitamos para vivir hasta el final nuestro llamado especial y nuestro don de mujer. Si proseguimos por este sendero, nos convertiremos en mujeres impregnadas con el Espíritu del Evangelio. Seremos mujeres llenas de gracia que podrán señalar el camino a la vida en abundancia en Jesucristo. Seremos mujeres que “ayudaremos a la humanidad a no degenerar”. Seremos mujeres que otorgarán vida al contestar nuestro llamado a la maternidad espiritual. Y en el proceso descubriremos lo que las mujeres sagradas a lo largo de la historia siempre han sabido:
El anhelo más profundo del corazón de la mujer es el de entregarse amorosamente a sí misma, de pertenecer a otro, y de poseer a este otro ser de forma completa… Sólo Dios puede acoger la rendición total de una persona de tal forma que una no pierda su alma en el proceso, sino que la gane. Y sólo Dios puede entregarse a Sí mismo a una persona de tal forma que colme a este ser por completo sin perder nada de Sí mismo en el proceso. Es por ello que la rendición total… [es] la única realización adecuada y posible para los anhelos de la mujer.18
Ven, te invito a que juntas encontremos el sendero hacia la realización total.
SEGUNDO
La Oración: La Fuerza de la Vida Abundante
EL PODER DE LA ORACION
A medida que escribo este capítulo, yo contemplo la asombrosa belleza de la creación. Un cielo azul, sin nubes, se sumerge en la eternidad. Un follaje frondoso pinta el panorama con tonos de esmeralda. Los pinos fuertes y sólidos se mecen levemente, sus alargadas agujas respondiendo a la sensual caricia de la brisa. Las ramas más capaces se estiran hacia el cielo y abrazan el calor del sol, absorbiendo su radiante energía para dar comienzo al proceso de producir vida que llamamos fotosíntesis. Fuera de mi ventana, la creación refleja la majestuosidad y esplendor de un Dios que añora una relación de intimidad dadora de vida con Sus criaturas.
Sólo mediante una relación con Él llegamos a descubrir quiénes somos en verdad. Al ser hijas del Más Alto, nosotras somos llamadas a la misma vida de Su Único Hijo Engendrado, Jesucristo. Su nacimiento, Su pasión, Su resurrección. Como tal, nosotras somos llamadas a una santidad que es un reflejo de la majestuosidad de Dios aún mayor que la majestuosidad de la belleza de la naturaleza.
Yo he aprendido a lo largo de mi propia vida, sin embargo, que nosotras no podemos comenzar a reflejar la Majestuosidad Divina, o a responder a Su llamado divino, a menos que primero elijamos conocerlo. Tenemos que anhelarlo a Él de la misma manera que Él nos anhela a nosotras—libremente y completamente, sin reservas y sin condiciones. Dios, en Su amor por nosotras, nos ha otorgado el libre albedrío para que nuestro anhelo por Él pueda ser genuino y puro. Él anhela que nosotras elevemos nuestro corazón hacia Él, aceptemos Su voluntad divina, y permitamos que Su presencia llene nuestras almas. Dios desea que abramos las puertas de nuestros corazones para que Él pueda entrar y tener comunión con nosotras; y ahí, en nuestros momentos más íntimos, como el primer rocío de una mañana de primavera, Su gentil amor ablande las partes más endurecidas de nuestra tierra, imbuyéndola de la gracia dadora de vida. Su semilla de amor, plantada en nosotras de forma tan gentil, echa raíces; y nosotras, como reflejo del Padre, rendimos nuestra fructífera cosecha de amor.
El Poder Transformador de la Oración
No conozco ningún otro camino que conduzca a conocer al Padre excepto a través del Hijo. Y no conozco ningún otro camino que conduzca a conocer al Hijo que no sea a través de la oración. De hecho, en el silencio de nuestros corazones, nosotras experimentamos “toda clase de bienes espirituales” (Ef 1:3) Cuando permanecemos en Su presencia, nos habla Su voz, nos tocan sus manos, nos abraza Su amor. La agonía de nuestra condición de caídas se sosiega. Desaparecen los escombros de nuestra alma. Y nuestros corazones se remontan hacia la eternidad y saborean un regocijo ilimitado. En Efesios, San Pablo nos dice que incluso antes de que Él creara el mundo, Dios nos eligió para que fuéramos santos y sin mancha en Su presencia, por el amor. (ver Ef 1:4)
En la oración, nosotras nos aventuramos por un camino sagrado hacia la exculpación y el amor. Nuestra propia condición mísera, nuestras flaquezas y debilidades se atenúan ante la luz de Su presencia. Cuando la mano de Dios nos toca, nuestros dolores y sufrimientos adquieren la brillantez de la gracia redentora. Nuestras circunstancias son oro probado al fuego brillando en el crisol del Sagrado Corazón. Y, en la luz radiante del Lucero de la Mañana, la voz de Dios habla. Nuestros corazones permanecen apacibles. Y el Verbo se hace carne dentro de nosotras. Por ello, proclamamos junto a San Pablo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”. (Gal 2:20)
De hecho, la oración es la fuerza de la vida en abundancia. Independientemente de que permanezcamos en silencio adorando a Aquél que nos creó, o tocando insistentemente en las puertas del cielo con nuestras peticiones más urgentes, o leyendo meditativamente la Sagrada Escritura, la oración es el agente transformador de nuestras vidas. Es tan esencial para nuestras vidas en Dios que tanto este capítulo como el próximo lo dedicaremos a este tema.
La Intimidad de la Relación
Recuerdo claramente cuando me enamoré de mi marido. Cuando empezamos a salir, yo sabía que había algo especial en este hombre, y en nuestra relación. Yo deseaba pasar todo el tiempo con él; y los períodos entre fines de semanas me parecían una eternidad.
Al principio, nuestros momentos juntos eran delicados. Aunque la atracción era mutua, existía también el temor a ser rechazado, como es natural. Pero, a medida que nuestra relación fue progresando, comenzamos a sentirnos más a gusto cuando estábamos juntos. Queríamos saber todo lo del otro, y pasábamos innumerables horas hablando de nuestros sueños y ambiciones, nuestras ideas y actitudes, nuestros planes futuros y aspiraciones, nuestra visión del mundo y nuestro lugar en él.
Cuando esa primera luz trémula del interés empezó a