Te Tengo. Victory Storm
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Volví inmediatamente sobre Mike y me prometí no posar más los ojos sobre Lorenzo.
4
GINEBRA
A pesar de que tenía mucho prestigio y que era de pura malta italiana, no me parecía apropiado tomar una cerveza Menabrea en un local como ese. Además, nunca me había gustado.
Decidida a ordenar mi usual y amado Bellini y, a liberarme de Mike y de su discurso, detallado hasta en los más mínimos detalles, sobre el motivo de la ruptura con su ex novia, me levanté y fui directamente a la barra a pedir algo para tomar.
Me acomodé en una banqueta y esperé al barman, que vino inmediatamente a servirme.
“Un Bellini, por favor”, ordené gentilmente.
De inmediato, el camarero tomó un durazno maduro y se dispuso a batir la pulpa para luego hacerlo filtrar con un colador de malla estrecha.
Estaba tan encantada con sus movimientos fluidos y precisos y, por la música que estaba sonando la música Faulkner en el piano allí cerca, que no me di cuenta que una persona que se había sentado cerca de mí.
“Buenas noches”, me susurró de repente una voz cálida y profunda a mi lado, haciéndome sobresaltar.
Mi di vueltas hacia mi izquierda y me encontré a pocos centímetros de Lorenzo Orlando.
De golpe, sentí la garganta arder y secarse completamente, mientras mi corazón comenzó a martillarme violentamente en el pecho.
Después de haberme dejado atrapar tres veces mientras lo miraba, había hecho de todo para distraerme y olvidar todos los peligros que estaba corriendo estando allí.
Por suerte, los discursos de Mike me habían ayudado pero ahora me sentía sola, indefensa y totalmente vulnerable por esa presencia elegante y amenazante.
Intenté responder a su saludo, pero era como si cada sílaba me hubiera quedado encastrada en la garganta, sofocándome.
Me parecía que me quemaba bajo su mirada ámbar, mientras me miraba insistentemente buscando una respuesta de mi parte. Estaba incrédulo y perplejo por mi silencio.
Estaba tan agitada que mi mente quedó en blanco y no recordaba más nada. La única cosa que escuchaba en mi cabeza era de no dejarme descubrir diciendo mi verdadero nombre.
Miré a Maya buscando ayuda, pero se estaba besando con Lucky.
Volví con la mirada hacia Lorenzo.
Todavía me estaba mirando y yo me sentí más atrapada que antes.
Sentí la tentación de escapar y desaparecer para siempre, pero por suerte el barman vino en mi ayuda, ofreciéndome el Bellini.
Intentando controlar el temblor y la dificultad para respirar, tomé la copa.
Haciendo girar el taburete para levantarme, mis rodillas se encontraron sutilmente con las del hombre y, sentí que me faltaba el aliento.
Levanté la mirada esperando ver indiferencia o distracción en sus ojos, pero me vi fulminada por la oscuridad de sus pupilas dilatadas.
Con su ropa negra me hacía recordar a una pantera, antes de atacar a su presa.
“Discúlpeme”, susurré débilmente, moviéndome rápidamente y dirigiéndome hacia mi amiga.
Estaba por dar un paso lejos de quien estaba destruyendo mi autocontrol, cuando sentí que me tomaban fuerte pero delicadamente por el brazo.
Me detuve asustada y vi la mano bronceada de Lorenzo sobre mi piel clara.
Gemí de ansiedad.
Cuando un Orlando y un Rinaldi entraban en contacto, terminaba siempre de la misma forma: con la muerte de uno de los dos.
En ese momento comprendí con certeza que quien tenía menos chances de sobrevivir, era precisamente yo.
No sabía qué expresión tenía en mi rostro, pero debe haber sido bastante elocuente ya que Lorenzo me dejó ir.
“No pueden estar aquí”, me susurró, mientras su mano cuidada y grande se alejaba de mi brazo delgado, que sentía esa experiencia surreal.
Quedé con la boca abierta. Cómo había hecho Lorenzo Orlando para descubrir que era una Rinaldi?
“Yo… yo…”, balbucee, incapaz de encontrar una excusa plausible.
“No acepto FreeLancers en este momento, no tengo intenciones de emplear otras acompañantes”, me avisó severo, indicándome con una inclinación de la cabeza, un grupo de mujeres elegantes y sexis que flirteaban y charlaban amablemente con algunos clientes.
Acompañantes?
Lorenzo me había confundido con una escort!
Me miré el vestido y me di cuenta que era muy audaz, pero no creía que podía ser confundida con una mujer de poca moral.
Además, consideraba que era mezquino y de mente estrecha juzgar a una mujer sólo por su ropa.
Levantando el mentón y asumiendo la actitud más altiva y enojada posible, me acerqué con calma a ese hombre que en ese momento habría querido patear.
“No soy una prostituta”, me ofendí, retomando la voz gracias al enojo repentino que me corría por las venas.
“Ellas tampoco. Son simples acompañantes. Si luego ofrecen otros servicios, no es mi problema. Basta con que lo hagan lejos de aquí”, respondió él, sorprendido de mi tono inesperadamente poco cordial.
“Entonces me corrijo: no soy una acompañante”, respondí resuelta y ácida.
“A veces las apariencias engañan”, contraatacó él convencido que había ganado. Aparentemente no había sido la única que había tomado de manera personal la respuesta poco simpática del otro.
Sonreí dentro mío, porque percibía las ganas de pelear mi batalla y llevar la victoria a casa.
No sabía de dónde provenía todo ese coraje después de haber sentido tanto miedo… quizás era la adrenalina.
“No se preocupe. Lo perdono. Puedo entender que una persona recientemente reintegrada, pueda tener momentos de confusión y equivocar lo inequívoco.”
“Reintegrada?”, repitió él perplejo pero con un leve tono amenazante en la voz. Era evidente que estaba haciendo un notable esfuerzo, para no atacarme.
Tomé coraje gracias a su autocontrol, quería demostrar sin ceder. Conocía ese orgullo y sabía lo que escondía.
“Sí. Admítalo: cuánto tiempo ha estado fuera? Dos días? Una semana?”
“Fuera de qué?”, me preguntó en seco, no sin un notable esfuerzo, incluso si sabía que ya conocía la